1/5/2011, Domingo de la segunda semana de Pascua (de la Divina Misericordia)

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (2, 42-47)

Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones. Todo el mundo estaba impresionado por los muchos prodigios y signos que los apóstoles hacían en Jerusalén. Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común; vendían posesiones y, bienes, y lo repartían entre todos, según la necesidad de cada uno. A diario acudían al templo todos unidos, celebraban la fracción del pan en las casas y comían juntos, alabando a Dios con alegría y de todo corazón; eran bien vistos de todo el pueblo, y día tras día el Señor iba agregando al grupo los que se iban salvando.

Salmo responsorial (Sal 117, 2-4. 13-15. 22-24)
R. Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.

Diga la casa de Israel: eterna es su misericordia.
Diga la casa de Aarón: eterna es su misericordia.
Digan los fieles del Señor: eterna es su misericordia. R.

Empujaban y empujaban para derribarme, pero el Señor me ayudó;
el Señor es mi fuerza y mi energía, él es mi salvación.
Escuchad: hay cantos de victoria en las tiendas de los justos. R.

La piedra que desecharon los es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho ha sido un milagro patente.
Éste es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo. R.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro (1, 3-9)

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo. La fuerza de Dios os custodia en la fe para la salvación que aguarda a manifestarse en el momento final. Alegraos de ello, aunque de momento tengáis que sufrir un poco, en pruebas diversas: así la comprobación de vuestra fe -de más precio que el oro, que, aunque perecedero, lo aquilatan a fuego- llegará a ser alabanza y gloria y honor cuando se manifieste Jesucristo. No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación.

Lectura del santo evangelio según san Juan (20, 19-31)

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: -«Paz a vosotros.» Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: -«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.» Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: -«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.» Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: -«Hemos visto al Señor.» Pero él les contestó: -«Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo. » A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: -«Paz a vosotros.» Luego dijo a Tomás: -«Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.» Contestó Tomás: -«¡Señor mío y Dios mío!» Jesús le dijo: -«¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.» Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis Y da en su nombre.

1 mayo 2011, domingo de la segunda semana de Pascua (de la Divina Misericordia) – Puntos de oración

Hoy es un día muy especial por muchos motivos:

1. Primer día de mayo. ¿Quieres contemplar a San José, el obrero de Nazaret, el educador de Jesús, el modelo del trabajador orante?

¿Quieres mirar a María, tu Madre, al comenzar el mes más hermoso del año? ¡Totus tuus! Para él, y para otros muchos, lo peor es siempre lo más seguro. Su “credo” es tan breve como sincero y espontáneo: “Señor mío y Dios mío”. Oración tan viva que sólo puede pronunciarse de rodillas, con emoción.

2. ¿Prefieres vivir inundado de la misericordia divina en la fiesta de la Divina Misericordia? Culmina la octava con el Domingo II de Pascua. (Jn 20, 19). Se nos narra el episodio de la “incredulidad” de Tomás. Nuevamente, podremos cantar el ¡oh feliz culpa que mereció tal Redentor! Gracias a la tozudez y petición de pruebas por parte de Tomás, el Señor nos permite introducir “los dedos en los clavos y la mano en el costado”. Santo Tomás es, como muchos hombres modernos, un existencialista que no cree más que en lo que toca, porque no quiere vivir de ilusiones; un pesimista audaz que no duda en enfrentarse con el mal, pero que no se atreve a creer en la dicha. Es preciso no ser tan testarudos y admitir el testimonio fraterno; es conveniente no exigir pruebas, no sea que nos veamos obligados a pasar por los agujeros de los clavos y la lanza, para después encontrarnos con Cristo resucitado. La Fe es una conquista, una iluminación, una experiencia nueva, una declaración gozosa, un anuncio pascual: “Hemos visto al Señor”.

