La fiesta más conmovedora par un
cristiano y más para un militante
Entre todas las de la Virgen, es quizá esta fiesta la más conmovedora para un
cristiano y para un militante. Además, la que mejor retrata lo que es su
vocación. Estar con María
junto a la cruz. El militante, portador
de la cruz. Nuevo cirineo. Camina tras Jesús por la vía dolorosa que es la
vida. En la mirada resignada y doliente de la Virgen, encuentra, como Jesús, el
aliento para llegar con Cristo hasta la cruz y resucitar con Él.
“Estaba junto a la cruz de Jesús su Madre”. Así empieza el
evangelio, así se inicia la misa de mañana. Todos los días es Viernes Santo
sobre nuestros altares. Pero mañana, en unión con María, deben los cristiano
(militantes) vivir con más intimidad que nunca el santo sacrificio. A una con
la Virgen, se ofrecen por la salvación de las almas.
Por primera vez, la Virgen nos abraza como hijos. Cristo acaba de promulgar su maternidad sobre nosotros. Viendo, pues, Jesús a su Madre...
Estarían sus ojos cerrados, agobiados por el dolor. Pero ahora los entreabre.
La mirada ensangrentada de Jesús se posa por un momento en María y en el
discípulo amado. Se dilata para abarcar a los militantes de ella, a la multitud
de hombres de todos los siglos.
Vio Jesús a su Madre y a sus militantes y
a mí, que también soy un
discípulo amado. A imitación de Juan, estamos de pie. “¡Mujer, he ahí a
tu hijo!”. Y luego dice al discípulo: “¡He ahí tu Madre!”.
Se ha proclamado la maternidad humana de María.
María es, por
los sufrimientos de su alma, Madre de todos
La maternidad universal de la Virgen se promulga
destrozando su corazón, acribillándolo de dolores. San Buenaventura dice: “Nos
dio a luz sufriendo sin medida en la pasión de su Hijo”. La misma idea que,
años después, expresará San Antonio de Florencia: “Así como Cristo nos engendró
con la palabra de verdad, así la Virgen nos engendró y dio a luz compadeciendo
a su Hijo con dolores sin igual”. Estos son los dolores que hoy conmemoramos.
Los recordamos con amor y agradecimiento a su lado, junto a la cruz.
Montamos guardia al
lado de María al pie de la cruz de
Jesús, evocando la soledad acogedora de tantos monasterios en que las vírgenes
actuales se inmolan. En este día, agradezcamos a la Madre querida su
colaboración, llena de dolores y rebosante de amor. Ella nos hace nacer. María
cooperó con su amor para que fuésemos alumbrados, por la divina misericordia,
en el Cuerpo místico, Iglesia de Dios. Así, la
Virgen, “por la carne, Madre de nuestra Cabeza, Cristo, es, por los sufrimientos de su alma,
Madre de todos sus miembros” (San Agustín).
Celebrar con veneración los dolores de la Virgen para
conseguir el efecto feliz de la pasión de Jesús. Es el objetivo que quiere la
Iglesia alcanzar para sus hijos. Así se pide al Padre en la oración de la misa.
La Cruzada, los militantes y todos los de su entorno, más apretados que nunca
al ladito de María, quieren celebrar con veneración profunda sus sufrimientos
para conseguir la santidad, fruto de la pasión de Cristo y meta de su vocación.
(Inspirado en “Itinerario Litúrgico”, pp. 561-562)