Tampoco se echa vino nuevo en odres
viejos; porque revientan los odres: se derrama el vino y los odres se
estropean; el vino nuevo se echa en odres nuevos y así las dos cosas se
conservan (Mt 9,
17)
San Ignacio en su contemplación para
alcanzar amor escribe:
El tercero, considerar cómo Dios trabaja y labora por mí en todas
cosas criadas sobre la haz de la tierra, id est, habet se ad modum laborantis.
Así como en los cielos, elementos, plantas, fructos, ganados, etc., dando ser,
conservando, vejetando y sensando, etc. Después reflectir en mí mismo.
Pues bien, el texto evangélico de hoy
trae a nuestra consideración la referencia de Jesús al vino, fruto de la vid y del trabajo del
hombre, como se nos recuerda cada día en el ofertorio de la Misa.
Las múltiples citas evangélicas e
incluso bíblicas acerca del vino ejemplifican los muy diversos simbolismos que
reviste este fruto de la vid.
Fue asociado a la sangre, por su
carácter de esencia de la vid. El vino, la sangre del racimo. Por ello no hemos
de extrañarnos de que fuera escogido por Jesús para el milagro de la
transubstanciación: Esta es mi
sangre de la alianza, que es derramada por muchos. En verdad os digo que no
volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el
reino de Dios (Mc 14, 24).
Y sin duda el milagro de la
conversión del agua en vino, en las bodas de Caná es todo un símbolo del
milagro eucarístico que cada día se repite sobre nuestros altares.
El vino es también signo y símbolo de
la alegría. Así lo reconoce el salmista: Él
saca pan de los campos, y vino que le alegra el corazón (Sal 104, 14) y el autor del libro del
Eclesiastés: Come tu pan con
alegría y bebe contento tu vino, porque Dios ya ha aceptado tus obras (Ecl 9, 7).
Si bien su exceso conduce a la
embriaguez, por lo que tal propiedad queda como símbolo del extravío con que
Dios golpea la infidelidad. Así lo vemos en algunos textos sagrados, como el
del profeta Isaías: ¡Despierta,
despierta, ponte en pie Jerusalén!, que bebiste de la mano del Señor la copa de
su ira, apuraste hasta las heces el cáliz de vértigo (Is 51, 17), o el libro del
Apocalipsis: Y otro ángel, el
tercero, les seguía diciendo con gran voz: «El que adore a la bestia y a su
imagen y reciba su marca en la frente o en la mano, ese beberá del vino del
furor de Dios, escanciado sin mezcla en la copa de su ira, y será atormentado
con fuego y azufre en presencia de los santos ángeles y del Cordero» (Ap 14, 9).
Finalmente, el vino ha sido también
fuente de simbolismos para los autores espirituales. Así, para san Clemente de
Alejandría el vino es al pan lo que la vida contemplativa a la vida activa.
Pero de modo especial centremos
nuestra oración en lo expuesto por san Juan de la Cruz, para el cual el vino
es, según el entendimiento, la sabiduría de Dios; según la voluntad, su amor; y
según la memoria, sus delicias.
Que repitamos al Señor con el Cantar
de los Cantares: ¡Tus amores
son más dulces que el vino!