Descanso estival 2020

Un año más los meses de julio y agosto no se enviará la oración del militante. Muchas gracias por estar ahí y nos encontramos a la vuelta.
¡Un cordial saludo!

30/6/2020. Martes de la XIII semana del Tiempo Ordinario


Lectura de la profecía de Amós (3, 1-8; 4, 11-12)
Escuchad la palabra que el Señor ha pronunciado contra vosotros, hijos de Israel, contra toda tribu que saqué de Egipto: «Solo a vosotros he escogido, de entre todas las tribus de la tierra. Por eso os pediré cuentas de todas vuestras transgresiones». ¿Acaso dos caminan juntos sin haberse puesto de acuerdo? ¿Acaso ruge el león en la foresta sino tiene una presa? ¿Deja el cachorro oír su voz desde el cubil si no ha apresado nada? ¿Acaso cae el pájaro en la red, a tierra, si no hay un lazo? ¿Salta la trampa del suelo si no tiene una presa? ¿Se toca el cuerno en una ciudad sin que ese estremezca la gente? ¿Sucede una desgracia en una ciudad sin que el Señor la haya causado? Ciertamente, nada hace el Señor Dios sin haber revelado su designio a sus servidores los profetas. Ha rugido el león, ¿quién no temerá? El Señor, Dios ha hablado ¿quién no profetizará? Os transformé como Dios transformó a Sodoma y Gomorra y quedasteis como tizón sacado del incendio. Pero no os convertisteis a mí - oráculo del Señor -. Por eso, así voy a tratarte, Israel. Sí, así voy a tratarte: prepárate al encuentro con tu Dios.
Salmo responsorial (Sal 5, 5-6. 7. 8)
R. Señor, guíame con tu justicia.
Tú no eres un Dios que ame la maldad, ni el malvado es tu huésped,
ni el arrogante se mantiene en tu presencia. R.
Detestas a los malhechores, destruyes a los mentirosos;
al hombre sanguinario y traicionero lo aborrece el Señor. R.
Pero yo, por tu gran bondad, entraré en tu casa,
me postraré ante tu templo santo en tu temor. R.
Lectura del santo Evangelio según san Mateo (8, 23-27)
En aquel tiempo, subió Jesús a la barca, y sus discípulos lo siguieron. En esto se produjo una tempestad tan fuerte, que la barca desaparecía entre las olas; él dormía. Se acercaron y lo despertaron gritándole: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!». Él les dijo: «¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?» Se puso en pie, increpó a los vientos y al lago, y vino una gran calma. Los hombres se decían asombrados: «¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar lo obedecen?»

30 junio 2020. Martes de la XIII semana del Tiempo Ordinario – Puntos de oración


¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?
La pandemia que hemos sufrido, cuyas consecuencias siguen presentes ha de recordarnos, que en la vida, en el navegar por el tiempo, habrá momentos de tempestad. Momentos en que tememos hundirnos. Si algo, junto a las trágicas consecuencias de enfermedad y muerte generó -genera aún- la pandemia, fue miedo. Nos sentíamos inermes ante lo que sucedía y podía sucedernos. Y sin tener a dónde ni a quién acogernos. Miedo vivido en soledad. Miedo disimulado ante aquellos con los que convivíamos. Nos sentíamos poca cosa, estábamos como los apóstoles en el texto evangélico acobardados. La pandemia es un ejemplo actual; pero nos encontramos y encontraremos con más situaciones en la vida, en las que la situación dura se nos impone: será enfermedad propia o ajena, será muerte de alguien cercano. Será también experiencias de fracaso de diverso tipo en nuestra vida. O experiencia de una incertidumbre que alberga un porvenir oscuro. Son los vientos y las corrientes contrarios que encontramos en el navegar por la vida. Tiempos de estar acobardados.
Jesús en el texto evangélico se nos muestra exigente: no tienen derecho los apóstoles en plena tempestad a tener miedo, si él está con ellos. Les reprocha que no confíen en él. Esa es la fe: la confianza en quien decimos que creemos. La confianza que supera evidencias inmediatas de impotencia y miedo. Ahí reside el mensaje del texto evangélico. No podemos desconfiar del Dios en quien decimos creer. En medio de la tempestad hay que buscarle, y contar con él, es el momento de tener conciencia de que no vivimos solos, él está en nuestras vidas. Está para darnos valor y no dejarnos acobardar; para darnos esperanza, no dejarnos aplastar por el temor.
(Lo escribo y sé que no es fácil llevarlo a la práctica -a mí el primero me cuesta). Es fácil que vivamos la situación de cobardía y miedo de los apóstoles en la barca en medio de la tempestad. Hemos de ir preparándonos para esos momentos. Malo es que cuando la navegación por la vida es plácida nos olvidemos de Dios. Luego no será fácil hacerlo presente cuando se produzca la tempestad. Hay que cuidar sentir a Dios en nuestro vivir. Contar con él. Para pedirle ayuda en la dificultad, pero también para darle gracias cuando parece que no le necesitamos.

