22 octubre 2016. Sábado de la XXIX semana de T.O. – San Juan Pablo II – Puntos de oración

Para tener con el Señor un momento de intimidad este sábado nos puede ayudar una poesía de Lope de Vega que me ha sugerido la página de los claretianos sobre las lecturas de hoy.
Pidamos, como siempre, luz al Espíritu Santo para que no sea un momento más del día, sino uno especial, ya que Él quiere decirme algo al corazón.
El evangelio nos habla de conversión, para dar fruto, de la paciencia del Señor con nosotros, que espera un año, y otro, y otro, que su amor cambie nuestro corazón. Yo veo a Jesús reflejado, no en el señor de la viña, sino en el viñador que la cuida y que se ofrece a seguir trabajando la higuera para que dé fruto. Así es el Señor con nosotros. No se cansa de esperarnos.
Dice el soneto de Lope de Vega, muy conocido: 
¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?
¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas veces el ángel me decía:
"Alma, asómate agora a la ventana;
verás con cuánto amor llamar porfía!"
¡Y cuántas, hermosura soberana,
"Mañana le abriremos", respondía,
para lo mismo responder mañana!

Abrámosle hoy el corazón al Señor de par en par, ofrezcámosle nuestra nada, nuestra miseria de cada día. El pondrá en nuestras manos sus méritos, como nos recuerda la canción de Abelardo que a muchos nos volvió a emocionar el pasado sábado, en el musical “Contigo”:
Dios de mis manos vacías
Que de nada me creaste,
Y eternamente me amaste
Aun cuando yo no existía.
Antes de que yo naciera,
Esperanzas te infundiera
que con amor pagaría
el amor que en mi pusieras.
Mas el pago que te di
Fue el de mis manos vacías,
mas el pago que te di
fue el de mis manos vacías.
No por eso te rendiste.
De más gracia me colmaste,
y nueva mente vacías
las manos en mí encontraste.
Mas tu amor, que nunca acaba,
nuevas gracias concebía
y al fin venciste, Señor,
y al fin venciste, Señor.
Pues en mis manos vacías
puse tu propio dolor,
mis miserias y mi nada,
y Tú pusiste tus llagas.
Manos así transformadas
colman todo de tu amor;
ya no las tengo vacías
las ha llenado mi Dios.

Esa es nuestra esperanza, nuestra confianza. Él ha bajado a lo profundo de nuestra miseria, como nos recuerda la primera lectura de la carta a los Efesios, y nos ha dado sus dones, constituyéndonos en apóstoles de su misericordia en medio del mundo.

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