1 septiembre de 2014. Lunes de la XXII semana de Tiempo Ordinario

En nuestra oración entramos en el misterio de Dios. Jesucristo crucificado es la máxima manifestación del amor de Dios por nosotros, es por eso que los cristianos solemos orar ante un crucifijo. Quevedo expresaba esta realidad diciendo en una de sus últimas cartas: “nadie se atreve a Dios sin poner delante a Cristo”. En la oración de este día os invito a mirar al Crucificado y poner ante Él vuestra vida.

De una forma o de otra la cruz siempre se dibuja en nuestro horizonte. Por la fe sabemos afrontarla unidos a Jesucristo para hacer de ella instrumento de redención. Además sabemos que las cruces no tienen nunca la última palabra sino que son una ocasión para amar y aprender a amar.

En la vida de Jesús también la cruz se presentó en su horizonte de forma real y dramática. San Lucas en su evangelio nos lo quiere mostrar desde el principio, presentándonos en Nazaret lo que luego sucedería en Jerusalén. Contemplemos a Jesús en este trace entrando en su corazón. Quiere suscitar la fe en nuestros corazones como en la de sus contemporáneos de Nazaret. Expresemos nuestra fe en Él para que nuestra oración ilumine cada situación que vivamos en este día.

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