1/2/2017, Miércoles de la cuarta semana del Tiempo Ordinario

Lectura de la carta a los Hebreos (12, 4-7. 11-15)
Hermanos: Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado. Habéis olvidado la exhortación paternal que os dieron: - “Hijo mío, no rechaces la corrección del Señor, ni te desanimes por su reprensión; porque el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos.” Soportáis la prueba para vuestra corrección, porque Dios os trata como a hijos, pues, ¿qué padre no corrige a sus hijos? Ninguna corrección resulta agradable, en el momento, sino que duele; pero luego produce fruto apacible de justicia a los ejercitados en ella. Por eso, fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, y caminad por una senda llana: así el pie cojo, no se retuerce, sino que se cura. Buscad la paz con todos y la santificación, sin la cual nadie verá al Señor. Procurad que nadie se quede sin la gracia de Dios y que ninguna raíz amarga rebrote y haga daño, contaminando a muchos.
Salmo responsorial (Sal 102, 1-2. 13-14. 17-18a)
R. La misericordia del Señor dura siempre, para aquellos que le temen.
Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios. 
R.
Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por los que le temen;
porque él conoce nuestra masa, se acuerda de que somos barro. 
R.
La misericordia del Señor dura desde siempre y por siempre,
su justicia pasa de hijos a nietos: para los que guardan la alianza. 
R.
Lectura del santo evangelio según san Marcos (6, 1-6)

En aquel tiempo, Jesús se dirigió a su ciudad y lo seguían sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: -« ¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le ha sido dada? ¿Y esos milagros que realizan sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?» Y se escandalizaban a cuenta de él. Les decía: -«No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa.» No pudo hacer allí ningún milagro, solo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se admiraba de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.

1 febrero 2017. Miércoles de la cuarta semana del Tiempo Ordinario – Puntos de oración

Comienzo la oración con un acto de fe en la presencia viva de Jesús en mi corazón o en el sagrario si estoy ante él: “Señor, aumenta mi fe”. Mirando a la Virgen, le suplico que no me pase como a los nazarenos que “desconfiaban de Jesús”. La Palabra de Dios tiene un mensaje para mí hoy y en este rato de oración quiero estar a la escucha para acoger ese mensaje y aplicarlo a mi vida con la ayuda de la gracia.
Me pregunto si no puedo parecerme a los nazarenos. Jesús “se extrañó de su falta de fe”. ¿Cuándo soy yo como ellos? Aquellos habitantes de Nazaret estaban tan acostumbrados a convivir con el hijo del carpintero que no se explicaban de dónde le venía la sabiduría que mostraba en su predicación ni de donde salía aquella fuerza para hacer milagros: “¿Y esos milagros de sus manos?”. Aquellas manos de carpintero humilde no podían hacer los prodigios que se decían de Él. Yo también puedo parecerme a ellos cuando, a fuerza de costumbre y de rutina en mi vida cristiana, se apaga el brillo de mi fe, pierdo la frescura del amor primero y no vivo la novedad de haber conocido el amor de Jesús. Escribía el Papa Francisco en Evangelii gaudium: “Cristo es el Evangelio eterno y es el mismo ayer, hoy y para siempre, pero su riqueza y su hermosura son inagotables. Él es siempre joven y fuente constante de novedad”.
Quisiera rezarle así: “Jesús, perdona mi falta de fe. Te extrañas de que, después de haber recibido tanto de ti, después de haberme perdonado tanto, mi fe esté adormecida y la tibieza campee en mi corazón. Aumenta mi fe en tu amor que todo lo puede, pues cuanto más se espera de Ti, más se recibe de tu generosidad. Si tuviera fe como un granito de mostaza... Pero hoy quiero despertarme de mi rutina y empezar a creer en que puedes hacer milagros en mi vida y a mi alrededor, porque me quieres y quieres servirte de mí para llevar tu misericordia a los míos”.
Después de haber orado así, cuéntale a Jesús tus sueños y tus deseos de amarle y hacer grandes cosas por Él y pídele esos milagros que tanto esperas: la conversión de ese familiar o amigo, luz para conocer tu vocación, gracias para tantas personas y situaciones de necesidad: enfermedad, falta de trabajo, de unidad, de paz... Que tu fe viva arranque esos milagros de sus manos misericordiosas. Fíjate lo que dice el Papa Francisco: “Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del evangelio, brotan caminos nuevos, métodos creativos, signos más elocuentes...”

