“Desbordo de gozo con el Señor”. El
salmo de la misa suele indicarnos el tono espiritual de la fiesta que se
celebra. Hoy, que celebramos el Nacimiento de Nuestra Madre la Virgen María, el
salmo exulta de alegría. Una vez más, la buena Madre tiñe de alegría nuestro
día a día, este jueves tan ordinario, porque dentro de la normalidad tenemos
algo grande que celebrar. Una alegría Suya que nos invita a compartir, a que
haga de este día tan normal un día muy especial. Hoy es un día para hacerse un
poco más marianos, para renovar nuestra relación con María, para enamorarnos
locamente de Ella.
Dos son los motivos que nos brinda el
salmo: “confío en tu misericordia” y “el bien que me ha hecho”. La misericordia
que el Señor ha tenido de regalarnos esta Madre, de cuidarla desde el primer
momento de su Concepción para prepararla como Madre del Mesías que nos ha
salvado y como futura Madre nuestra. Las misericordias concedidas a María -su Inmaculada Concepción, su fe, su participación en la
Redención, su Hijo- son misericordias que nos concede a nosotros. Y Ella se
alegra de poder compartirlo todo con nosotros. Porque somos sus hijos, porque
somos su todo.
Una vida que comienza asentada en el
bien que hace el Señor sólo puede continuar desarrollándose en la confianza en
que el Señor seguirá derramando misericordias. Misericordias que Ella seguirá
compartiendo con sus Hijos de la tierra, tan queridos por Ella, cuyas
actividades le recuerdan tantos momentos vividos: el trabajo en la casa, la
preocupación por los hijos, por su educación y por su salud, los pequeños
recados del día a día, las conversaciones, los amigos… Hoy celebramos el día en
que en su vida entraron tantas pequeñas y ordinarias cosas y Ella sonríe al ver
que también nosotros las vivimos. Y quiere que fusionemos esas pequeñas cosas
con la alegría de su nacimiento. Porque Ella también un día pasó por ellas.