29/6/2020. Solemnidad de san Pedro y san Pablo


Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (12, 1-11)
En aquellos días, el rey Herodes decidió arrestar a algunos miembros de la Iglesia para maltratarlos. Hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan. Al ver que esto agradaba a los judíos, decidió detener a Pedro. Eran los días de los Ácimos. Después de prenderlo, lo metió en la cárcel, entregándolo a la custodia de cuatro piquetes de cuatro soldados cada uno; tenía intención de presentarlo al pueblo pasadas las fiestas de Pascua. Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él. Cuando Herodes iba a conducirlo al tribunal, aquella misma noche, estaba Pedro durmiendo entre dos soldados, atado con cadenas. Los centinelas hacían guardia a la puerta de la cárcel. De repente, se presentó el ángel del Señor, y se iluminó la celda. Tocando a Pedro en el costado, lo despertó y le dijo: «Date prisa, levántate». Las cadenas se le cayeron de las manos, y el ángel añadió: «Ponte el cinturón y las sandalias». Así lo hizo, y el ángel le dijo: «Envuélvete en el manto y sígueme». Salió y lo seguía sin acabar de creerse que era realidad lo que hacía el ángel, pues se figuraba que estaba viendo una visión. Después de atravesar la primera y la segunda guardia, llegaron al portón de hierro que daba a la ciudad, que se abrió solo. ante ellos. Salieron, y anduvieron una calle y de pronto se marchó el ángel. Pedro volvió en sí y dijo: «Ahora sé realmente que el Señor ha enviado a su ángel para librarme de las manos de Herodes y de toda la expectación del pueblo de los judíos».
Salmo responsorial (Sal 33, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9)
R. El Señor me libró de todas mis ansias.
Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren. 
R.
Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor, y me respondió, me libró de todas mis ansias. 
R.
Contempladlo, y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará.
El afligido invocó al Señor, él lo escuchó y lo salvó de sus angustias. 
R.
El ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los protege.
Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a él. 
R.
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo (4, 6-8. 17-18)
Querido hermano: Yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente. He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe. Por lo demás, me está reservada la corona de la justicia, que el Señor, juez justo, me dará en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que hayan aguardado con amor su manifestación. Mas el Señor me estuvo a mi lado y me dio fuerzas para que, a través de mí, se proclamara plenamente el mensaje y lo oyeran todas las naciones. Y fui librado de la boca del león. El Señor me librará de toda obra mal y me salvará llevándome a su reino celestial. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (16, 13-19)
En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?» Ellos contestaron: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas». Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Jesús le respondió: «¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».

29 junio 2020. Solemnidad de san Pedro y san Pablo – Puntos de oración


San Pedro y san Pablo son considerados tradicionalmente como las dos columnas sobre las que se asienta la Iglesia. Pedro, la roca designada por el mismo Cristo sobre la cual edificará la Iglesia. Pablo, apóstol de los gentiles, de los ateos diríamos hoy; viajero infatigable, fundador y animador de numerosas comunidades cristianas. Dos personalidades muy diferentes pero unidas por una misma misión y ambas laceradas por una profunda herida o debilidad.
En el caso de San pablo, es él mismo quien nos dice: “…me han metido una espina en la carne: un ángel de Satanás que me apalea, para que no sea soberbio. Tres veces he pedido al Señor verme libre de él; y me ha respondido: «Te basta mi gracia». Mucho se ha discutido sobre qué sería esa espina, pero los estudiosos no han logrado ponerse de acuerdo en ello. Sólo sabemos, que era algo que arrastraba en el tiempo y que le servía…” para que no tenga soberbia”.
En cuanto a Pedro, la imagen que se puede desprender de la lectura de la Sagrada escritura es que era un bravucón, decidido y fuerte en apariencia, pero débil de carácter. Tiene en su currículum, el récord de haber negado al Señor... ¡tres veces consecutivas! Y luego, a lo largo de su vida como cabeza de la Iglesia parece que en un par de ocasiones más, no supo estar tampoco a la altura de las circunstancias. Dicen que, después de la crucifixión del Señor, de tanto llorar tenía el rostro marcado por dos profundos surcos. Lo que también se desprende de la lectura de los hechos de los apóstoles y de sus cartas, es su profunda humildad.
Y es que, aunque nos cueste entenderlo, Dios no nos necesita santos, nos necesita humildes. La “espina” de Pablo y la debilidad de Pedro fueron los medios de los que se sirvió el Señor para mantenerlos humildes y, por tanto, dóciles a la acción del Espíritu. Cefas, la piedra sobre la que se asentó la Iglesia es una base sólida porque se asentaba sobre un cimiento de humildad. Pablo, a pesar de su debilidad, se le dijo: “Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad”.
Es decir, ni la debilidad de uno ni la de otro, fueron obstáculo suficiente para que fueran santos. Por eso la Iglesia nos los pone como modelos en este día, porque a pesar de sus debilidades, fueron santos, porque fueron humildes.
Recordemos para terminar, que también fue la humildad de una doncella de Nazaret, lo que atrajo la mirada de Dios sobre aquella que habría de escoger para ser la corredentora del género humano y madre de su Hijo. La Madre de Dios y esclava del Señor simultáneamente.

