22 septiembre 2016. Jueves de la XXV semana de Tiempo Ordinario – Puntos de oración

Puestos en la presencia de Dios, pidamos un día más luz al Espíritu Santo para entender las escrituras. Que nos ilumine como un día iluminó los corazones de los dos de Emaús que escuchaban absortos las palabras de Jesús.
Saboreemos lentamente en este jueves las lecturas que nos presenta la liturgia de la Iglesia. Son a la vez clásicas y bellas, impregnadas de una sana melancolía que nos hace suspirar por lo que realmente merece la pena.
Siguiendo la primera lectura podemos repetirnos muchas veces –lo necesitamos- las frases del libro del Eclesiastés:
“¡Vanidad de vanidades; vanidad de vanidades, todo es vanidad!”
“¿Qué saca el hombre de todas las fatigas que lo fatigan bajo el sol?”
“Lo que pasó, eso pasará; lo que sucedió, eso sucederá: nada hay nuevo bajo el sol.”
“Nadie se acuerda de los antiguos y lo mismo pasará con los que vengan: no se acordarán de ellos sus sucesores.”
Nos recuerdan aquello de que somos polvo y al polvo hemos de volver. Nos recuerdan que las cosas de este mundo pasan, que poco hay que permanezca para siempre, y nos hacen desear sólo lo que realmente merece la pena, aquello por lo que verdaderamente merece la pena vivir y morir.
Pidamos hoy al Señor que no nos aferremos a lo caduco, que no demás tanta importancia a lo que al final no la tiene, que nos centremos en lo importante, en lo que de verdad es capaz de llenar nuestro corazón.
El Salmo 89 nos recuerda lo que ya decía san Agustín: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti.”
Nos lo dice con frases que es necesario saborear despacio:
“Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación”
Si nos sabemos la canción, y estamos solos, ¿por qué no tararearla tranquilamente? Quien canta, ora dos veces.
Seguir leyendo despacio todo el salmo, dejando que resuene dentro.
Terminemos con esa doble petición:
“Sácianos de tu misericordia”
“Baje a nosotros la bondad del Señor y haga prósperas las obras de nuestras manos.”
Eso le podemos pedir, por intercesión de María, para este día: que sea el Señor quien haga fructificar todo lo que nos traemos entre manos. Qué a él dirijamos la intención en todo lo que hagamos, que elevemos el corazón a Dios entre actividad y actividad.
¿Seremos capaces de suscitar a nuestro alrededor, a tantos que nos rodean y que, un poco como Herodes, han matado al profeta de su conciencia, que les molestaba diciéndoles que no andaban por buen camino, seremos capaces de suscitar en ellos, digo, ese mismo interrogante que Jesús despertó en Herodes?
«A Juan lo mandé decapitar yo. ¿Quién es éste de quien oigo semejantes cosas?»
¿Sorprendemos por nuestra fidelidad al Evangelio, manifestada sobre todo en acoger a todos, en tener para todos entrañas de misericordia? ¿O quizás nos queremos hacer los “duros”, manteniéndonos en nuestras posiciones, queriendo dejar claro quién tiene razón, pero sin dejar asomar la misericordia de Dios a través de nuestra vida?
Sigamos pidiendo, no nos cansemos de pedir, que el Señor se transparente a través  nuestro, para que surja en muchos corazones el deseo de ver a Jesús, de encontrarse con él y de que él cambie sus vidas.

Para ello, que también María mueva nuestros corazones, que tengamos ganas, muchas ganas, de ver hoy también, despacio, a Jesús.

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