24 enero 2017. Martes de la tercera semana de T. O. – San Francisco de Sales – Puntos de oración

Iniciamos la oración pidiendo al Espíritu Santo que vaya poco a poco sosegando nuestro corazón y pacificando nuestro espíritu. Con los ojos cerrados, mirando nuestro interior, empezamos a tomar conciencia de que la divinidad habita en nosotros, de que la Santísima Trinidad ha querido poner su morada en nuestro corazón… en un estado de especial recogimiento nos quedamos sumergidos en esta realidad.
Para empezar a orar con la palabra de Dios, entre varias de las ideas que nos ofrecen las lecturas de hoy, me parece que hay una que es fundamental: El Parentesco. En la primera lectura el autor dice a los hebreos “La Ley… siempre, con los mismos sacrificios, año tras año, no puede nunca hacer perfectos a los que se acercan a ofrecerlos. Porque es imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos quite los pecados”. En el Antiguo Testamento no podía haber sacrificio sin derramamiento de sangre. La sangre derramada en el altar concretaba el sacrificio por el cual el pueblo recibía el perdón de Dios. Vemos que la sangre del sacrificio, de algún modo, era vínculo y signo de unión en el perdón, para el pueblo de la promesa. Pero no era el perdón eficaz y definitivo.
Al hablar de parentesco la primera idea que se nos viene a la cabeza es la del vínculo de sangre que une a las personas de una familia. En el Antiguo Testamento, Dios trasciende esta idea y hace que la sangre del sacrificio sea vínculo de perdón para la gran familia de Dios. Pero aún quedaba el sacrificio que daría lugar al verdadero parentesco que Dios quiere de nosotros.
Más adelante, el autor pone en boca del Señor: “Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: "Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad”. Es Cristo quien sella la Nueva Alianza con su sangre. Sangre que brotará de su cuerpo, que ha sido preparado por Dios Padre. Esta es la sangre que nos da el verdadero parentesco, con Dios y entre los hermanos. Y alguno preguntará: Y yo, ¿cómo vivo esto?... Jesús nos da la clave: "Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad”. Haciendo la voluntad de Dios nos hacemos “familia” con Él, en el sacrificio del propio yo, nos unimos al sacrificio de Cristo en la cruz, y así nuestro parentesco va más allá de los lazos de sangre, la humanidad entera se hace familia. Que bien se entienden ahora las palabras de Jesús cuando dice en el evangelio: “Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre”. María tuvo la plenitud del parentesco con Dios, por el vínculo de sangre y por ser fiel cumplidora de la voluntad de Dios. Recurramos a Ella en este rato de oración para que nos enseñe a descubrir la voluntad de Dios en la vida ordinaria, viviendo con sencillez y alegría el pequeño detalle.

Sin duda el mensaje evangélico que hemos meditado lo vivió plenamente San Francisco de Sales, cuya fiesta celebramos hoy, pidamos también la intercesión de este gran santo, dicen de él que fue testigo de la dulzura del amor de Dios. Para los que le tenéis una devoción especial os dejo una frase suya, extraída de las Semblanzas del padre Morales: “Si una acción tiene cien aspectos distintos, noventa y nueve malos y uno solo bueno, bajo este aspecto hay que juzgarla, sin jamás murmurar o criticar”.

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