28/6/2020. Domingo XIII del Tiempo Ordinario (Ciclo A)


Lectura del segundo libro de los Reyes (4, 8-11.14-16a)
Pasó Eliseo un día por Sunén. Vivía allí una mujer principal que le insistió en que se quedase a comer; y, desde entonces, se detenía allí a comer cada vez que pasaba. Ella dijo a su marido: «Estoy segura de que es un hombre santo de Dios el que viene siempre a vernos. Construyamos en la terraza una pequeña habitación y pongámosle arriba una cama, una mesa, una silla y una lámpara, para que cuando venga pueda retirarse». Llegó el día en que Eliseo se acercó por allí y se retiró a la habitación de arriba, donde se acostó. Entonces se preguntó Eliseo: «¿Qué podemos hacer por ella?» Respondió Guejazí, su criado: «Por desgracia no tiene hijos y su marido es ya anciano». Eliseo ordenó que la llamase. La llamó y ella se detuvo a la entrada. Eliseo le dijo: «El año próximo, por esta época, tú estarás abrazando un hijo».
Salmo responsorial (Sal 88)
R. Cantaré eternamente las misericordias del Señor.
Cantaré eternamente las misericordias del Señor, anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
Porque dijiste: «La misericordia es un edificio eterno»,
más que el cielo has afianzado tu fidelidad. R.
Dichoso el pueblo que sabe aclamarte: caminará, oh, Señor, a la luz de tu rostro;
tu nombre es su gozo cada día, tu justicia es su orgullo. R.
Porque tú eres su honor y su fuerza, y con tu favor realzas nuestro poder.
Porque el Señor es nuestro escudo, y el Santo de Israel nuestro rey. R.
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los romanos (6, 3-4.8-11)
Hermanos: Cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte. Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva. Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él; pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él. Porque quien ha muerto, ha muerto al pecado de una vez para siempre; y quien vive, vive para Dios. Lo mismo vosotros, consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (10, 37-42)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí; y el que no carga con su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará. El que os recibe a vosotros me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta tendrá recompensa de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo tendrá recompensa de justo. El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños, solo porque es mi discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa».

28 junio 2020. Domingo XIII del Tiempo Ordinario (Ciclo A) – Puntos de oración


En la presencia del Señor, a la que el Espíritu nos lleva, para gloria del Padre. Así estamos iniciando la oración, muy cerquita de la Madre y bajo la protección de S. José.
Con el Salmo 88 queremos inspirarnos para alabar al Señor, para caminar en su presencia. Con esa preciosa expresión, “caminar a la luz de tu rostro”. Alabanza y presencia nos traen un gozo cada día, son la fuente para ser voluntad de Dios.
Sólo Él, siendo alma y vida de nuestro ser más íntimo, es como podremos “considerarnos muertos al pecado” y defendernos de sus instigadores (la propia carne y el enemigo por antonomasia, el diablo). “Porque el Señor es nuestro escudo”, nos dice el Salmo. ¿Qué me impide pues, acudir a Jesús para pedir su ayuda, para que vaya creciendo en mí su presencia, para verle en todo lo que me rodea?
“El que pierda su vida por mí la encontrará”. Pidamos la gracia de creer y determinarnos a vivir esta invitación de Jesús. Perder la vida siendo responsable en mi trabajo, llevando con paciencia propios y ajenos defectos, perdonando y olvidando, siendo creativo para llevar a otros algo de consuelo y paz, dedicando tiempo a fondo perdido…
Santa María de la Visitación, contágianos tu presteza para el bien, tu transparencia para llevar y despertar a Jesús en otros, tu abnegación para acompañar en servicio humilde y tu discreción para sabernos retirar y dejar crecer.