3. ¿O acompañas a la Iglesia proclamando Beato al querido Juan Pablo II? Y te quedas con el gesto de besar el suelo de todas las naciones visitadas, gracias a su apasionada itinerancia por todo el planeta, sembrando el bien a manos llenas. O el martirio en vida por el intento de asesinato aquel fatídico 13 de mayo de 1981. Lo primero que salta a la vista es lo humano y divino en el pontificado a lo largo de dos mil años. En el 264 sucesor de Pedro se ha hecho más consciente si cabe la responsabilidad de la misión de sumo pontífice (constructor de puentes), siervo de los siervos de Dios (gesto de besar el suelo cuando visita todos los países), alter Cristus (cuando la gente le aclama “Juan Pablo II”, él susurra “Alabado sea Jesucristo”. Podríamos decir también que –pensando en su capacidad para el teatro- el mejor papel interpretado ha sido el de Papa; y destaco en él el sentido de la coherencia y de la realidad. El Papa, obispo de Roma y sucesor de San Pedro, protagonista del Concilio vive la definición dada por el aula vaticana “es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles”. (Lumen Gentium, 23).

Culminamos en tiernos coloquios con José, María, Jesús, Juan Pablo II.

30/4/2011, Sábado de la Octava de Pascua

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (4,13-21)

En aquellos días, los jefes del pueblo, los ancianos y los escribas, viendo la seguridad de Pedro y Juan, y notando que eran hombres sin letras ni instrucción, se sorprendieron y descubrieron que habían sido compañeros de Jesús. Pero, viendo junto a ellos al hombre que habían curado, no encontraban respuesta. Les mandaron salir fuera del Sanedrín, y se pusieron a deliberar: «¿Qué vamos a hacer con esta gente? Es evidente que han hecho un milagro: lo sabe todo Jerusalén, y no podemos negarlo; pero, para evitar que se siga divulgando, les prohibiremos que vuelvan a mencionar a nadie ese nombre.» Los llamaron y les prohibieron en absoluto predicar y enseñar en nombre de Jesús. Pedro y Juan replicaron: «¿Puede aprobar Dios que os obedezcamos a vosotros en vez de a él? Juzgadlo vosotros. Nosotros no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído.» Repitiendo la prohibición, los soltaron. No encontraron la manera de castigarlos, porque el pueblo entero daba gloria a Dios por lo sucedido.

Salmo responsorial (Sal 117,1.14-15.16-18.19-21)
R. Te doy gracias, Señor, porque me escuchaste

Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.
El Señor es mi fuerza y mi energía, él es mi salvación.

Escuchad: hay cantos de victoria en las tiendas de los justos. R.
La diestra del Señor es excelsa, la diestra del Señor es poderosa.
No he de morir, viviré para contar las hazañas del Señor.

Me castigó, me castigó el Señor, pero no me entregó a la muerte. R.
Abridme las puertas del triunfo, y entraré para dar gracias al Señor.
Esta es la puerta del Señor: los vencedores entrarán por ella.

Te doy gracias porque me escuchaste. y fuiste mi salvación. R.

Lectura del santo evangelio según san Marcos (16,9-15)

Jesús, resucitado al amanecer del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios. Ella fue a anunciárselo a sus compañeros, que estaban de duelo y llorando. Ellos, al oírle decir que estaba vivo y que lo había visto, no la creyeron. Después se apareció en figura de otro a dos de ellos que iban caminando a una finca. También ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero no los creyeron. Por último, se apareció Jesús a los Once, cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que lo habían visto resucitado. Y les dijo: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación.»

30 abril 2011, sábado de la Octava de Pascua – Puntos de oración

Estamos en el último día de la octava de Pascua. En este día, el evangelio de san Marcos nos hace una especie de síntesis de los acontecimientos que les han sucedido a los apóstoles tras la resurrección. Desde la aparición a María Magdalena (la primera a la que se le apareció) pasando por la aparición a los dos de Emaús, para terminar con la aparición a los once. En los tres casos el evangelista repite una misma idea: no les creyeron. Parece que San Marcos quiere resaltar precisamente esta idea, la de la falta de fe de sus discípulos.

