Nos preparamos para escuchar con claridad lo que nos dice hoy el Señor
por medio de este texto del Evangelio de este domingo. Nos ponemos en la
presencia del Señor e invocamos al Espíritu santo para que nos colme de sus
siete dones. Y para que comprendamos mejor el texto del Evangelio nos arrimamos
a María para que nos lo vaya traduciendo, para que pase de la cabeza, al
corazón.
Así
finaliza el texto: “Ningún siervo puede servir a dos señores, porque, o bien
aborrecerá a uno y amará al otro… No podéis servir a Dios y al Dinero”.
Primero, me
coloco en mi sitio. Soy siervo, criatura, dependiente, necesitado. A veces me
olvido y quiero aparentar más de lo que soy y me dejo llevar de la necesidad de
consumir por encima de mis posibilidades. Entonces palpo mi pobreza y dependencia.
Quiero ser
más que los demás. El camino más fácil es recurrir sin rectitud de intención a
pasar a ser dueño y no siervo. Lo consigo a base de dinero. Este se impone como
fin. De cualquier manera saco argumentos para que este fin justifique los medios.
Estos medios son abundantes, la mentira, la sagacidad… Sigue el evangelio:
“…ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que
los hijos de la luz”.
Y por fin
me identifico con el dinero que me da poder, honor, comodidad y placer. Todo lo
contrario que acompaña a la pobreza, como nos recuerda san Ignacio en los EE.
Me puedo
plantear algunas preguntas que me ayuden a vivir este día a la luz de la
Palabra de Dios.
- ¿Cuántos sacrificios de impongo para elevar mi nivel económico?
- Y ¿cuánto para vivir coherentemente mi fe?
- ¿Soy tan creativo y sagaz para conseguir los bienes imperecederos como lo soy para los bienes que pasan?
Voy a pedir
a María la fuerza para no tener dividido mi corazón, sino que sea capaz de amar
a Señor sobre todos los diosecillos que quieren esclavizarme con mis deseos
desordenados y apetencias.
Señor,
quiero amarte con todo el corazón, con toda el alma, con toda mi vida para
vivir como Jesús vivió Pobre y desprendido, sin necesidad de guardar todas las
posesiones atesoradas, que tendré que abandonar cuando pase a vivir la vida
verdadera.