“¿No es este el hijo de María?” Dale la vuelta a la frase y conviértela en expresión de fe y de confianza: “Sí, Tú eres el Hijo de María, la Virgen de Nazaret, la que creyó que para Dios nada hay imposible y dijo ‘hágase’ a tu voluntad. Gracias a su fe se realizó el gran milagro de tu Encarnación. Como ella quiero confiar en Ti. Todo lo espero de tu amor. Te quiero”.

31/1/2017, Martes de la cuarta semana del Tiempo Ordinario – San Juan Bosco

Lectura de la carta a los Hebreos (12, 1-4)
Hermanos: Teniendo una nube tan ingente de testigos, corramos, con constancia, en la carrera que nos toca, renunciando a todo lo que nos estorba y al pecado que nos asedia, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús, quien, en lugar del gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Recordad al que soportó tal oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo. Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado.
Salmo responsorial (Sal 21, 26b-27. 28 y 30. 31-32)
R. Te alabarán, Señor, los que te buscan.
Cumpliré mis votos delante de sus fieles. Los desvalidos comerán hasta saciarse,
alabarán al Señor los que lo buscan: ¡viva su corazón por siempre! 
R.
Lo recordarán y volverán al Señor hasta de los confines del orbe;
en su presencia se postrarán las familias de los pueblos.
Ante él se postrarán las cenizas de la tumba,
ante él se inclinarán los que bajan al polvo. 
R.
Mi descendencia le servirá, hablarán del Señor a la generación futura,
contarán su justicia al pueblo que ha de nacer: todo lo que hizo el Señor. 
R.
Lectura del santo evangelio según san Marcos (5, 21-43)

En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al mar. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia: «Mi niña está en las últimas; ven, impón las manos sobre ella, para que se cure y viva». Se fue con él y lo seguía mucha gente que lo apretujaba. Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Había sufrido mucho a manos de los médicos y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando: «Con sólo tocarle el manto curaré». Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias, y notó que su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió en seguida, en medio de la gente y preguntaba: «¿Quién me ha tocado el manto?». Los discípulos le contestaron: «Ves cómo te apretuja la gente y preguntas: "¿Quién me ha tocado? "». Él seguía mirando alrededor, para ver a la que había hecho esto. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que le había ocurrido, se le echó a los pies y le confesó toda la verdad.  Él le dice: «Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu enfermedad». Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: «Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?». Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: «No temas; basta que tengas fe». No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a casa del jefe de la sinagoga y encuentran el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos y después de entrar les dijo: «¿Qué estrépito y qué lloros son éstos? La niña no está muerta, está dormida». Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo: -«Talitha qumi» (que significa: «Contigo hablo, niña, levántate»). La niña se levantó inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y quedaron fuera de sí llenos de estupor. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.

31 enero 2017. Martes de la cuarta semana del Tiempo Ordinario – San Juan Bosco – Puntos de oración

Al comenzar nuestra oración, después de una breve oración de invocación al Espíritu Santo, nos ponemos en la presencia de Dios. Pensemos en que Dios está en todas partes, en el lugar donde nos encontramos y, de manera particular, en el fondo de nuestro corazón.
A continuación, siguiendo el consejo de los grandes místicos, humillémonos: cuán indignos somos, a causa de nuestros pecados, de aparecer delante de Dios. Precisamente esto es lo que nos pide la Primera lectura, tomada de la carta a los Hebreos (12, 1-4): “quitémonos lo que nos estorba y el pecado que nos ata, y corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que, renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios”.
Y antes de empezar propiamente la meditación podemos pedir al Señor que nos enseñe a orar, que nos dé el asentimiento de la fe, que instruya nuestra mente, que transforme nuestro corazón y nuestra vida.
El Evangelio del día (Mc 5, 21-43) relata los milagros que Jesús realizó en aquella ocasión, dice que se le reunió mucha gente. Entre tantos que se apiñan en torno a Cristo, una mujer vacilante se acerca unas veces a Él, otras queda rezagada, mientras no cesa de repetirse: Si logro tocar su vestido quedaré curada. Pero aquel día comprendió que Jesús era su único remedio: no sólo el de una enfermedad, sino el remedio de toda su vida. Alargó la mano y logró tocar el borde del manto del Señor. En ese momento Jesús se paró, y ella se sintió curada.
También nosotros necesitamos cada día el contacto con Cristo, porque es mucha nuestra debilidad. Contacto en la oración y sobre todo al recibirle en la Comunión donde se realiza el íntimo encuentro de amor con Él, oculto en la Eucaristía.
Cuando nos acercamos a Cristo sabemos bien que nos encontramos ante un misterio inefable. Jesús viene a remediar nuestra necesidad, acude prontamente a nuestra súplica.
El segundo milagro que nos relata el evangelista Marcos es la vuelta a la vida de la hija de Jairo, jefe de la sinagoga probablemente de Cafarnaúm.
A partir de ahora seguiré los comentarios del Evangelio “¡A ti te lo digo, levántate!” de San Ambrosio (hacia 340-397) obispo de Milán, doctor de la Iglesia.
Los criados de Jairo que le dicen “no molestes al Maestro”, no creen en la resurrección. Así, Jesús lleva consigo a pocos testigos de la resurrección. La gente se mofaba de Jesús cuando declara: “La niña no está muerta, duerme.” Los que no creen se mofan. Que lloren, pues, a sus muertos los que creen que están muertos. Cuando se cree en la resurrección, no se ve en la muerte un final sino un descanso...

