Comienzo la oración con un acto de fe
en la presencia viva de Jesús en mi corazón o en el sagrario si estoy ante él:
“Señor, aumenta mi fe”. Mirando a la Virgen, le suplico que no me pase como a
los nazarenos que “desconfiaban de Jesús”. La Palabra de Dios tiene un mensaje
para mí hoy y en este rato de oración quiero estar a la escucha para acoger ese
mensaje y aplicarlo a mi vida con la ayuda de la gracia.
Me pregunto si no puedo parecerme a
los nazarenos. Jesús “se extrañó de su falta de fe”. ¿Cuándo soy yo como ellos?
Aquellos habitantes de Nazaret estaban tan acostumbrados a convivir con el hijo
del carpintero que no se explicaban de dónde le venía la sabiduría que mostraba
en su predicación ni de donde salía aquella fuerza para hacer milagros: “¿Y
esos milagros de sus manos?”. Aquellas manos de carpintero humilde no podían
hacer los prodigios que se decían de Él. Yo también puedo parecerme a ellos
cuando, a fuerza de costumbre y de rutina en mi vida cristiana, se apaga el
brillo de mi fe, pierdo la frescura del amor primero y no vivo la novedad de
haber conocido el amor de Jesús. Escribía el Papa Francisco en Evangelii gaudium: “Cristo es
el Evangelio eterno y es el mismo ayer, hoy y para siempre, pero su riqueza y
su hermosura son inagotables. Él es siempre joven y fuente constante de
novedad”.
Quisiera rezarle así: “Jesús, perdona
mi falta de fe. Te extrañas de que, después de haber recibido tanto de ti,
después de haberme perdonado tanto, mi fe esté adormecida y la tibieza campee
en mi corazón. Aumenta mi fe en tu amor que todo lo puede, pues cuanto más se
espera de Ti, más se recibe de tu generosidad. Si tuviera fe como un granito de
mostaza... Pero hoy quiero despertarme de mi rutina y empezar a creer en que
puedes hacer milagros en mi vida y a mi alrededor, porque me quieres y quieres
servirte de mí para llevar tu misericordia a los míos”.
Después de haber orado así, cuéntale
a Jesús tus sueños y tus deseos de amarle y hacer grandes cosas por Él y pídele
esos milagros que tanto esperas: la conversión de ese familiar o amigo, luz
para conocer tu vocación, gracias para tantas personas y situaciones de
necesidad: enfermedad, falta de trabajo, de unidad, de paz... Que tu fe viva
arranque esos milagros de sus manos misericordiosas. Fíjate lo que dice el Papa
Francisco: “Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura
original del evangelio, brotan caminos nuevos, métodos creativos, signos más
elocuentes...”
“¿No es este el hijo de María?” Dale
la vuelta a la frase y conviértela en expresión de fe y de confianza: “Sí, Tú
eres el Hijo de María, la Virgen de Nazaret, la que creyó que para Dios nada
hay imposible y dijo ‘hágase’ a tu voluntad. Gracias a su fe se realizó el gran
milagro de tu Encarnación. Como ella quiero confiar en Ti. Todo lo espero de tu
amor. Te quiero”.