Felicitemos al Señor: por su
Creación, por nuestra vida, por lo bueno que es con nosotros.
Entrados en esta situación, vemos a
Dios como el Amigo que está entusiasmado del transcurso de la Historia con sus
amigos; ellos le felicitan, Él les felicita a ellos. Pero Señor, ¿qué hemos
hecho? “Cuando vosotros lo habéis hecho con vuestros hermanos, conmigo lo
habéis hecho”
Él nos ama, y nosotros nos
alimentamos de su amor y lo transmitimos a nuestros prójimos; así es el
mecanismo; ¡hermosa maquinaria del Amor!
Y siempre acompañados de María,
camino directo a Jesús; ella le observa, nos observa, con su mirada lo dice
todo; nos anima a insistir y perseverar, desear y suplicar, amar y ofrecer.
Todo hacia el eje central, Cristo.
Otra presencia, fácilmente olvidable
por su ocultamiento, nuestro ángel de la guarda; ¿cómo se llama el tuyo?
¿Quieres llamarle por algún nombre especial? No hay segundo que no esté velando
por ti; celebra en tus alegrías, te alienta en tus tristezas, te protege en tus
tentaciones, ora contigo y por ti.
Acompañados de nuestro ángel y de
María le decimos al Señor: ¡felicidades! Y dejemos que el eco de esta palabra
se vaya diluyendo en el espacio silencioso de la alegría de la oración, de
estar un rato con mi Amigo, el Maestro.