Y Jesús, tomando a la niña de la mano, la cura; luego les dice que le den de comer. Es un testimonio de la vida para que nadie se crea que es cuestión de una ilusión sino que es la realidad. ¡Feliz la niña a quien la Sabiduría toma de la mano! ¡Quiera Dios que nos tome también de la mano en nuestras acciones. ¡Que la Justicia lleve mi mano; que el Verbo de Dios la tenga, que me introduzca en su intimidad y aparta mi espíritu de todo error y me salve! ¡Que me dé de comer el pan del cielo, el Verbo de Dios. Esta Sabiduría que ha puesto sobre el altar los alimentos del cuerpo y de la sangre del Hijo de Dios ha declarado: “¡Venid a comer de mi pan, bebed del vino que he mezclado!” (Pr 9,5).

30/1/2017, Lunes de la cuarta semana de Tiempo Ordinario

Lectura de la carta a los Hebreos (11, 32-40)
Hermanos: ¿Para qué seguir? No me da tiempo de referir la historia de Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David, Samuel y los profetas; estos, por fe, conquistaron reinos, administraron justicia, vieron promesas cumplidas, cerraron fauces de leones, apagaron hogueras voraces, esquivaron el filo de la espada, se curaron de enfermedades, fueron valientes en la guerra, rechazaron ejércitos extranjeros; hubo mujeres que recobraron resucitados a sus muertos. Pero otros fueron torturados hasta la muerte, rechazando el rescate, para obtener una resurrección mejor. Otros pasaron por la prueba de las burlas y los azotes, de las cadenas y la cárcel; los apedrearon, los aserraron, murieron a espada, rodaron por el mundo vestidos con pieles de oveja y de cabra, faltos de todo, oprimidos, maltratados; el mundo no era digno de ellos: vagabundos por desiertos y montañas, por grutas y cavernas de la tierra. Y todos éstos, aun acreditados por su fe, no consiguieron lo prometido; porque Dios tenía preparado algo mejor a favor nuestro, para que ellos no llegaran sin nosotros a la perfección.
Salmo responsorial (Sal 30, 20. 21. 22. 23. 24)
R. Sed valientes de corazón los que esperáis en el Señor.
Qué bondad tan grande, Señor, reservas para tus fieles,
y concedes a los que a ti se acogen a la vista de todos. 
R.
En el asilo de tu presencia los escondes de las conjuras humanas;
los ocultas en tu tabernáculo, frente a las lenguas pendencieras. 
R.
Bendito el Señor, que ha hecho por mí prodigios de misericordia
en la ciudad amurallada. 
R.
Yo decía en mí ansiedad: «Me has arrojado de tu vista»;
pero tú escuchaste mi voz suplicante cuando yo te gritaba. 
R.
Amad al Señor, fieles suyos; el Señor guarda a sus leales
y a los soberbios les paga con creces. 
R.
Lectura del santo evangelio según san Marcos (5, 1-20)