27/6/2020. Sábado de la XII semana del Tiempo Ordinario


Lectura de las Lamentaciones (2, 2. 10-14. 18-19)
Ha destruido el Señor, sin piedad, todas las moradas de Jacob; ha destrozado, lleno de cólera, las fortalezas de la hija de Judá; echó por tierra y profanó el reino y a sus príncipes. Se sientan silenciosos en el suelo los ancianos de la hija de Sion; cubren de polvo su cabeza y se ciñen con saco; humillan hasta el suelo su cabeza las doncellas de Jerusalén. Se consumen en lágrimas mis ojos, se conmueven mis entrañas; muy profundo es mi dolor por la ruina de la hija de mi pueblo; los niños y lactantes desfallecen por las plazas de la ciudad. Preguntan a sus madres: «¿Dónde hay pan y vino?», mientras agonizan, como los heridos, por las plazas de la ciudad, exhalando su último aliento en el regazo de sus madres. ¿A quién te compararé, a quién te igualaré, hija de Jerusalén?; ¿con quién te equipararé para consolarte, doncella, hija de Sion?; pues es grande como el mar tu desgracia: ¿quién te podrá curar? Tus profetas te ofrecieron visiones falsas y vanas; no denunciaron tu culpa para que cambiara tu suerte, sino que te anunciaron oráculos falsos y seductores. Sus corazones claman al Señor. Muralla de la hija de Sion, ¡derrama como un torrente tus lágrimas día y noche; no te des tregua, no descansen tus ojos! Levántate, grita en la noche, al relevo de la guardia; derrama como agua tu corazón en presencia del Señor; levanta tus manos hacia él por la vida de tus niños, que desfallecen de hambre por las esquinas de las calles.
Salmo responsorial (Sal 73, 1-2. 3-4. 5-7. 20-21)
R. No olvides sin remedio la vida de tus pobres.
¿Por qué, oh, Dios, nos rechazas para siempre
y está ardiendo tu cólera contra las ovejas de tu rebaño?
Acuérdate de la comunidad que adquiriste desde antiguo,
de la tribu que rescataste para posesión tuya,
del monte Sion donde pusiste tu morada. 
R.
Dirige tus pasos a estas ruinas sin remedio; el enemigo ha arrasado del todo el santuario.
Rugían los agresores en medio de tu asamblea, levantaron sus propios estandartes. 
R.
Como quien se abre paso entre la espesa arboleda,
todos juntos derribaron sus puertas, las abatieron con hachas y mazas.
Prendieron fuego a tu santuario, derribaron y profanaron la morada de tu nombre. 
R.
Piensa en tu alianza: que los rincones del país están llenos de violencias.
Que el humilde no se marche defraudado, que pobres y afligidos alaben tu nombre. 
R.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (8, 5-17)
En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó rogándole: «Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho». Le contestó: «Voy yo a curarlo». Pero el centurión le replicó: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno: “Ve”, y va; al otro: “Ven”, y viene; a mi criado: “Haz esto”, y lo hace». Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían: «En verdad os digo que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos; en cambio, a los hijos del reino los echarán fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes». Y dijo Jesús al centurión: «Vete; que te suceda según has creído». Y en aquel momento se puso bueno el criado. Al llegar Jesús a la casa de Pedro, vio a su suegra en cama con fiebre; le tocó su mano y se le pasó la fiebre; se levantó y se puso a servirle. Al anochecer, le llevaron muchos endemoniados; él, con su palabra, expulsó los espíritus y curó a todos los enfermos para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías: «Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades».