Y quizás este sea también nuestro problema para vivir la resurrección que, al igual que los apóstoles, no creemos en ella. No es que Cristo no haya resucitado, es que nosotros no nos lo creemos En el fondo es un problema de percepción, de vivencia de la fe. Si Cristo no hubiera resucitado vana sería nuestra fe, nos dirá san Pablo. Pero no ¡Cristo ha resucitado! Y nuestro problema es que no nos enteramos. Puede darse el caso de que toda la creación esté clamando la victoria de nuestro Dios, menos el hombre. Toda la tierra canta la alegría de Jesucristo resucitado, como decía san Francisco, menos el hombre que metido en su mundo es incapaz de descubrirle.

Sin embargo, lo consolador de todo esto es ver como el Señor no se cansa de repetir sus apariciones para resucitar el ánimo y la fe de sus apóstoles. Se aparecerá a unos y a otros, de diversas formas y bajo distintas apariencias, siempre adaptándose a cada uno, a las diferentes psicologías. A María Magdalena se aparecerá la primera, de forma súbita, antes incluso de subir al Padre. Correspondiendo así a su afectividad ardiente de mujer enamorada que no soporta la vida sin el amor de su esposo. A los dos de Emaús se les acercará poco a poco, con prudencia, sin prisa, dándoles el tiempo necesario para que fuera encendiéndose su corazón mientras les hablaba por el camino. A través de la explicación de las escrituras, van descubriendo progresivamente la coherencia de la escritura y la supremacía del amor sobre la muerte. Me emociona pensar que Jesús en persona se pusiera a caminar con ellos, tranquilamente, sin prisas. Parece que el Señor no tuviera otra cosa más importante que hacer ese día que andar dos leguas con dos de sus discípulos. ¡Qué pérdida de tiempo! Pensaríamos hoy. ¡Podría haber rentabilizado un poco más su divino tiempo, haber sacado más jugo a su agenda con apariciones más multitudinarias, fugaces y mediáticas! Por último, se apareció Jesús a los Once, cuando estaban a la mesa, es decir, en la intimidad del hogar. Es entonces cuando el Señor quiere consolidar en la fe a toda la comunidad reunida, porque el gozo de la resurrección es para ser compartido.

Por eso termina el evangelio con una llamada a la Misión: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación.» Esta es la consecuencia lógica de haber vivido la Pascua. Esto es lo que nos toca ahora a nosotros tras la finalización de la octava de Pascua.

29/4/2011, Viernes de la Octava de Pascua

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (4,1-12)

En aquellos días, mientras hablaban al pueblo Pedro y Juan, se les presentaron los sacerdotes, el comisario del templo y los saduceos, indignados de que enseñaran al pueblo y anunciaran la resurrección de los muertos por el poder de Jesús. Les echaron mano y, como ya era tarde, los metieron en la cárcel hasta el día siguiente. Muchos de los que habían oído el discurso, unos cinco mil hombres, abrazaron la fe. Al día siguiente, se reunieron en Jerusalén los jefes del pueblo, los ancianos y los escribas; entre ellos el sumo sacerdote Anás, Caifás y Alejandro, y los demás que eran familia de sumos sacerdotes. Hicieron comparecer a Pedro y a Juan y los interrogaron: «¿Con qué poder o en nombre de quién habéis hecho eso?» Pedro, lleno de Espíritu Santo, respondió: «Jefes del pueblo y ancianos: Porque le hemos hecho un favor a un enfermo, nos interrogáis hoy para averiguar qué poder ha curado a ese hombre; pues, quede bien claro a todos vosotros y a todo Israel que ha sido el nombre de Jesucristo Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por su nombre, se presenta éste sano ante vosotros. Jesús es la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular; ningún otro puede salvar; bajo el cielo, no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos.»