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a la otra orilla del mar, a la región de los gerasenos. Apenas desembarcó, le salió al encuentro, de entre los sepulcros, un hombre poseído de espíritu inmundo. Y es que vivía entre los sepulcros; ni con cadenas podía ya nadie sujetarlo; muchas veces lo habían sujetado con cepos y cadenas, pero él rompía las cadenas y destrozaba los cepos, y nadie tenía fuerza para dominarlo. Se pasaba el día y la noche en los sepulcros y en los montes, gritando e hiriéndose con piedras. Viendo de lejos a Jesús, echó a correr, se postró ante él y gritó con voz potente: «¿Qué tienes que ver conmigo, Jesús, Hijo de Dios altísimo? Por Dios te lo pido, no me atormentes». Porque Jesús le estaba diciendo: «Espíritu inmundo, sal de este hombre». Y le preguntó: «¿Cómo te llamas?». Él respondió: «Me llamo Legión, porque somos muchos». Y le rogaba con insistencia que no los expulsara de aquella comarca. Había cerca una gran piara de cerdos paciendo en la falda del monte. Los espíritus le rogaron: «Envíanos a los cerdos para que entremos en ellos». Él se lo permitió. Los espíritus inmundos salieron del hombre y se metieron en los cerdos; y la piara, unos dos mil, se abalanzó acantilado abajo al mar y se ahogó en el mar. Los porquerizos huyeron y dieron la noticia en la ciudad y en los campos. Y la gente fue a ver qué había pasado. Se acercaron a Jesús y vieron al endemoniado que había tenido la legión, sentado, vestido y en su juicio. Y se asustaron. Los que lo habían visto les contaron lo que había pasado al endemoniado y a los cerdos. Ellos le rogaban que se marchase de su comarca. Mientras se embarcaba, el que había estado poseído por el demonio le pidió que le permitiese estar con él. Pero no se lo permitió, sino que le dijo: -«Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido misericordia de ti». El hombre se marchó y empezó a proclamar por la Decápolis lo que Jesús había hecho con él; todos se admiraban.

30 enero 2017. Lunes de la cuarta semana de Tiempo Ordinario – Puntos de oración

Preparamos nuestro corazón para el encuentro con Jesús, invocando al Espíritu Santo, repitiendo pausadamente las oraciones: “Ven Espíritu Santo”, “ven dulce huésped del alma”.
Pedimos ayuda a la Madre: “Madre, tus ojos para mirarle, tus oídos para escucharle,  tu corazón para amarle”. No nos olvidamos de san José, nuestro maestro de oración. Le invocamos: “san José enséñanos a orar, cuida de nuestra perseverancia”.
Hacemos la composición de lugar, viendo con nuestra imaginación a Jesús que al descender de la barca, le sale al encuentro un poseído que vive en los cementerios.
En la zona donde se piensa que ocurrió el acontecimiento se observan los restos de una antigua localidad, hoy abandonada, situada junto al lago de Tiberíades. Hay un pequeño promontorio que se adentra en este mar con abundantes cuevas. Los habitantes de esta ciudad enterraban a los muertos en ellas. El poseído vivía y se movía por ellas, desde allí divisaba el lago y cuanto pudiera ocurrir en él.
Si la imaginación está hoy un poco perezosa, podemos pedir a la Virgen que nos cuente el pasaje. No hay ninguna duda que antes de ponerlo el evangelista “negro sobre blanco”, Ella lo conoció. De hecho aparece la narración también en los textos de Lucas, el evangelio de María.
Apenas desembarcó, le salió al encuentro”. Aquel hombre llevaba una existencia marcada por el sufrimiento. Podría asumir como propio la letra de la canción: “una amarga tristeza de mí se adueñó”. No se sentía dueño de su mente, ni mucho menos de su comportamiento.
La noche anterior había ocurrido algo extraño, hubo viento, mucho viento y una gran tormenta. Él estaba asustado, contemplaba agazapado en su cueva el espectáculo de viento huracanado, truenos y lluvia. Entre los relámpagos le parecía divisar una barca de pescadores, en los momentos de resplandor apenas distinguía pequeñas figuras humanas que se movían agitadamente, hasta que uno de ellos se puso en pie, abrió los brazos… y de repente el mar se calmó. Nunca había contemplado un fenómeno tan extraño, nunca una tormenta se había acabado de repente.
Con las primeras luces del día, vio acercarse la barca a la orilla. En el interior de este hombre, se dio una lucha, una parte de él sentía atracción ante la idea de acercarse a los recién llegados y otra parte repugnancia: “¿Qué hay entre ti y nosotros, Hijo de Dios?”. Esas palabras no habían salido de él, sino del “otro” que llevaba dentro y se dirigían al que parecía ser el jefe de los pescadores.
Le pareció intuir que podía ser aquel que se levantó en la barca, justo antes de que el mar callara. Este se dirigió al “huésped” con autoridad, preguntándole su nombre. Para un judío conocer el nombre del adversario es empezar a dominarle. Finalmente pacto con él que saliera del atormentado, dejándole meterse en el rebaño comunitario de cerdos de dos mil cabezas.
Al igual que la tormenta paró en un instante, la serenidad llegó al atormentado en otro y aquel hombre empezó a disfrutar del don de la paz quedando inmensamente agradecido. Tan agradecido, que se puso a disposición de Jesús y estaba dispuesto a dejarlo todo por seguirle.
Vete donde los tuyos, y cuéntales lo que el señor ha hecho contigo”. Es la respuesta del Señor al ofrecimiento.

