26 junio 2020. Viernes de la XII semana del Tiempo Ordinario – Puntos de oración


Ven Espíritu Santo… ilumina nuestras inteligencias, fortalece nuestras voluntades, enciende nuestros corazones en el fuego de tu Amor.
Santa María, concédenos tus ojos para mirarle, tus oídos para escucharle, tu Corazón para amarle.
Permíteme una pregunta a bocajarro, con ánimo de hacerte despertar, o incluso sangrar, al inicio de esta oración: ¿Estás salvado?
Quizá de nuestras sesiones de catecismo de la 1ª Comunión recordemos la respuesta: “sí, claro”, responderemos muchos. E incluso la digamos convencidos, como quien enuncia un teorema matemático. Una teoría aprendida.
Vamos con otra pregunta al inicio de esta oración: ¿de qué te ha salvado Jesucristo?
(Conviene que te detengas mirando al sagrario si estás en una capilla, o cerrando los ojos y recogiéndote en tu interior, donde Él habita, y trates de responder desde la sinceridad).
Si te viene a la cabeza y al corazón algo concreto, y un sentimiento de gratitud, la respuesta a la primera pregunta será  ciertamente. En caso contrario, hablaremos de oídas, de teorías, incluso de una ideología, como tantas otras, no del Evangelio de Jesucristo.
Y si has llegado hasta aquí, acepta, delante de Dios (eso es la oración, un diálogo vivo con Él, no un pensar uno mismo en ideas) una tercera pregunta: ¿vivo como un salvado?
Si no tengo la experiencia de haber sido salvado, aspiraré a ser simplemente una buena persona, pero no podré aspirar a la santidad. O de hecho, habré renunciado a ella, aunque hable de ella. Sólo quien se sabe salvado, vive como resucitado. Solo quien ha pasado por la muerte, y ha vuelto a la Vida, vive de la Gracia, no de sus fuerzas o de sus planes. 
Benedicto XVI, en el angelus del 12 de febrero de 2012, comentó la escena del leproso que súplica con humildad a Jesús ser curado. Te invito a que entres en ella, y como si presente te hallaras, trates de reflectir sobre ti mismo para sacar algún provecho:
Mientras Jesús estaba predicando por las aldeas de Galilea, un leproso se le acercó y le dijo: «Si quieres, puedes limpiarme». Jesús no evita el contacto con este hombre; más aún, impulsado por una íntima participación en su condición, extiende su mano y lo toca —superando la prohibición legal—, y le dice: «Quiero, queda limpio». En ese gesto y en esas palabras de Cristo está toda la historia de la salvación, está encarnada la voluntad de Dios de curarnos, de purificarnos del mal que nos desfigura y arruina nuestras relaciones. En aquel contacto entre la mano de Jesús y el leproso queda derribada toda barrera entre Dios y la impureza humana, entre lo sagrado y su opuesto, no para negar el mal y su fuerza negativa, sino para demostrar que el amor de Dios es más fuerte que cualquier mal, incluso más que el más contagioso y horrible. Jesús tomó sobre sí nuestras enfermedades, se convirtió en «leproso» para que nosotros fuéramos purificados.
Señor, sálvame de la indiferencia, del rencor, de la avaricia, del abuso de poder, de la impureza, de la vanagloria, del narcisismo, del miedo al fracaso o a la soledad, o simplemente del conformismo de ser una buena persona. Señor, si quieres, puedes salvarme….
Dejarme mirar por Jesús con ternura, en silencio, el tiempo se para, me cubre con su amor, y responde: “quiero, queda limpio”.

Archivo del blog