Lectura del libro de Job (3, 1-3. 11-17.
20-23)
Job abrió la boca y maldijo su día
diciendo: «¡Muera el día en que nací, la noche que dijo: "Se ha concebido
un varón"! ¿Por qué al salir del vientre no morí o perecí al salir de las
entrañas? ¿Por qué me recibió un regazo y unos pechos me dieron de mamar? Ahora
dormiría tranquilo, descansaría en paz, lo mismo que los reyes de la tierra que
se alzan mausoleos, o como los nobles que amontonan oro y plata en sus
palacios. Ahora sería un aborto enterrado, una criatura que no llegó a ver la
luz. Allí acaba el tumulto de los malvados, allí reposan los que están
rendidos. ¿Por qué dio luz a un desgraciado y vida al que la pasa en amargura,
al que ansía la muerte que no llega y escarba buscándola más que un tesoro, al
que se alegraría ante la tumba y gozaría al recibir sepultura, al hombre que no
encuentra camino porque Dios le cerró la salida?»
Salmo responsorial (Sal 87, 2-3. 4-5. 6. 7-8)
R - Llegue hasta ti mi súplica, Señor.
R - Llegue hasta ti mi súplica, Señor.
Señor, Dios mío, de día te pido
auxilio, de noche grito en tu presencia;
llegue hasta ti mi súplica, inclina tu oído a mi clamor. R.
llegue hasta ti mi súplica, inclina tu oído a mi clamor. R.
Porque mi alma está colmada de
desdichas, y mi vida está al borde del abismo;
ya me cuentan con los que bajan a la fosa, soy como un inválido. R.
ya me cuentan con los que bajan a la fosa, soy como un inválido. R.
Tengo mi cama entre los muertos, como
los caídos que yacen en el sepulcro,
de los cuales ya no guardas memoria, porque fueron arrancados de tu mano. R.
de los cuales ya no guardas memoria, porque fueron arrancados de tu mano. R.
Me has colocado en lo hondo de la fosa,
en las tinieblas del fondo;
tu cólera pesa sobre mí, me echas encima todas tus olas. R.
tu cólera pesa sobre mí, me echas encima todas tus olas. R.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (9, 51-56)
Cuando se iba cumpliendo el tiempo de
ser llevado al cielo, Jesús tornó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió
mensajeros por delante. De camino, entraron en una aldea de Samaria para
prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén.
Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron: -«Señor,
¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?» Él se volvió
y les regañó. Y se marcharon a otra aldea.