Al contemplar este pasaje, Abelardo se preguntaba:“¿Sería un disparate convertir a un exendemoniado en patrono del apostolado seglar?. Si podéis hoy, no dejéis de leer y recordar el comentario de Abelardo a este texto en Aguaviva-Diciembre 1986. Es una reflexión muy importante que refleja la esencia de lo que el Espíritu Santo espera de nosotros, como miembros de un “movimiento” de la Iglesia.

29/1/2017, Domingo de la cuarta semana de Tiempo Ordinario (Ciclo A)

Lectura de la profecía de Sofonías (2, 3; 3, 12-13)
Buscad al Señor, los humildes de la tierra, los que practican su derecho, buscad la justicia, buscad la humildad, quizá podáis resguardaros el día de la ira del Señor. Dejaré en ti un resto, un pueblo humilde y pobre que buscará refugio en el nombre del Señor. El resto de Israel no hará más el mal, no mentirá ni habrá engaño en su boca. Pastarán y descansarán, y no habrá quien los inquiete.
Salmo responsorial (Sal 145, 7. 8-9a. 9bc-10)
R. Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
El Señor mantiene su fidelidad perpetuamente,
él hace justicia a los oprimidos, él da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos. 
R.
El Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos, el Señor guarda a los peregrinos. 
R.
Sustenta al huérfano y a la viuda y trastorna el camino de los malvados. El Señor reina eternamente, tu Dios, Sión, de edad en edad. R.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (1, 26-31)
Fijaos en vuestra asamblea, hermanos, no hay en ella muchos sabios en lo humano, ni muchos poderosos, ni muchos aristócratas; sino que, lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios, y lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar lo poderoso. Aún más, ha escogido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta, para anular a lo que cuenta, de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor. A él se debe que vosotros estéis en Cristo Jesús, el cual se ha hecho para nosotros sabiduría, de parte de Dios, justicia, santificación y redención. Y así - como está escrito -: «el que se gloríe, que se gloríe en el Señor».
Lectura del santo evangelio según san Mateo (5, 1-12a)

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo».

29 enero 2017. Domingo de la cuarta semana de Tiempo Ordinario (Ciclo A) – Puntos de oración