27 junio 2020. Sábado de la XII semana del Tiempo Ordinario – Puntos de oración


Busquemos en este día tener un intenso momento de oración, puestos en la presencia de Dios, que puede tener de fondo la última frase del evangelio:
«Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades.»
Hemos estado los últimos días en la misa siguiendo las desventuras del pueblo de Israel, primero en Samaria y después en Judea. Como fueron conquistados, deportados, arrasados, destruidos, empobrecidos. Hoy el libro de las lamentaciones resume el estado en que ha quedado el pueblo, Jerusalén.
Quizás muchas veces nos hemos sentido así nosotros mismos, quizás en estos meses de confinamiento han venido sobre nosotros desgracias exteriores o interiores, y nos hemos sentido como el profeta que se lamenta.
Puede que incluso hayamos caído en la tentación del engaño, de las visiones falsas, como las que ofrecían los profetas al pueblo en Jerusalén, en lugar de denunciar sus culpas. ¡Cuántas veces intentamos justificar nuestras perezas, desganas o ingratitudes! Otras hemos escondido la cabeza, como el avestruz, hemos huido de los problemas, no hemos sido capaces de coger el toro por los cuernos.
Pero hoy viene la Palabra de Dios a alentarnos, a darnos de nuevo claves que reactiven nuestra alma. La receta es clara: mirar al Señor, no a nosotros, mirarle y gritarle. Con toda el alma, con lágrimas, pidiendo por nosotros y por los que tenemos cerca, por los que sentimos que lo necesitan porque andan sin Dios, sin esperanza, moribundos por las calles, sin un sentido para sus vidas. Gritar con el salmo 73: No olvides, Señor, la vida de tus pobres. No te olvides, Señor.
Ponernos bajo el manto de la Virgen, cerca de su corazón inmaculado, para rogar desde ahí al corazón de Cristo. De la Madre misericordiosa al Dios de la misericordia.
Recordemos la escena del centurión y no nos cansemos de repetir lo que tantas veces decimos, en cada eucaristía: Señor, yo no soy digno de que entres en mi morada, más di una sola palabra, más di una sola palabra, y mi alma quedará sana, quedará sana, como la de aquel criado del centurión.
En estos días el evangelio también nos está ofreciendo claves de confianza, en línea con el mes del Corazón de Jesús que estamos terminando. Peticiones al Señor que se ven desbordadas por su generosidad. Vemos al final de la lectura de hoy que Jesús sigue curando: a la suegra de Pedro, a los endemoniados, a los enfermos. Pero la última frase nos revela un poco esa labor de Cristo:
«Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades.»
No se evaporan, no desaparecen, sino que él las toma, las echa a sus espaldas, las asume, las redime, las renueva, las resucita. Lo hace en cada eucaristía, donde de nuevo nos hacemos presentes al Misterio de su pasión, muerte y resurrección.
Por tanto, que le miremos, que le gritemos, que le pidamos, sabiendo con certeza que lo hizo y lo sigue haciendo:
«Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades.»

26/6/2020. Viernes de la XII semana del Tiempo Ordinario


Lectura del segundo libro de los Reyes (25, 1-12)
El año noveno del reinado de Sedecías, el mes décimo, el diez del mes, vino Nabucodonosor, rey de Babilonia, con todo su ejército contra Jerusalén. Acampó contra ella y la cercaron con una empalizada. Y la ciudad estuvo sitiada hasta el año once de Sedecías. El mes cuarto, el día noveno del mes, cuando arreció el hambre dentro de la ciudad y no había pan para la gente del pueblo, abrieron una brecha en la ciudad; todos los hombres de guerra huyeron durante la noche por el camino de la puerta, entre los dos muros que están sobre el parque del rey, mientras los caldeos estaban apostados alrededor de la ciudad; y se fueron por el camino de la Arabá. Las tropas caldeas persiguieron al rey, dándole alcance en los llanos de Jericó. Entonces todo el ejército se dispersó, abandonándolo. Capturaron al rey Sedecías y lo subieron a Riblá, adonde estaba el rey de Babilonia, que lo sometió a juicio. Sus hijos fueron degollados a su vista, y a Sedecías le sacó los ojos. Luego lo encadenaron con doble cadena de bronce y lo condujeron a Babilonia. En el mes quinto, el día séptimo del mes, el año diecinueve de Nabucodonosor, rey de Babilonia, Nabuzardán, jefe de la guardia, servidor del rey de Babilonia, vino a Jerusalén. E incendió el templo del Señor y el palacio real y la totalidad de las casas de Jeru­salén. Todas las tropas caldeas que estaban con el jefe de la guardia demolieron las murallas que rodeaban Jeru­salén. En cuanto al resto del pueblo que quedaba en la ciudad, los desertores que se habían pasado al rey de Babi­lonia y el resto de la gente, los deportó Nabuzardán, jefe de la guardia. El jefe de la guardia dejó algunos de los pobres del país para viñadores y labradores.
Salmo Responsorial (Sal 136)
R. Que se me pegue la lengua al paladar, si no me acuerdo de ti.
Junto a los canales de Babilonia nos sentamos a llorar con nostalgia de Sion;
en los sauces de sus orillas colgábamos nuestras cítaras. 
R.
Allí los que nos deportaron nos invitaban a cantar;
nuestros opresores, a divertirlos: «Cantadnos un cantar de Sion». 
R.
¡Cómo cantar un cántico del Señor en tierra extranjera!
Si me olvido de ti, Jerusalén, que se me paralice la mano derecha. 
R.
Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti,
si no pongo a Jerusalén en la cumbre de mis alegrías. 
R.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (8, 1-4)
Al bajar Jesús del monte, lo siguió mucha gente. En esto, se le acercó un leproso, se arrodilló y le dijo: «Señor, si quieres, puedes limpiarme». Extendió la mano y lo tocó diciendo: «Quiero, queda limpio». Y enseguida quedó limpio de la lepra. Jesús le dijo: «No se lo digas a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio».