Salmo responsorial (Sal 117,1-2.4.22-24.25-27a)
R. La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular

Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel: eterna es su misericordia.
Digan los fieles del Señor: eterna es su misericordia. R.

La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente.
Éste es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo. R.

Señor, danos la salvación; Señor, danos prosperidad.
Bendito el que viene en nombre del Señor, os bendecimos desde la casa del Señor;
el Señor es Dios, él nos ilumina. R.

Lectura del santo evangelio según san Juan (21,1-14)

En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice: «Me voy a pescar.» Ellos contestan: «Vamos también nosotros contigo.» Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: «Muchachos, ¿tenéis pescado?» Ellos contestaron: «No.» Él les dice: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.» La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: «Es el Señor.» Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: «Traed de los peces que acabáis de coger.» Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: «Vamos, almorzad.» Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.

29 abril 2011, viernes de la Octava de Pascua – Puntos de oración

El evangelio de hoy es tan rico que nunca acabaríamos de comentarlo. Bebamos unos sorbos de la fuente para apagar nuestra sed de Dios y dejemos que siga manando inagotable para volver a ella sin cesar.

“Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades”. Jesús nos espera siempre en los caminos, en el lago, en la vida.. El lago Tiberíades representa el corazón de la vida, donde la gente acude a trabajar, donde los pescadores echan sus redes para ganarse la vida. Allí donde tenemos la experiencia de las redes vacías, de faenar contra viento y marea sin conseguir nada. Se acerca para llenarnos el corazón de esperanza

“Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla”. Una noche sin pescar nada, de fracaso y esterilidad apostólica. Pero después de la noche siempre amanece. No hay ninguna noche que no esté herida de luz. Si sabemos esperar, tarde o temprano acaba por amanecer. El amanecer representa el triunfo de la resurrección y de la vida sobre el fracaso de la cruz y de la muerte. A veces, cuando la noche es muy oscura, más hermoso e impresionante es el amanecer. Jesús se presenta en la orilla. Él nunca está lejos y siempre nos sale al encuentro. ¿A quién le interesa nuestra vida sino sólo a Él? ¿Quién se iba a mostrar cercano en todos nuestros fracasos? Había estado allí toda la noche, pero no supimos reconocerle. Su silueta en el amanecer nos habla de su Amor incondicional por nosotros. Jesús es el Amigo invisible, pero siempre cercano.

«Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.» Las redes de la vida se llenan cuando se escucha y obedece a la palabra de Jesús. La fecundidad de nuestra vida está en saber vivir cumpliendo su voluntad. Es vivir lo que María dijo a los sirvientes en las bodas de Caná: “Haced lo que Él os diga”. Las redes vacías se llenan de esperanzas.

“¡Es el Señor!”. El discípulo a quien amaba Jesús es el primero en descubrir ante el signo al Anónimo personaje de la orilla. Es el místico, el que tiene el corazón limpio, porque ama a Jesús entrañablemente. Ayuda a Pedro a descubrir al Señor. Juan es capaz de descubrir esa Presencia de Jesús en la orilla del mar de la vida por su vida de contemplación, por haber estado junto a la cruz y por su amor a la Eucaristía. Además hace una afirmación de fe en la divinidad de Cristo. Es el Señor, es mi Señor. Solo hay que saber descubrirlo con los ojos contemplativos del que ama.

Que estas palabras del Santo Padre en su mensaje del Domingo de Pascua nos ayuden a descubrir a Cristo resucitado siempre presente en la orilla de nuestra vida para llenarnos de esperanza:

“Queridos hermanos y hermanas. Cristo resucitado camina delante de nosotros hacia los cielos nuevos y la tierra nueva (cf. Ap 21,1), en la que finalmente viviremos como una sola familia, hijos del mismo Padre. Él está con nosotros hasta el fin de los tiempos. Vayamos tras Él en este mundo lacerado, cantando el Aleluya. En nuestro corazón hay alegría y dolor; en nuestro rostro, sonrisas y lágrimas. Así es nuestra realidad terrena. Pero Cristo ha resucitado, está vivo y camina con nosotros. Por eso cantamos y caminamos, con la mirada puesta en el Cielo, fieles a nuestro compromiso en este mundo”.