Empieza el evangelio de hoy diciéndonos que al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y les enseñaba explicándoles las bienaventuranzas. No sabemos si se decidió a enseñar al ver el gentío, o si fue por lo que vio entre el gentío. Porque me imagino un gran masa de personas entre los que, posiblemente, habría pobres, desheredados, tristes, hambrientos, insatisfechos, endeudaos... Y también, jóvenes idealistas, ingenuos, de mirada limpia y con ánimo solidario, con ganas de servir a Dios y a los demás.
            A todos ellos, hombres y mujeres del siglo I en Palestina, y a nosotros hombres y mujeres del mundo globalizado del siglo XXI, el evangelio de este domingo nos propone el peculiar modo de entender la vida que tiene el Señor. Lo que podríamos llamar el manifiesto del cristiano. Una especie de declaración de principios que choca de manera radical con nuestro habitual modo de entender el mundo y la felicidad. Es el paradójico código de felicidad que anuncia Cristo. ¡Declara dichosos a los que el mundo considera desdichados! ¿Cómo puede ser eso? Porque las bienaventuranzas son un reflejo de las disposiciones del corazón de Dios, no de la bendición que supone ser pobre, triste, manso, etc. Nos indican cuáles son los gustos de Dios, sus focos de atención, aquello que le atrae especialmente, de tal modo que podemos decir: ¡Qué bueno que seas pobre, manso, misericordioso o limpio de corazón! Porque el Señor se va a fijar en ti. ¡Qué bueno que estés triste, hambriento, perseguido o seas injuriado! Porque el Señor se encariña y se enternecerse con los que están como tú y vas a estar en el centro de su mirada de amor y vas a ser objeto de su predilección. Por eso:
BIENAVENTURADOS…
PORQUE…
Bienaventurados los pobres en el espíritu
Porque Dios es magnánimo y da todo lo que tiene a los que ve necesitados. Le entusiasman los pobres de espíritu y por eso les da todo su Reino. De hecho, se enamoró de una pobre doncella de Nazaret.
Bienaventurados los mansos
Porque Dios es justo y generoso y le agradan los que no son competitivos, agresivos ni ambiciosos. Con ellos puede compartir su herencia sin temor a envidias ni rencillas. Por eso, ellos heredarán la tierra.
Bienaventurados los que lloran
Porque Dios es todo sensibilidad y ternura. No puede soportar ver a alguien llorando sin intentar consolarle. Porque Él también sabe de dolores y puede ponerse en el lugar del que sufre. Porque no le resulta ajeno el dolor de los que lloran es por lo que tendrán la suerte de ser consolados por Dios mismo.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia
Porque Dios también sueña con un mundo más justo. Porque cree en la dignidad del hombre y la mujer, cree en la humanidad, cree en las causas perdidas, en el derecho a la vida del principio al fin. Porque valora el esfuerzo y sufrimiento de aquellos que luchan por un mundo mejor, es por lo que ellos quedarán saciados de su justicia benevolente.
Bienaventurados los misericordiosos
Porque Él también es misericordioso, ¡todo misericordia! Disculpa siempre, espera siempre, confía siempre. Todo lo cree, todo lo excusa, todo lo soporta, no toma en cuenta el mal. Su misericordia se funde con la de los que ejercen la misericordia  
Bienaventurados los limpios de corazón
Porque  ellos verán a Dios en todas las cosas, y verán las cosas cómo Dios las ve, porque Él es virgen, inmaculado, casto y puro.
Bienaventurados los que trabajan por la paz
Porque Dios trabaja junto a ellos, porque Dios es paz, armonía, estabilidad, serenidad. Colaboran con El en la construcción de un mundo mejor. ¡Qué bueno ser copartícipe de la obra de Dios! Por eso serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia.
Porque Él también ha sido perseguido injustamente y sabe lo que se siente. Porque sabe lo que es sentirse desamparado, sin refugio ni socorro alguno. Por eso, y porque es enormemente sensible a la injusticia y la equidad es por lo que compartirá también con ellos su reino.
Bienaventurados vosotros cuando os insulten, os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa.
Alegraos y regocijaos, porque a Dios nadie le gana en generosidad, lealtad y fidelidad para con los suyos. Porque da siempre el ciento por uno y recompensa con generosidad infinita a los que considera hijos suyos, y si hijos, también herederos.


Este es nuestro código de felicidad, nuestra “hoja de ruta”. Para ser vivido, no explicado, pues estas ideas solo se entienden cuando se viven. Tomemos como ejemplo a María: pobre, humilde y esclava. Que lloró, fue perseguida, injuriada… y sin embargo alegre en su espíritu y felicitada por todas las generaciones.