26 junio 2020. Viernes de la XII semana del Tiempo Ordinario – Puntos de oración


Ven Espíritu Santo… ilumina nuestras inteligencias, fortalece nuestras voluntades, enciende nuestros corazones en el fuego de tu Amor.
Santa María, concédenos tus ojos para mirarle, tus oídos para escucharle, tu Corazón para amarle.
Permíteme una pregunta a bocajarro, con ánimo de hacerte despertar, o incluso sangrar, al inicio de esta oración: ¿Estás salvado?
Quizá de nuestras sesiones de catecismo de la 1ª Comunión recordemos la respuesta: “sí, claro”, responderemos muchos. E incluso la digamos convencidos, como quien enuncia un teorema matemático. Una teoría aprendida.
Vamos con otra pregunta al inicio de esta oración: ¿de qué te ha salvado Jesucristo?
(Conviene que te detengas mirando al sagrario si estás en una capilla, o cerrando los ojos y recogiéndote en tu interior, donde Él habita, y trates de responder desde la sinceridad).
Si te viene a la cabeza y al corazón algo concreto, y un sentimiento de gratitud, la respuesta a la primera pregunta será  ciertamente. En caso contrario, hablaremos de oídas, de teorías, incluso de una ideología, como tantas otras, no del Evangelio de Jesucristo.
Y si has llegado hasta aquí, acepta, delante de Dios (eso es la oración, un diálogo vivo con Él, no un pensar uno mismo en ideas) una tercera pregunta: ¿vivo como un salvado?
Si no tengo la experiencia de haber sido salvado, aspiraré a ser simplemente una buena persona, pero no podré aspirar a la santidad. O de hecho, habré renunciado a ella, aunque hable de ella. Sólo quien se sabe salvado, vive como resucitado. Solo quien ha pasado por la muerte, y ha vuelto a la Vida, vive de la Gracia, no de sus fuerzas o de sus planes. 
Benedicto XVI, en el angelus del 12 de febrero de 2012, comentó la escena del leproso que súplica con humildad a Jesús ser curado. Te invito a que entres en ella, y como si presente te hallaras, trates de reflectir sobre ti mismo para sacar algún provecho:
Mientras Jesús estaba predicando por las aldeas de Galilea, un leproso se le acercó y le dijo: «Si quieres, puedes limpiarme». Jesús no evita el contacto con este hombre; más aún, impulsado por una íntima participación en su condición, extiende su mano y lo toca —superando la prohibición legal—, y le dice: «Quiero, queda limpio». En ese gesto y en esas palabras de Cristo está toda la historia de la salvación, está encarnada la voluntad de Dios de curarnos, de purificarnos del mal que nos desfigura y arruina nuestras relaciones. En aquel contacto entre la mano de Jesús y el leproso queda derribada toda barrera entre Dios y la impureza humana, entre lo sagrado y su opuesto, no para negar el mal y su fuerza negativa, sino para demostrar que el amor de Dios es más fuerte que cualquier mal, incluso más que el más contagioso y horrible. Jesús tomó sobre sí nuestras enfermedades, se convirtió en «leproso» para que nosotros fuéramos purificados.
Señor, sálvame de la indiferencia, del rencor, de la avaricia, del abuso de poder, de la impureza, de la vanagloria, del narcisismo, del miedo al fracaso o a la soledad, o simplemente del conformismo de ser una buena persona. Señor, si quieres, puedes salvarme….
Dejarme mirar por Jesús con ternura, en silencio, el tiempo se para, me cubre con su amor, y responde: “quiero, queda limpio”.

