Comenzaremos nuestra oración
poniéndonos en la presencia de Dios e invocando al Espíritu Santo, por Él nos
llegan todas gracias y Él mismo. Necesitamos el Espíritu porque por nuestras
fuerzas poco podemos. Nos hemos dado ya muchas veces cuenta de lo frágiles que
somos y la cantidad de veces que caemos. Notamos en nosotros la fuerza del
pecado original, de nuestra concupiscencia y necesitamos invocar la fuerza del
Espíritu.
La primera lectura nos recuerda que
esta invocación al Espíritu debe ser continua en nuestras vidas, porque es Él
el que establece una nueva ley en nuestros corazones, la ley del amor. Es el
Espíritu, que acogido por la fe, se establece en nosotros y nos hace vivir
conforme a lo que Él es, conforme a la ley del amor. Cuando uno vive movido por
el amor, todo lo que hace, lo que considera que debe hacer, las leyes que debe
cumplir se realizan de manera distinta. Es el amor el que mueve, el que rige el
actuar, el que da fuerzas, y todo fluye de otra manera. Cuando uno piensa en el
actuar de las madres con los hijos puede llegar a entender esta forma de
actuar.
Jesús llego en esta forma de vida
hasta el extremo, incluso se hizo maldito por nosotros.
Continuar pues leyendo el salmo que
comienza recordándonos su nueva alianza. El liberó a su pueblo de la
esclavitud, estableció una alianza en el Sinaí y cuando de nuevo el pueblo se
separa de Él le vuelve a liberar del pecado colgando del madero y enviándonos
su Espíritu.
Así dar gracias de todo corazón.
Recordar como hacía el pueblo de Israel todas sus acciones, sobre todo el paso
del mar Rojo, la liberación de la esclavitud. Nosotros en la oración recordar
todas sus gracias para con nosotros. La gracia de la fe de donde parte todo y
como dice la primera lectura de donde vive el justo. La gracia de los
sacramentos, de la Eucaristía. De poder hacer la oración delante de Él mismo,
de su vida en nosotros…Y tantas y tantas gracias que conocemos solamente Él y
yo.
Esta forma de hacer la oración tiene
también el fruto de que nos hace a nosotros portadores del amor, trasmisores
del amor ya que uno se da cuenta de todo lo que ha recibido por puro amor.
También nos afianza en el amor y nos aleja del pecado al querer corresponder al
amor.
Nos equilibra, mantiene nuestro reino
en paz y aleja de nuestras casas las guerras y divisiones.
No terminar la oración en esta
festividad de la Virgen del Rosario, ella encomendó a Santo Domingo de Guzmán
que lo predicara. La mejor predicación es su rezo. Unámonos todos hoy pidiendo
unos por otros a la Virgen.