28/1/2017, Sábado de la tercera semana de T. Ordinario – Santo Tomás de Aquino

Lectura de la carta a los Hebreos (11, 1-2. 8-19)
Hermanos: La fe es fundamento de lo que se espera, y garantía de lo que no se ve. Por ella son recordados los antiguos. Por la fe obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber adónde iba. Por fe vivió como extranjero en la tierra prometida, habitando en tiendas, y lo mismo Isaac y Jacob, herederos de la misma promesa, mientras esperaba la ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios. Por fe, también Sara, siendo estéril, obtuvo “vigor para concebir” cuando ya le había pasado la edad, porque consideró fiel al que se lo prometía.  Y así, de un hombre, marcado ya por la muerte, nacieron hijos numerosos, como las estrellas del cielo y como la arena incontable de las playas. Con fe murieron todos estos, sin haber recibido las promesas, sino viéndolas y saludándolas de lejos, confesando que eran huéspedes y peregrinos en la tierra. Es claro que los que así hablan están buscando una patria; pues, si añoraban la patria de donde habían salido, estaban a tiempo para volver. Pero ellos ansiaban una patria mejor, la del cielo. Por eso Dios no tiene reparo en llamarse su Dios: porque les tenía preparada una ciudad. Por fe, Abrahán, puesto a prueba, ofreció a Isaac; ofreció a su hijo único, el destinatario de la promesa, del cual le había dicho Dios: «Isaac continuará tu descendencia». Pero Abrahán pensó que Dios tiene poder hasta para resucitar de entre los muertos, de donde en cierto sentido recobró a Isaac.
Salmo responsorial (Lc 1, 69-70. 71-72. 73-75)
R. Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado a su pueblo
Suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo,
según lo habla predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas. 
R.
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza. 
R.
Y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.
Para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días. 
R.
Lectura del santo evangelio según san Marcos (4, 35-41)

Aquel día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: «Vamos a la otra orilla». Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó una fuerte tempestad, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un cabezal. Lo despertaron, diciéndole: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?». Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar: «¡Silencio, enmudece!». El viento cesó y vino una gran calma.  Él les dijo: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?» Se llenaron de miedo y se decían unos a otros: « ¿Pero quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen! ».

28 enero 2017. Sábado de la tercera semana de T. O. – Santo Tomás de Aquino – Puntos de oración

Es importante comenzar la oración sintiéndose cerca del Señor; sintiendo su presencia que te envuelve, que te ama. Sintiendo la dulzura de Dios.
Dos puntos tiran de nosotros para ayudarnos en este rato de oración; por un lado la fiesta de hoy: Santo Tomás de Aquino. Que gran alegría me produce saber que la Iglesia ha sido capaz de dar vida en su historia a un personaje como éste. Tomás es el ejemplo más claro de cómo se puede conjugar en la Iglesia la ciencia y la fe, y todo ello vivido en medio de una vida plena de virtudes, hasta el heroísmo. En la presentación adjunta puedes leer la vida de este santo narrada por el padre Morales y escuchar al final alguno de los himnos compuestos por él. Dedica unos minutos que vas a disfrutar.
Un segundo marco nos ayuda en la oración de hoy y es la lectura del Evangelio que nos propone la liturgia. Te invito a un crucero por el mar de Tiberiades. En la barca también viaja Jesús y viene cansado, muy cansado de las largas jornadas de predicación. Está tan cansado que se queda dormido en la popa, sobre un almohadón. Mientras tanto se levanta una tormenta. Los vientos y las olas zarandean con fuerza la débil barca. El miedo se apodera de todos los presentes, salvo de Jesús; ¡que está dormido!
Esta situación es fiel reflejo de lo que sucede hoy en nuestro mundo y en nuestra Iglesia. Jesús, más tarde, nos echará en cara nuestra falta de fe; por eso nos volvemos al maestro y le decimos: “Señor, creo pero aumenta mi fe”.
La conversión del mundo no se va a producir a base de enormes presupuestos, de grandes planes de evangelización, de muchas conquistas cristianas, de muchas vocaciones religiosas. Sino de mucha humildad y por lo tanto humillación. Del “subir bajando” que tanto insistía Abelardo. Por todo esto ten fe y aguanta al lado del maestro, parece dormido pero te garantizo que está pendiente de cada uno de sus hijos.
Que tu oración se desarrolle en esta situación: tú al lado de Jesús dormido en medio de este mundo que parece loco. Háblale bajo, para que no se despierte y, sobre todo, ten fe.

