* Primera
lectura: Pablo se
goza con la alegría que siente
por haber recibido la misión de anunciar el misterio de Cristo a los paganos.
Ésa es "la gracia de Dios que se le ha dado", anunciar "que también los paganos
son coherederos, miembros del mismo cuerpo y participes de la promesa en
Jesucristo".
Hasta entonces podía parecer que los
únicos herederos de la promesa de Dios eran los judíos. Ahora Pablo tiene la
alegría de "anunciar a los gentiles la riqueza insondable que es
Cristo" y proclamar que todos los que creen en Jesús, vengan del judaísmo
o del paganismo, "tenemos libre y confiado acceso a Dios por la fe en
Cristo".
Al igual que Pablo, todos nosotros
debemos sentirnos satisfechos, no sólo por la suerte de creer nosotros mismos,
sino de poder comunicar, a
todos los que nos quieran oír, la Buena Noticia de que todos somos
"coherederos", que no hay privilegiados ante Dios.
No importa la raza, la edad o la cultura que sea; si la persona cree en Jesús, es
coheredera, o sea, está llamada a compartir con los creyentes y los santos de
todos los tiempos la vida que Dios nos tiene preparada.
* Salmo: Dios ha sido grande para con nosotros. Pues a nosotros,
que antes estábamos lejos, ahora nos ha hecho cercanos a Él. Él nos ha
injertado a Jesús, su Hijo, por medio de la fe y del Bautismo. Ahora ya no
somos extraños ni advenedizos, sino hijos de Dios. Por eso démosle gracias e
invoquemos su Nombre, pues Él nos amará siempre y jamás dejará que seamos
vencidos por el pecado y la muerte, si en verdad confiamos en Él y le somos
fieles. Sabiéndonos amados por
Dios; habiendo recibido la gran prueba de su amor al ser perdonados gracias a
la muerte de su Hijo, contemos a los pueblos sus hazañas, pues Él se levantó victorioso sobre
nuestro pecado y nuestra muerte librándonos de todo aquello que nos condenaba
en su presencia. ¿Acaso alguien nos ha amado más que Él? En verdad que Dios ha
sido grande con nosotros. Bendito sea su Nombre por siempre entre nosotros.
* Evangelio: Comentario de San Efrén (hacia 306-373) diácono en Siria,
doctor de la Iglesia. Comentario sobre el evangelio, o Diatessaron 18,15; SC
121, pag 325ss
“A la hora que menos penséis vendrá
el Hijo del hombre.” (Lc 12,40)
Para evitar cualquier pregunta
indiscreta sobre el momento de su venida, Jesús declara: “En cuanto al día y la
hora, nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el
Padre.” (Mt 24,36) y en otro lugar: “No os toca vosotros conocer los tiempo o
momentos que el Padre ha fijado con su poder.” (Hch 1,7) Nos lo ha escondido para que
estemos en vela y que cada uno de nosotros pueda pensar que esta acontecimiento
se realizará durante su vida. Si
nos hubiera revelado el momento de su venida, su vuelta sería en vano: las naciones
y los pueblos en los que se verificará, no lo desearían. Él ha dicho que
volvería, pero no ha precisado el momento. Así, todos los pueblos y
generaciones y todos los siglos tienen sed de él.
Es cierto que ha dado a conocer los
signos de su venida, pero no se ve su término. En el constante cambio en que
vivimos, estos signos ya han tenido lugar y al mismo tiempo perduran. Su última
venida es, efectivamente, parecida a la primera. Los justos y los profetas
deseaban la primera venida; pensaban verlo en sus días. Así mismo, hoy cada uno de los
fieles en Cristo desea acogerlo en su propio tiempo, tanto más que Jesús no ha dicho
claramente el día de su aparición. Así, nadie puede creer que Jesús está
sometido a la ley del tiempo, a una hora concreta, él que domina los números y
los tiempos.
Oración final:
Dios todopoderoso, concede a los
fieles, que se alegran bajo la protección de la Virgen María, verse libres, por
su intercesión, de todos los males de este mundo y alcanzar las alegrías del
cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.