Pocos momentos hay en el año como el
que estamos viviendo, el final del verano y el comienzo del curso. Quizás, como
ya es casi una enfermedad crónica, estemos viviéndolo superficialmente, con la
sensación esa de ‘bueno, pues otra vez más’ y, entre el ajetreo de la vida, no
seamos conscientes de su verdadera profundidad.
Quizás también podamos caer en la
tentación de convertir nuestra oración diaria en un momento de queja, motivos
para quejarse al inicio de curso suele haber muchos (en general, en la vida
también) y el único momento para desahogarnos puede ser la oración.
Y otra tentación posible en este
tiempo puede ser la de volver a convertir nuestra vida en rutina monótona (en
el sentido negativo de la palabra), entrar en ese círculo vicioso que carcome
la vida si uno no la vive desde Cristo.
Así que en la oración de hoy os
propongo, para evitar estas tres cosas, dos acciones sencillas: dar gracias
(mirando al pasado) y hacer oración de intercesión (mirando al futuro).
Primeramente, acabamos de pasar un
verano lleno de gracias de Dios, lo único que debería estar repitiéndose en
nuestro corazón día y noche sería “gracias, Señor, por tus misericordias”. Que
pasemos un rato largo de nuestra oración dando gracias al Señor por tanto bien
recibido, al estilo de la ignaciana ‘contemplación para alcanzar amor’, y
cantemos (al que le ayude cantar) la carmelitana canción “Gracias, Señor, por
tus misericordias” pasando por el corazón todo lo que el Señor nos ha regalado
estos meses.
Segundo, interceder. Podemos pasar un
rato también rezando por nuestros amigos y hermanos más cercanos, por todas
aquellas personas que sabemos que necesitan de nuestra oración, por los que en
este curso nos van a acompañar en el trabajo y en la vida, por todos los que
nos han pedido oraciones. Y también con corazón universal: recemos por las
intenciones del Santo Padre (¿sabemos cuáles son las de este mes?), por la paz
mundial que tan amenazada está hoy, por nuestros hermanos perseguidos… Y tantas
intenciones como hay en el mundo.
Tercero. Me diréis: ‘¿y esto qué
tiene que ver con la Palabra de Dios de hoy?’. Muy fácil, el Señor nos advierte
en el Evangelio que nuestros criterios humanos (el sábado) siguen todavía muy
lejos de los criterios de Dios (hacer el bien, salvar), que tenemos que
olvidarnos de nuestra lógica humana y torpe para acercarnos cada vez más a la
lógica de Dios, de la Misericordia y del Amor. El Señor te hace a ti también
esa pregunta: “¿Qué está permitido en sábado, hacer el bien o el mal, salvar a
uno o dejarlo morir?”, concrétala en tu vida, ¿qué tienes todavía que colocar
para que Dios actúe plenamente en ti?
Y es que todos tenemos nuestras
parálisis y, gracias a Dios, el Señor sabe cómo curarlas a través de su gracia.
Todo depende de empezar a olvidarnos de nosotros mismos y empezar a fijar
nuestros ojos en Él, en su Misericordia.