La oración de este día se desarrolla en un Primer Sábado
de mes, especialmente dedicado al Inmaculado Corazón de María. Dentro de la
Campaña de la Visitación, nos invita hoy el texto del P. Morales a seguir a la
Virgen, a acompañarla cuando se levanta aprisa para ir a la montaña. Entrando
en el misterio de la Visitación, descubrimos el secreto del Corazón de la
Virgen: “lo que le mueve es el deseo de comunicar a Dios a los corazones … pues
siente dentro un fuego que le quema, el fuego del amor”. Sí, María es la
primera evangelizadora, que se deja poseer y conducir por el Espíritu Santo
para llevar la alegría de la Encarnación a la casa de Isabel. Allí será
instrumento para forjar al precursor de su Hijo, a Juan Bautista, que será
santificado en el seno de su madre con la visita de María.
La primera lectura de este día nos habla de dos
evangelizadores, uno es padre y maestro del otro: san Pablo y san Timoteo.
Pablo ha gastado su vida en ser apóstol y heraldo de Cristo; solo le queda
sellar su misión con el inminente martirio: “yo estoy a punto de ser derramado
en libación”. Le espera la corona de gloria después de haber combatido por
Cristo: “He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la
fe”. Confesión emocionante del Apóstol que nos enardece. En esta carrera ha
entrenado a otros, ha enseñado a combatir, ha transmitido la fe para que la
Palabra siga viva y obre maravillas en los corazones que la acojan. Como un
padre, Pablo le dice a Timoteo: “sé sobrio en todo, soporta los padecimientos,
cumple tu tarea de evangelizador, desempeña tu ministerio”.
Después de haber contemplado a la Virgen en la
Visitación, de haber escuchado a san Pablo exhortando a Timoteo, es el momento
de “reflectir” en mí mismo y me va a ayudar el salmo responsorial: en él se
refleja la experiencia de un orante que conoció a Dios en su juventud y ha
pasado la vida contando y cantando lo que Dios ha hecho con él: “Dios mío, me
instruiste desde mi juventud, y hasta hoy relato tus maravillas”. Bien
podríamos ser muchos de nosotros que en la Milicia hemos aprendido a conocer,
amar y seguir a Jesús. Y ya no hemos podido vivir de otra manera que
comunicando el tesoro descubierto desde nuestra pobreza: “mi boca contará tu
auxilio, y todo el día tu salvación”.
Pidamos a la Virgen que en esta nueva Campaña hagamos
nuestras las palabras del salmo: “seguiré esperando, redoblaré tus alabanzas”.
Y que lo hagamos con el brillo de la alegría que sugieren los instrumentos
musicales: “Contaré tus proezas, Señor mío, narraré tu justicia, tuya entera…
te daré gracias, Dios mío, con el arpa, por tu lealtad; tocaré para ti la
cítara, Santo de Israel”. ¡Santa María de la Visitación: ayúdanos a llevar la
alegría del Evangelio a nuestros hermanos!