20/6/2020. Sábado de la XI semana del Tiempo Ordinario – Inmaculado Corazón de María


Lectura del segundo libro de las Crónicas (24, 17-25)
Después de la muerte de Joadá, los jefes de Judá fueron a rendir homenaje al rey, que les hizo caso. Abandonaron el templo del Señor, Dios de sus padres, y sirvieron a los cipos y a los ídolos. Por este pecado la cólera estalló contra Judá y Jerusalén. Les envió profetas para convertirlos al Señor, pero no hicieron caso de sus amonestaciones. Entonces el Espíritu de Dios vino sobre Zacarías, hijo del sacerdote Joadá, que, erguido ante el pueblo, les dijo: «Así dice Dios: “¿Por qué quebrantáis los mandamientos del Señor? ¡No tendréis éxito! Por haber abandonado al Señor, él os abandona”». Pero conspiraron contra él y, por mandato del rey, lo apedrearon en el atrio del templo del Señor. El rey Joás, olvidándose del amor que le profesaba Joadá, mató al hijo de este, que murió diciendo: «¡Que lo vea el Señor y lo demande!». Al cabo de un año, un ejército de Siria se dirigió contra Joás, invadió Judá y Jerusalén, mató a todos los jefes del pueblo y envió todo el botín al rey de Damasco. Aunque el ejército de Siria contaba con poca gente, el Señor le entregó un ejército enorme, por haber abandonado al Señor, Dios de sus padres. Así se hizo justicia con Joás. Al marcharse los sirios, dejándolo con múltiples dolencias, sus servidores conspiraron contra él para vengar al hijo del sacerdote Joadá. Hirieron a Joás en la cama y murió. Fue sepultado en la Ciudad de David, pero no en el panteón real.
Salmo responsorial (Sal 88, 4-5. 29-30. 31-32. 33-34)
R. Le mantendré eternamente mi favor.
Sellé una alianza con mi elegido, jurando a David, mi siervo:
Te fundaré un linaje perpetuo, edificaré tu trono para todas las edades. 
R.
Le mantendré eternamente mi favor, y mi alianza con él será estable;
le daré una posteridad perpetua y un trono duradero como el cielo. 
R.
Si sus hijos abandonan mi ley y no siguen mis mandamientos,
si profanan mis preceptos y no guardan mis mandatos. 
R.
Castigaré con la vara sus pecados y a latigazos sus culpas;
pero no les retiraré mi favor ni desmentiré mi fidelidad. 
R.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (2, 41-51)
Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua. Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. Estos, creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el ca­mino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parien­tes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo. Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y hacién­doles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombra­dos de su talento y de las respuestas que daba. Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscá­bamos angustiados». Él les contestó: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?» Pero ellos no comprendieron lo que les dijo. Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos. Su madre conservaba todo esto en su corazón.

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