16 enero 2017. Lunes de la segunda semana de Tiempo Ordinario – Puntos de oración

Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos; porque revientan los odres: se derrama el vino y los odres se estropean; el vino nuevo se echa en odres nuevos y así las dos cosas se conservan (Mt 9, 17) 
San Ignacio en su contemplación para alcanzar amor escribe:
El tercero, considerar cómo Dios trabaja y labora por mí en todas cosas criadas sobre la haz de la tierra, id est, habet se ad modum laborantis. Así como en los cielos, elementos, plantas, fructos, ganados, etc., dando ser, conservando, vejetando y sensando, etc. Después reflectir en mí mismo.
Pues bien, el texto evangélico de hoy trae a nuestra consideración la referencia de Jesús al vino, fruto de la vid y del trabajo del hombre, como se nos recuerda cada día en el ofertorio de la Misa.
Las múltiples citas evangélicas e incluso bíblicas acerca del vino ejemplifican los muy diversos simbolismos que reviste este fruto de la vid.
Fue asociado a la sangre, por su carácter de esencia de la vid. El vino, la sangre del racimo. Por ello no hemos de extrañarnos de que fuera escogido por Jesús para el milagro de la transubstanciación: Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos. En verdad os digo que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios (Mc 14, 24).
Y sin duda el milagro de la conversión del agua en vino, en las bodas de Caná es todo un símbolo del milagro eucarístico que cada día se repite sobre nuestros altares.
El vino es también signo y símbolo de la alegría. Así lo reconoce el salmista: Él saca pan de los campos, y vino que le alegra el corazón (Sal 104, 14) y el autor del libro del Eclesiastés: Come tu pan con alegría y bebe contento tu vino, porque Dios ya ha aceptado tus obras (Ecl 9, 7).
Si bien su exceso conduce a la embriaguez, por lo que tal propiedad queda como símbolo del extravío con que Dios golpea la infidelidad. Así lo vemos en algunos textos sagrados, como el del profeta Isaías: ¡Despierta, despierta, ponte en pie Jerusalén!, que bebiste de la mano del Señor la copa de su ira, apuraste hasta las heces el cáliz de vértigo (Is 51, 17), o el libro del Apocalipsis: Y otro ángel, el tercero, les seguía diciendo con gran voz: «El que adore a la bestia y a su imagen y reciba su marca en la frente o en la mano, ese beberá del vino del furor de Dios, escanciado sin mezcla en la copa de su ira, y será atormentado con fuego y azufre en presencia de los santos ángeles y del Cordero» (Ap 14, 9).
Finalmente, el vino ha sido también fuente de simbolismos para los autores espirituales. Así, para san Clemente de Alejandría el vino es al pan lo que la vida contemplativa a la vida activa.
Pero de modo especial centremos nuestra oración en lo expuesto por san Juan de la Cruz, para el cual el vino es, según el entendimiento, la sabiduría de Dios; según la voluntad, su amor; y según la memoria, sus delicias.

Que repitamos al Señor con el Cantar de los Cantares: ¡Tus amores son más dulces que el vino!

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