28/4/2011, Jueves de la Octava de Pascua

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (3,11-26)

En aquellos días, mientras el paralítico curado seguía aún con Pedro y Juan, la gente, asombrada, acudió corriendo al pórtico de Salomón, donde ellos estaban. Pedro, al ver a la gente, les dirigió la palabra: «Israelitas, ¿por qué os extrañáis de esto? ¿Por qué nos miráis a como si hubiéramos hecho andar a éste con nuestro propio poder o virtud? El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, al que vosotros entregasteis y rechazasteis ante Pilato, cuando había decidido soltarlo. Rechazasteis al santo, al justo, y pedisteis el indulto de un asesino; matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos. Como éste que veis aquí y que conocéis ha creído en su nombre, su nombre le ha dado vigor; su fe le ha restituido completamente la salud, a vista de todos vosotros. Sin embargo, hermanos, sé que lo hicisteis por ignorancia, y vuestras autoridades lo mismo; pero Dios cumplió de esta manera lo que había predicho por los profetas, que su Mesías tenía que padecer. Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados; a ver si el Señor manda tiempos de consuelo, y envía a Jesús, el Mesías que os estaba destinado. Aunque tiene que quedarse en el cielo hasta la restauración universal que Dios anunció por boca de los santos profetas antiguos. Moisés dijo: "El Señor Dios sacará de entre vosotros un Profeta como yo: escucharéis todo lo que os diga; y quien no escuche al profeta será excluido del pueblo." Y, desde Samuel, todos los profetas anunciaron también estos días. Vosotros sois los hijos de los profetas, los hijos de la alianza que hizo Dios con vuestros padres, cuando le dijo a Abrahán: "Tu descendencia será la bendición de todas las razas de la tierra." Dios resucitó a su siervo y os lo envía en primer lugar a vosotros, para que os traiga la bendición, si os apartáis de vuestros pecados».

Salmo responsorial (Sal 8,2a.5.6-7.8-9)
R. Señor, dueño nuestro ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!

Señor, dueño nuestro, ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él,
el ser humano, para darle poder? R.

Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad,
le diste el mando sobre las obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus pies. R.

Rebaños de ovejas y toros, y hasta las bestias del campo,
las aves del cielo, los peces del mar, que trazan sendas por el mar. R.

Lectura del santo evangelio según san Lucas (24,35-48)

En aquel tiempo, contaban los discípulos lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando se presenta Jesús en medio de ellos y les dice: «Paz a vosotros.» Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. Él les dijo: «¿Por qué os alarmáis? ¿Por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo.» Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: «¿Tenéis ahí algo de comer?» Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo: «Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse.» Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió: «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto».

28 abril 2011, jueves de la Octava de Pascua – Puntos de oración

Empecemos la oración como se merece este tiempo de la octava de Pascua… cantando: “Señor, Dios nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra…” (CLN 501) Si no te sabes bien la canción canta un Aleluya cualquiera. Ya sabes que los días de la octava de Pascua son como si celebrásemos otra vez la misma misa del Domingo de Resurrección, así que puedes ir todavía dando abrazos por ahí a la gente, como al salir de la Vigilia Pascual.

Tiempo de alegría y gozo con Cristo resucitado… Tiempo de sorpresas. Con Cristo resucitado puede pasar de todo. Quizás puedas usar unos minutos de tu oración en preparar tu corazón para acoger las sorpresas de Dios. No es que Cristo sea un mago afamado, pero tendríamos que tener esa actitud expectante del que espera algo maravilloso: “¡Señor Jesús, estoy dispuesto a recibir tus sorpresas!”

