¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?
La pandemia que hemos sufrido, cuyas consecuencias
siguen presentes ha de recordarnos, que en la vida, en el navegar por el
tiempo, habrá momentos de tempestad. Momentos en que tememos hundirnos. Si
algo, junto a las trágicas consecuencias de enfermedad y muerte generó -genera
aún- la pandemia, fue miedo. Nos sentíamos inermes ante lo que sucedía y podía
sucedernos. Y sin tener a dónde ni a quién acogernos. Miedo vivido en soledad.
Miedo disimulado ante aquellos con los que convivíamos. Nos sentíamos poca
cosa, estábamos como los apóstoles en el texto evangélico acobardados. La
pandemia es un ejemplo actual; pero nos encontramos y encontraremos con más situaciones
en la vida, en las que la situación dura se nos impone: será enfermedad propia
o ajena, será muerte de alguien cercano. Será también experiencias de fracaso
de diverso tipo en nuestra vida. O experiencia de una incertidumbre que alberga
un porvenir oscuro. Son los vientos y las corrientes contrarios que encontramos
en el navegar por la vida. Tiempos de estar acobardados.
Jesús en el texto evangélico se nos muestra exigente:
no tienen derecho los apóstoles en plena tempestad a tener miedo, si él está
con ellos. Les reprocha que no confíen en él. Esa es la fe: la confianza en
quien decimos que creemos. La confianza que supera evidencias inmediatas de
impotencia y miedo. Ahí reside el mensaje del texto evangélico. No podemos
desconfiar del Dios en quien decimos creer. En medio de la tempestad hay que
buscarle, y contar con él, es el momento de tener conciencia de que no vivimos
solos, él está en nuestras vidas. Está para darnos valor y no dejarnos
acobardar; para darnos esperanza, no dejarnos aplastar por el temor.
(Lo escribo y sé que no es fácil llevarlo a la
práctica -a mí el primero me cuesta). Es fácil que vivamos la situación de
cobardía y miedo de los apóstoles en la barca en medio de la tempestad. Hemos
de ir preparándonos para esos momentos. Malo es que cuando la navegación por la
vida es plácida nos olvidemos de Dios. Luego no será fácil hacerlo presente
cuando se produzca la tempestad. Hay que cuidar sentir a Dios en nuestro vivir.
Contar con él. Para pedirle ayuda en la dificultad, pero también para darle
gracias cuando parece que no le necesitamos.