“El desengaño de las cosas y la
caducidad de mi vida no me impide confiar en el Señor, mi refugio. Quiero seguirle aunque él padezca, sea desechado,
ejecutado. También quiero resucitar con él”.
Este podría ser un breve resumen de
las lecturas que nos ayuden a preparar nuestra oración de mañana.
En la primera lectura del Eclesiastés se nos invita a la mesura en el uso de las
cosas y a esperar lo justo de ellas. En efecto, nuestro corazón puede pasar en
un mismo día por dolor y gozo, esfuerzo y ligereza para realizar tareas. Esta
clave de oscilación es lo que aprovecha el autor para animarnos “a en cosa
ajena no poner nido” (Ej.322).
En paralelo a esa oscilación de
nuestro corazón, permanece por siempre la belleza de la creación “todo lo hizo
hermoso”, nos sigue diciendo el autor sagrado. Algunas personas descubren aquí un
inmenso océano para maravillarse, asombrarse y vivir desde la alabanza.
Sin embargo, el salmo 143 nos anima al realismo y la esperanza;
ser poca cosa y frágiles como un soplo, no puede impedirme buscar apoyo y
refugio en el Señor.
Las cuestiones anteriores, los
vaivenes de nuestra vida, parece que nos avocan a buscar un ancla
robusta. ¿Habrá alguna luz que ilumine de verdad mi camino ante tanto
desengaño, frustración y caducidad?
Desde esta situación de pequeñez y
debilidad encuadramos el
evangelio de hoy.
- Jesús pregunta: “¿Quién dice la gente que soy yo?”….Y vosotros, ¿Qué decís de mí?
- Pedro responde: “Tú eres el Mesías…”. Y tú, ¿Qué respondes?
- Jesús AFIRMA: el tipo de Mesías; sufriente y victima ofrecida, pero que resucitará (palabra que aún les viene grande…tanto que, después de sepultado no esperaban nada).
Desde haber palpado nuestra realidad
pecadora y la necesidad de refugiarnos en Él, pidamos la gracia de QUERER
parecernos a este Jesús, que elige y pasa por la prueba del dolor, para dar
vida a muchos. Es una gracia sin duda, pero influyen también nuestros deseos
para obtenerla.
Nos queda acogernos a La Virgen
Madre, pero contemplarla junto a la cruz. Este es el icono de nuestra oración.
Aquella que implora misericordia, la corredentora y que pasa mil muertes en su
corazón. Tras ser madre de los dolores, el Señor la constituye MADRE DE CADA
UNO de nosotros. Ella es el pan con el que la iglesia naciente se alimenta.
Iglesia, tú y yo, a partir de ahora, crucificada y resucitada.