25/6/2020. Jueves de la XII semana del Tiempo Ordinario


Lectura del segundo libro de los Reyes (24, 8-17)
Dieciocho años tenía Joaquín cuando inició su reinado y reinó tres meses en Jerusalén. El nombre de su madre era Nejustá, hija de Elnatán, de Jerusalén. Hizo el mal a los ojos del Señor exactamente lo mismo que había hecho su padre. En aquel tiempo las gentes de Nabucodonosor, rey de Babilonia, subieron contra Jerusalén y la ciudad fue asediada. Vino Nabucodonosor, rey de Babilonia, a la ciudad, mientras sus servidores la estaban asediando. Entonces Joaquín, rey de Judá, se rindió al rey de Babilonia, que hizo prisioneros a él, a su madre, a sus servidores, a sus jefes y eunucos. Era el año octavo de su reinado. Luego se llevó de allí todos los tesoros del templo del Señor y los del palacio real y deshizo todos los objetos de oro que había fabricado Salomón, rey de Israel, para santuario del Señor, según la palabra del Señor. Deportó a todo Jerusalén, todos los jefes y notables - diez mil deportados -, a todos los herreros y cerrajeros, no dejando más que a la gente pobre del país. Deportó a Babilonia a Joaquín, a la madre del rey y a las mujeres del rey, a sus eunucos y a los notables del país; lo hizo partir al destierro, de Jerusalén a Babilonia. También llevó deportados a Babilonia a todos los hombres pudientes en número de siete mil; los herreros y cerrajeros, un millar; así como a todos los aptos para la guerra. Y, en lugar de Joaquín, puso por rey a su tío Matanías, cambiando su nombre por el de Sedecías.
Salmo responsorial (Sal 78, 1-2. 3-5. 8. 9)
R. Por el honor de tu nombre, Señor, líbranos.
Dios mío, los gentiles han entrado en tu heredad, han profanado tu santo templo,
han reducido Jerusalén a ruinas. Echaron los cadáveres de tus siervos
en pasto a las aves del cielo, y la carne de tus fieles a las fieras de la tierra. 
R.
Derramaron su sangre como agua en torno a Jerusalén, y nadie la enterraba.
Fuimos el escarnio de nuestros vecinos, la irrisión y la burla de los que nos rodean.
¿Hasta cuándo, Señor? ¿Vas a estar siempre enojado? ¿Arderá como fuego tu cólera? 
R.
No recuerdes contra nosotros las culpas de nuestros padres;
que tu compasión nos alcance pronto, pues estamos agotados. 
R.
Socórrenos, Dios, salvador nuestro, por el honor de tu nombre;
líbranos y perdona nuestros pecados a causa de tu nombre. 
R.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (7, 21-29)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Aquel día muchos dirán: “Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre, y en tu nombre echado demonios, y no hemos hecho en tu nombre muchos milagros?” Entonces yo les declararé: “Nunca os he conocido. Alejaos de mí, los que obráis la iniquidad”. El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca. El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se derrumbó. Y su ruina fue grande». Al terminar Jesús este discurso, la gente estaba admirada de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad y no como los escribas.

