Empieza
el evangelio de hoy diciéndonos que al ver Jesús el gentío, subió al monte, se
sentó y les enseñaba explicándoles las bienaventuranzas. No sabemos si se
decidió a enseñar al ver el gentío, o si fue por lo que vio entre el gentío.
Porque me imagino un gran masa de personas entre los que, posiblemente, habría
pobres, desheredados, tristes, hambrientos, insatisfechos, endeudaos... Y
también, jóvenes idealistas, ingenuos, de mirada limpia y con ánimo solidario,
con ganas de servir a Dios y a los demás.
A
todos ellos, hombres y mujeres del siglo I en Palestina, y a nosotros hombres y
mujeres del mundo globalizado del siglo XXI, el evangelio de este domingo nos
propone el peculiar modo de entender la vida que tiene el Señor. Lo que
podríamos llamar el manifiesto del cristiano. Una especie de declaración de
principios que choca de manera radical con nuestro habitual modo de entender el
mundo y la felicidad. Es el paradójico código de felicidad que anuncia Cristo.
¡Declara dichosos a los que el mundo considera desdichados! ¿Cómo puede ser
eso? Porque las bienaventuranzas son un reflejo de las disposiciones del
corazón de Dios, no de la bendición que supone ser pobre, triste, manso, etc.
Nos indican cuáles son los gustos de Dios, sus focos de atención, aquello que
le atrae especialmente, de tal modo que podemos decir: ¡Qué bueno que seas
pobre, manso, misericordioso o limpio de corazón! Porque el Señor se va a fijar
en ti. ¡Qué bueno que estés triste, hambriento, perseguido o seas injuriado!
Porque el Señor se encariña y se enternecerse con los que están como tú y vas a
estar en el centro de su mirada de amor y vas a ser objeto de su predilección.
Por eso:
BIENAVENTURADOS…
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PORQUE…
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Bienaventurados
los pobres en el espíritu
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Porque Dios
es magnánimo y da todo lo que tiene a los que ve necesitados. Le entusiasman
los pobres de espíritu y por eso les da todo su Reino. De hecho, se enamoró
de una pobre doncella de Nazaret.
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Bienaventurados
los mansos
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Porque Dios
es justo y generoso y le agradan los que no son competitivos, agresivos ni
ambiciosos. Con ellos puede compartir su herencia sin temor a envidias ni
rencillas. Por eso, ellos heredarán la tierra.
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Bienaventurados
los que lloran
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Porque Dios es
todo sensibilidad y ternura. No puede soportar ver a alguien llorando sin
intentar consolarle. Porque Él también sabe de dolores y puede ponerse en el
lugar del que sufre. Porque no le resulta ajeno el dolor de los que lloran es
por lo que tendrán la suerte de ser consolados por Dios mismo.
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Bienaventurados
los que tienen hambre y sed de la justicia
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Porque Dios
también sueña con un mundo más justo. Porque cree en la dignidad del hombre y
la mujer, cree en la humanidad, cree en las causas perdidas, en el derecho a
la vida del principio al fin. Porque valora el esfuerzo y sufrimiento de
aquellos que luchan por un mundo mejor, es por lo que ellos quedarán saciados
de su justicia benevolente.
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Bienaventurados
los misericordiosos
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Porque Él
también es misericordioso, ¡todo misericordia! Disculpa siempre, espera
siempre, confía siempre. Todo lo cree, todo lo excusa, todo lo soporta, no
toma en cuenta el mal. Su misericordia se funde con la de los que ejercen la
misericordia
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Bienaventurados
los limpios de corazón
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Porque ellos
verán a Dios en todas las cosas, y verán las cosas cómo Dios las ve, porque
Él es virgen, inmaculado, casto y puro.
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Bienaventurados
los que trabajan por la paz
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Porque Dios
trabaja junto a ellos, porque Dios es paz, armonía, estabilidad, serenidad.
Colaboran con El en la construcción de un mundo mejor. ¡Qué bueno ser
copartícipe de la obra de Dios! Por eso serán llamados hijos de Dios.
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Bienaventurados
los perseguidos por causa de la justicia.
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Porque Él
también ha sido perseguido injustamente y sabe lo que se siente. Porque sabe
lo que es sentirse desamparado, sin refugio ni socorro alguno. Por eso, y
porque es enormemente sensible a la injusticia y la equidad es por lo que
compartirá también con ellos su reino.
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Bienaventurados
vosotros cuando os insulten, os persigan y os calumnien de cualquier modo por
mi causa.
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Alegraos y
regocijaos, porque a Dios nadie le gana en generosidad, lealtad y fidelidad
para con los suyos. Porque da siempre el ciento por uno y recompensa con
generosidad infinita a los que considera hijos suyos, y si hijos, también
herederos.
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Este es
nuestro código de felicidad, nuestra “hoja de ruta”. Para ser vivido, no
explicado, pues estas ideas solo se entienden cuando se viven. Tomemos como
ejemplo a María: pobre, humilde y esclava. Que lloró, fue perseguida,
injuriada… y sin embargo alegre en su espíritu y felicitada por todas las
generaciones.