En los textos de la Misa de hoy, el milagro que obran los apóstoles trae cola. Un paralítico ha echado a andar por la fuerza de Jesucristo (buena sorpresa ¿eh?), pero la gente mira alucinada a Pedro y a Juan, y ellos tienen que explicar que todo ha sido por obra del Dios-hombre que ellos mataron y no por sí mismos. Y siguen explicando que Dios lo resucitó y que ellos son simplemente testigos de eso. Aquí está ni más ni menos que la esencia de porqué nosotros creemos en Cristo, y después de 21 siglos sigue el mundo creyendo en él. Y es que Pedro y Juan y algunos más fueron testigos de la resurrección de Cristo, y estos se lo contaron a aquellos que tenían delante en ese momento, y esos se lo contaron a sus familiares y a sus vecinos, y estos a sus hijos y nietos, y estos a los suyos… y hasta hoy.

También el evangelio de hoy acaba así: “Vosotros sois testigos de esto”. Jesús nos dice que lo que hemos visto es verdad, que no ha sido un sueño ni un truco de magia. Así que no valen excusas. Ya podemos hacer bien este rato de oración porque nos conviene ver a Jesús resucitado porque luego se lo tenemos que contar a los demás. Tenemos que ser testigos para poder hablar luego con convicción.

Y nosotros lo hemos visto y oído muchas veces ya. ¿Acaso no hemos visto milagros y sorpresas continuamente estos días… toda nuestra vida? Estemos muy atentos en este rato porque habrá milagros hoy también.

27/04/2011, Miércoles de la Octava de Pascua

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (3, 1-10)

En aquellos días, subían al templo Pedro y Juan, a la oración de media tarde, cuando vieron traer a cuestas a un lisiado de nacimiento. Solían colocarlo todos los días en la puerta del templo llamada «Hermosa», para que pidiera limosna a los que entraban. Al ver entrar en el templo a Pedro y a Juan, les pidió limosna. Pedro, con Juan a su lado, se le quedó mirando y le dijo: -«Míranos.» Clavó los ojos en ellos, esperando que le darían algo. Pedro le dijo: -«No tengo plata ni oro, te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar.» Agarrándolo de la mano derecha lo incorporó. Al instante se le fortalecieron los pies y los tobillos, se puso en pie de un salto, echó a andar y entró con ellos en el templo por su pie, dando brincos y alabando a Dios. La gente lo vio andar alabando a Dios; al caer en la cuenta de que era el mismo que pedía limosna sentado en la puerta Hermosa, quedaron estupefactos ante lo sucedido.

Salmo responsorial (Sal 104, 1-2. 3-4. 6-7. 8-9)
R. Que se alegren los que buscan al Señor.

Dad gracias al Señor, invocad su nombre, dad a conocer sus hazañas a los pueblos.
Cantadle al son de instrumentos, hablad de sus maravillas. R.

Gloriaos de su nombre santo, que se alegren los que buscan al Señor.
Recurrid al Señor y a su poder, buscad continuamente su rostro. R.

¡Estirpe de Abrahán, su siervo; hijos de Jacob, su elegido!
El Señor es nuestro Dios, él gobierna toda la tierra. R.

Se acuerda de su alianza eternamente, de la palabra dada, por mil generaciones;
de la alianza sellada con Abrahán, del juramento hecho a Isaac. R.

Lectura del santo evangelio según san Lucas (24, 13-35)

Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Él les dijo: -«¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?» Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: -«¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?» Él les preguntó: -«¿Qué?» Ellos le contestaron: -«Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; como lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace ya dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron.» Entonces Jesús les dijo: -«¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?» Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura. Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron, diciendo: -«Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída.» Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció. Ellos comentaron:  -«¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?» Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: -«Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.» Y ellos contaron lo que les habla pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

27 abril 2011, miércoles de la Octava de Pascua – Puntos de oración

Oración inicial (en unión con toda la Cruzada – Milicia de Santa María).

"Que todas mis intenciones, acciones y operaciones, sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de Su Divina Majestad”.

Composición de lugar.

