Mañana yo estaré en pie en la cima
del monte (Ex 17,8).
Levanto mis ojos a los montes. ¿De
dónde me vendrá el auxilio? (Sal 120)
La montaña ha constituido para
nosotros (y debe seguir siendo así), una auténtica escuela de formación en
valores humanos. El fortalecimiento de la voluntad, el espíritu de superación,
el descubrimiento del compañerismo son dádivas que nos entrega la montaña si
somos perseverantes. Es el regalo de las tres “S” que, según dicen los
montañeros italianos, nos hace a cada uno la montaña: Silentes (silenciosos,
que no taciturnos), sofferentes (sufrientes, que no masoquistas) y sobrios. En
otras palabras: reflexivos, constantes y austeros. Y siempre sabiendo que
cometería una equivocación quien pensase que lo valioso en el montañismo es la
cima de la montaña y no la ascensión.
Pero hay más. También la montaña ha
de constituir para nosotros un lugar de encuentro privilegiado con Dios. “Al
final de los días estará firme el monte de la casa del Señor, en la cima de los
montes, encumbrado sobre las montañas. Hacia él confluirán los gentiles,
caminarán pueblos numerosos. Dirán: «Venid, subamos al monte del Señor, a la casa
del Dios de Jacob y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas»”
(Is 2, 2).
La montaña se presta no solo al
encuentro con Dios, sino también al diálogo profundo con Él. En la montaña se
dan todos los factores que facilitan la meditación, pues la contemplación de la
naturaleza desde ese lugar privilegiado nos llevará a la admiración, y de ella
–de modo espontáneo − surgirá la alabanza al Creador.
¿Cómo no traer a colación al Beato
Pier Giorgio Frassati, ese gran enamorado y entusiasta de las montañas? Suya es
esta frase. “Me siento cada día más apasionado por la montaña. Me atrae su
fascinación. Deseo siempre más vivamente escalar las cumbres, llegar a las más
elevadas cimas, gustar esa alegría pura que solo puede tenerse en la montaña”.
Juan Pablo II, que beatificó a
Frassati el 20 de mayo de 1990, decía de él lo siguiente: “Exploraba con ardor
las cimas que la coronan; había hecho de cada escalada a las montañas un
itinerario que acompañaba al ascético y espiritual, una escuela de oración y de
adoración, un esfuerzo de disciplina y de elevación”. Beato Frassati, ¡qué buen
modelo de militante de la Virgen!