27/1/2017, Viernes de la tercera semana de T. Ordinario – Santa Ángela de Mérici

Lectura de la carta a los Hebreos (10, 32-39)
Hermanos: Recordad aquellos días primeros, en los que, recién iluminados, soportasteis múltiples combates y sufrimientos: unos expuestos públicamente a oprobios y malos tratos; otros solidarios de los eran tratados así. Compartisteis el sufrimiento de los encarcelados, aceptasteis con alegría que os confiscaran los bienes, sabiendo que teníais bienes mejores, y permanentes. No renunciéis, pues, a vuestra valentía, que tendrá una gran recompensa. Os hace falta paciencia para cumplir la voluntad de Dios y alcanzar la promesa. «Un poquito de tiempo todavía, y el que viene llegará sin retraso; mi justo vivirá por la fe, pero si se arredra le retiraré mi favor». Pero nosotros no somos gente que se arredra para su perdición, sino hombres de fe para salvar el alma.
Salmo responsorial (Sal 36, 3-4. 5-6. 23-24. 39-40)
R. El Señor es quien salva a los justos.
Confía en el Señor y haz el bien, habitarás tu tierra y reposarás en ella en fidelidad;
sea el Señor tu delicia, y él te dará lo que pide tu corazón. 
R.
Encomienda tu camino al Señor, confía en él, y él actuará:
hará tu justicia como el amanecer, tu derecho como el mediodía. 
R.
El Señor asegura los pasos del hombre, se complace en sus caminos;
si tropieza, no caerá, porque el Señor lo tiene de la mano. 
R.
El Señor es quien salva a los justos, él es su alcázar en el peligro;
el Señor los protege y los libra,
los libra de los malvados y los salva porque se acogen a él. 
R.
Lectura del santo evangelio según san Marcos (4, 26-34)

En aquel tiempo, Jesús decía al gentío: «El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega». Dijo también: «¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar a su sombra». Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.

27 enero 2017. Viernes de la tercera semana de T. O. – Santa Ángela de Mérici – Puntos de oración

Jesús en el evangelio de este día, utiliza dos parábolas del mundo agrario, para darnos a conocer cómo opera la Gracia en la extensión del Reino de Dios.
            Las fases son claras:
-   Primer momento: Es la siembra a través de la palabra, el testimonio, o la vida...
-   Segundo momento: Es la espera fecunda y paciente. Tiempo aparentemente estéril al exterior, pero fecundo a lo interior.
-   Tercero momento: Aparecen los primeros brotes, luego los tallos y más tarde la espiga...
-   Cuarto momento: Viene la siega.
            Todo esto se produce dentro de los factores tiempo y espacio...
            Si queremos cosechar, primero tenemos que sembrar... Si hemos sembrado, tenemos que saber esperar..., y tarde o temprano cosecharemos.
            Hoy puede ser un momento apropiado, para hacernos algunas preguntas en nuestra oración personal. Por ejemplo:
-   ¿Sembramos o no sembramos?
-   Si sembramos, ¿cómo lo hacemos..., a manos llenas o de forma limitada y tacaña..?
-   ¿Cómo preparamos los campos..., y que esfuerzo dedicamos la siembra..?
-   ¿Qué hacemos en esos tiempos, aparentemente muertos, que se suceden después de toda siembra...? ¿Realmente sabemos esperar amando...?
            Estas podían ser algunas preguntas con las que podemos iniciar nuestra oración... Luego vendría un coloquio con el Señor, más bien largo que corto, en que podamos ponderar con Él, el trabajo de la Gracia, cuando nosotros terminamos el nuestro...
            La Gracia es el factor fundamental de todo crecimiento interior y de toda plenitud exterior... Si no fuera por la Gracia no habría cosecha alguna. Es ese elemento vital escondido en la tierra de cada persona que hace fecunda la semilla que cayó en el surco de una vida.
            Impresiona ver desarrollarse la Gracia en las personas..., sobre todo cuando estas no oponen resistencia alguna a ella. ¡Es una plenitud tan grande y tan llena, que uno no puede por menos de admirarse y sobre todo de dar gracias a Dios por su obra, misteriosa, pero cierta...!
            Dios ha querido vincular el crecimiento del Reino, a nuestro pequeño esfuerzo de sembrar, para que nos sintamos colaboradores suyos...
            La admiración es parte de la vida del evangelizador y de la evangelización. Quien evangeliza no puede por menos de admirarse de la obra de Dios en las almas. Al principio insignificante, pero poco después plenificante...
            ¡Feliz nuestra vocación de sembradores! ¡Felices aquellos que dedican su tiempo a esta labor, pues ciertamente no quedaremos defraudados…!

            Os animo a que terminemos nuestra oración de este día,  pidiendo operarios para la mies, pues esta es mucha, y hay que recogerla a tiempo para que no se pierda... Que así sea.

Archivo del blog