Hoy caminamos con los discípulos de Emaús. Discípulos que recorren decepcionados, los caminos de la vida. Iban lamiéndose sus llagas, enredados en sus lamentaciones que toman forma de pescadilla que se muerde la cola. Cristo no había respondido a sus ilusiones y proyectos.

Mientras ellos se alejaban de ese lugar de muerte, en contraste, las mujeres madrugaron, y fueron al sepulcro. Permanecieron en ese lugar de muerte, esperando, movidas por el amor… ¿Y cuál es la vivencia de cada uno? Unos viven con sus planes desmoronados, derrotados, cabizbajos. Otras encuentran el sepulcro vacío, y van a anunciar a los Apóstoles que han visto al Resucitado… En ambos casos, Cristo sale al encuentro… ¡También en mi vida!

Huir de la noche del espíritu no es camino para encontrar nunca nada. Es necesario permanecer, esperando la irrupción de Dios en la vida, renunciando a otros planes alternativos.

De las muchas lecturas que se pueden hacer de este pasaje del Evangelio que tantas veces se da en nuestras vidas, vamos a implorar hoy para nosotros, para nuestro mundo de relaciones, para la Iglesia, una gracia muy particular, una actitud vital: esperar en sólo Dios

Llegan momentos en la vida, en que nada se ve claro, en los que nuestros planes se vienen abajo. Cristo, realmente cercano y presente en nuestro camino, no es reconocido. Ciegos, mirando sin reconocer. Si Cristo permite que se den estos momentos es porque quiere purificar nuestra fe, porque Él mismo quiere explicarnos lo que ha pasado, porque quiere irrumpir en nuestra vida bajo la apariencia del Pan partido, que esconde su Corazón traspasado…

Pero para reconocer bajo la humilde apariencia del pan (de los acontecimientos cotidianos) la presencia y el amor incondicional de Cristo, es necesario esperarlo todo de Él, y recurrir sólo a Él…, en los momentos de sufrimiento, de fragilidad, de no ver claro…

Seguimos prolongando la alegría de la Resurrección del Señor en nuestras vidas. Pidamos que Él sea el único clavo ardiendo al que deseemos agarrarnos, con la confianza de que Él no dudará en hacerse el encontradizo en los caminos de nuestra vida… Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus criaturas… Señor, que no me mire a mí mismo, que sólo tenga ojos para Ti… Que Tú seas mi todo, y yo sea tu nada…

Amo tanto a Jesús que para ocuparme de mí no tengo tiempo.

Sólo Dios, sólo Dios… No busques otra cosa y ya verás cómo al verte en el séquito de Jesús en los campos de Galilea, tu alma se inunda de algo que yo no te sé explicar.

Ya verás cómo no te acuerdas ni de tus penas y alegrías, ni de ti mismo te ocupas, y verás cómo también se te pega la locura. No te importará andar al sol, ni el dormir al sereno… ¡Es tan dulce Jesús! ¡Se está tan bien en su compañía!

No importará que el camino sea duro, ni áspero, ni largo…, va Jesús delante; ni miraremos dónde ponemos los pies…, es Jesús el que guía. Callaremos cuando Él hable y guardaremos en silencio sus palabras…

Seguiremos, lo mismo de noche que de día, ebrios, locos de alegría, sin escuchar al mundo, sin comer, son dormir nada. Sólo Dios…, sólo Dios gritará con berridos nuestro corazón, ya que los labios no pueden abrirse para gritar por calles y plazas el nombre de Jesús, las maravillas de Dios, su grandeza, su misericordia…, su amor.

Y así, en silencio, iremos pasando por este mundo que dice que es cristiano y no sigue a Cristo. Pondremos lo que los demás no ponen. Le amaremos como nadie, y si alguien te pregunta por tu salud, por tus cruces o tus consuelos; si alguien te pregunta algo de ti mismo, puedas contestarle: No sé, amo tanto a Jesús, que para ocuparme de eso, no tengo tiempo. Entonces sí que la has hecho…, tu locura es completa.

