Lectura del libro del Deuteronomio
(7,6-11)
Moisés
habló al pueblo, diciendo: «Tú eres un pueblo santo para el Señor, tu Dios; el
Señor, tu Dios, te eligió para que seas, entre todos los pueblos de la tierra,
el pueblo de su propiedad. Si el Señor se enamoró de vosotros y os eligió, no
fue por ser vosotros más numerosos que los demás, pues sois el pueblo más
pequeño, sino que, por puro amor a vosotros y por mantener el juramento que
había hecho a vuestros padres, os sacó el Señor de Egipto con mano fuerte y os
rescató de la casa de esclavitud, del poder del Faraón, rey de Egipto.
Reconoce, pues, que el Señor, tu Dios, es Dios; él es el Dios fiel que mantiene
su alianza y su favor con los que lo aman y observan sus preceptos, por mil
generaciones. Pero castiga en su propia persona a quien lo odia, acabando con
él. No se hace esperar; a quien lo odia, lo castiga en su propia persona.
Observa, pues, el precepto, los mandatos y decretos que te mando hoy que
cumplas».
Salmo responsorial (Sal
102,1-2.3-4.6-7.8.10)
R. La misericordia del Señor dura POR siempre para aquellos que le temen.
R. La misericordia del Señor dura POR siempre para aquellos que le temen.
Bendice,
alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios. R.
Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios. R.
Él
perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura. R.
él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura. R.
El
Señor hace justicia y defiende a todos los oprimidos;
enseñó sus caminos a Moisés y sus hazañas a los hijos de Israel. R.
enseñó sus caminos a Moisés y sus hazañas a los hijos de Israel. R.
El
Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia.
No nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas. R.
No nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas. R.
Lectura de la primera carta del
apóstol san Juan (4,7-16)
Queridos
hermanos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama
ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque
Dios es amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios
envió al mundo a su Unigénito, para que vivamos por medio de él. En esto
consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos
amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados.
Queridos hermanos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos
amarnos unos a otros. A Dios nadie lo ha visto nunca. Si nos amamos unos a
otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su
plenitud. En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros: en que nos
ha dado de su Espíritu. Y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el
Padre envió a su Hijo para ser Salvador del mundo. Quien confiese que Jesús es
el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios. Y nosotros hemos conocido
el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor, y quien
permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él.
Lectura del santo evangelio según
san Mateo (11,25-30)
En
aquel tiempo, tomó la palabra Jesús y dijo: «Te doy gracias, Padre, Señor de
cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y
entendidos y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido
bien. Todo me ha sido
entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce
al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí
todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo
sobres vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y
encontraréis descanso, para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi
carga ligera».