A
dos días para el inicio de la Cuaresma podemos fijarnos en la actitud de los
habitantes de Genesaret que presenta el Evangelio de hoy. Nos insiste en la
búsqueda de Jesús: “le llevaban los enfermos”, “colocaban los enfermos”, “le
rogaban que les dejase tocar”. Después de echarle en su anterior visita a la
región -cuando curó al endemoniado y la piara
de cerdos se precipitó sobre el mar-, parece que han reflexionado y han cambiado su actitud
ante Él.
Podemos preguntarnos: ¿qué es lo que les ha hecho cambiar?
¿Qué es lo que me haría cambiar a mí? Un hombre que ha provocado una gran
pérdida económica, que ha arruinado a algunos hombres de bien de la ciudad que
se dedicaban a ganarse honradamente la vida. Un hombre que inspira el temor de
que lo vuelva a hacer a cualquier habitante de la región. Podemos pensar
nosotros, ¿cuáles son las pérdidas que tememos o que el Señor ha provocado en
nosotros? ¿Y por qué querer ahora que vuelva, que se acerque a nuestra vida?
Más aún, ¿Por qué estos hombres, no sólo desean este regreso sino que se
acercan ellos mismos a Jesús?
El Evangelio nos ofrece una respuesta: “los enfermos en
las camillas”, “los enfermos en las plaza”, “los que lo tocaban se ponían
sanos”. Los genesarenos habían descubierto que no eran tan diferentes del
endemoniado. Que ellos también tenían situaciones que por sí mismos no podían
remediar. Pasaron de una actitud autosuficiente a una actitud humilde que
reconoce sus carencias. Que al mirar al Señor ve más la Salvación que nos trae
que las complicaciones que nos genera. Una mirada en la que lo que se puede
perder es menos que lo que se puede ganar. Porque esos enfermos entre sus
familiares, entre sus amigos son más importantes que las pocas o muchas
propiedades que pudieran tener que, al fin y al cabo, no servían más que para
poder compartir la vida con las personas a las que querían.
Nosotros también estamos necesitados y por eso vamos a
hacer Cuaresma. Nosotros también queremos dejar atrás todos nuestros
prejuicios, temores, reproches al Señor para que pueda aplicarnos la medicina
que necesitamos. Queremos ser más suyos y menos nuestros, porque de qué nos
sirve ganar el mundo si perdemos nuestra alma.