25 junio 2020. Jueves de la XII semana del Tiempo Ordinario – Puntos de oración


“El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca”.
La única roca de nuestra vida es el Señor, su amor por nosotros. Creer esto es edificar la casa sobre roca, sobre un fundamento que no se hunde nunca.
Nuestro fundamento es el amor del Señor por nosotros, en eso está nuestra confianza. Para continuar con este mes dedicado al Corazón de Jesús compartimos esta meditación de Abelardo que habla precisamente de esta confianza en al amor de Dios por nosotros.
Oración de la Confianza al Corazón de Jesús, del P. Charmot.
“Corazón de Jesús, en Ti confío. De tu Corazón, espero torrentes de gracia y de misericordia. La fuerza para cumplir todas tus voluntades sobre mí, y la realización de todos tus designios sobre mi vida. Puedo perderlo todo, aun la gracia; pero: ¡jamás hasta la muerte, perderé esta confianza!”
Confianza hasta la audacia. Fijémonos, porque esto es una oración de la confianza, hasta la audacia, sin límites: Puedo perderlo todo, aun la gracia; pero: ¡jamás hasta la muerte, perderé esta confianza! Podríamos añadir: “Porque es en Ti y no en mis fuerzas, en lo que tengo fe”. Es que debo de creer que Dios me ama, y no que soy yo el que arrebato el Corazón de Dios porque le amo.
Es en Ti y no en mis fuerzas en lo que tengo fe, y es imposible esperar demasiado de Tu Corazón. No quiero apoyarme ni en mis virtudes, ni en tus dones mismos.
Unos dirán: “Mi confianza es la paternidad de Dios”. Otros, “mi confianza es mi oración perseverante”. Otros aun, “mi confianza, es mi confianza misma”. Para mí, mi confianza es todo eso, y algo más sólido aun: Mi confianza es Tu Corazón; ahí está toda mi confianza.
Un Corazón como el Tuyo no puede decepcionar a nadie, ni al más criminal. Y si todo se derrumba para mí y en mí, Tu Corazón permanecerá para mí, inmutablemente, aunque todo se derrumbe.
Creo en tu amor para conmigo, por eso es por lo que en Ti confío, Corazón de Jesús, porque creo en Tu amor para conmigo y aunque se derrumbe todo, tu Corazón permanecerá inmutable para mí. El Corazón abierto de Jesús crucificado.
En mi miseria, mi confianza es tu Corazón divinamente rico en méritos. En mi debilidad, mi confianza es tu Corazón todopoderoso y liberal. En mis pecados, mi confianza es tu Corazón infinitamente misericordioso. En mi egoísmo, mi confianza es tu Corazón ardiente de amor hasta la locura de la cruz. En mi oración, mi confianza es tu Corazón desbordante de ternura filial hacia el Padre. En mi caridad, mi confianza es tu Corazón lleno de tu Espíritu de Amor. En mi celo, mi confianza es tu Corazón devorado por el deseo de redimir las almas por tu preciosa Sangre, y en Él estoy seguro de encontrar todo lo que le falta al mío: la semejanza con tu Corazón.
Y con el Corazón de Nuestra Madre Inmaculada, la redención de las almas, la reparación de todas las ofensas, y la mayor Gloria de la Santísima Trinidad en la que quiero solamente y eternamente, por tu Corazón abierto, vivir y morir. Así sea. (Cor Iesu).

24/6/2020. Natividad de san Juan Bautista


Lectura del libro de Isaías (49, 1-6)
Escuchadme, islas; atended, pueblos lejanos: El Señor me llamó desde el vientre materno, de las entrañas de mi madre, y pronunció mi nombre. Hizo de mi boca una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba y me dijo: «Tú eres mi siervo, Israel, por medio de ti me glorificaré». Y yo pensaba: «En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas». En realidad el Señor, defendía mi causa, mi recompensa la custodiaba Dios. Y ahora dice el Señor, el que me formó desde el vientre como siervo suyo, para que le devolviese a Jacob, para que le reuniera a Israel; he sido glorificado a los ojos de Dios. Y mi Dios era mi fuerza: «Es poco que seas mi siervo para restablecer las tribus de Jacob y traer de vuelta a los supervivientes de Israel. Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra».
Salmo responsorial (Sal 138, 1-3. 13-14. 15)
R. Te doy gracias, porque me has escogido portentosamente.
Señor, tú me sondeas y me conoces; me conoces cuando me siento o me levanto,
de lejos penetras mis pensamientos; distingues mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares. 
R.
Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno.
Te doy gracias, porque me has plasmado portentosamente,
porque son admirables tus obras. 
R.
Mi alma lo reconoce agradecida, no desconocías mis huesos.
Cuando, en lo oculto, me iba formando, y entretejiendo en lo profundo de la tierra. 
R.
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (13, 22-26)
En aquellos días, dijo Pablo: «Dios suscitó como rey a David, en favor del cual dio testimonio, diciendo: “Encontré a David”, hijo de Jesé, “hombre conforme a mi corazón, que cumplirá todos mis preceptos”. Según lo prometido, Dios sacó de su descendencia un salvador para Israel: Jesús. Juan predicó a todo Israel un bautismo de conversión antes de que llegará Jesús; y, cuando Juan estaba para concluir el curso de su vida decía: «Yo no soy quien pensáis, pero, mirad, viene uno detrás de mí a quien no merezco desatarle las sandalias de los pies». Hermanos, hijos del linaje de Abrahán y todos vosotros los que teméis a Dios: a vosotros se nos ha enviado esta palabra de salvación».
Lectura del santo evangelio según san Lucas (1, 57-66. 80)
A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y se alegraban con ella.  A los ocho días vinieron a circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre intervino diciendo: «¡No! Se va a llamar Juan». Y le dijeron: «Ninguno de tus parientes se llama así». Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre». Y todos se quedaron maravillados. Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios. Los vecinos quedaron sobrecogidos, y se comentaban todos estos hechos por toda la montaña de Judea. Y todos los que los oían reflexionaban diciendo: «Pues ¿qué será este niño?» Porque la mano del Señor estaba con él. El niño crecía y se fortalecía en el espíritu, y vivía en lugares desiertos hasta los días de su manifestación a Israel.

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