(Hno. Rafael Arnaíz)

26/04/2011, Martes de la Octava de Pascua

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (2, 36-41)

El día de Pentecostés, decía Pedro a los judíos: - «Todo Israel esté cierto de que al mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías.» Estas palabras les traspasaron el corazón, y preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles: - «¿Qué tenemos que hacer, hermanos?» Pedro les contestó: -«Convertíos y bautizaos todos en nombre de Jesucristo para que se os perdonen los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque la promesa vale para vosotros y para vuestros hijos y, además, para todos los que llame el Señor, Dios nuestro, aunque estén lejos.» Con estas y otras muchas razones les urgía, y los exhortaba diciendo: - «Escapad de esta generación perversa.» Los que aceptaron sus palabras se bautizaron, y aquel día se les agregaron unos tres mil.

Salmo responsorial (Sal 32, 4-5. 18-19. 20 y 22)
R. La misericordia del Señor llena la tierra.

La palabra del Señor es sincera, y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra. R.

Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre. R.

Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperarnos de ti. R.

Lectura del santo evangelio según san Juan (20, 11-18)

En aquel tiempo, fuera, junto al sepulcro, estaba María, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús. Ellos le preguntan: «Mujer, ¿por qué lloras?» Ella les contesta: «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto.» Dicho esto, da media vuelta y ve a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Jesús le dice: «Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?» Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta: «Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré.» Jesús le dice: «¡María!» Ella se vuelve y le dice: «¡Rabboni!», que significa: «¡Maestro!» Jesús le dice: «Suéltame, que todavía no he subido al Padre. Anda, ve a mis hermanos y diles: "Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro."» María Magdalena fue y anunció a los discípulos: «He visto al Señor y ha dicho esto».

26 abril 2011, Martes de la Octava de Pascua – Puntos de oración

* Iniciamos nuestra oración uniéndonos a la Liturgia de la Iglesia:

Tú, Señor Dios nuestro, en este día nos abres las puertas de la vida por medio de Jesús, tu Hijo, vencedor de la muerte. Concédenos a cuantos compartimos el gozo de la Resurrección vernos renovados por tu Espíritu; y a quienes todavía no han sido iluminados por su luz guíalos hacia la Verdad; así todos gozaremos del Reino definitivo de la luz y de la paz. Amén.

PRIMERA LECTURA:

Las palabras de Pedro «Todo Israel esté cierto de que al mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías.» sin rodeos ni componendas ante su auditorio, invitan a los oyentes a que sean conscientes de la responsabilidad que han contraído crucificando al Mesías.

Es preciso que meditemos esta realidad esencial de nuestra fe: !Dios ha hecho a Jesús Señor! La Resurrección, de la que han sido testigos los apóstoles, ha cambiado radicalmente la visión que tenían de Él anteriormente; el descubrimiento es fulgurante: Jesús es «Señor» (Kyrios) que participa del ser de Dios, ¡es Dios!

Al oír esto sintieron remordimiento de corazón, o también el «corazón traspasado». Se dan cuenta de lo que han hecho. No vuelven de su asombro. ¡Tener el corazón traspasado! Esta es una gracia que Dios les concede para el arrepentimiento. “Convertíos y bautizaos todos en nombre de Jesucristo para que se os perdonen los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo...”

Esta es ya la Iglesia que preside la conversión de los corazones. Pedro es el que habla en nombre de Dios. Sustituye, por así decirlo, a Jesús y repite sus palabras espontáneamente: «convertíos».

Hoy, también, miles, reciben esta gracia de Dios a través de la Iglesia. Se sigue construyendo el Reino de Cristo... estamos llamados a colaborar con el Señor en la Iglesia -de la que formamos parte- “porque la promesa vale para vosotros y para vuestros hijos y, además, para todos los que llame el Señor, Dios nuestro, aunque estén lejos” en el espacio (todos los lugares del mundo) o en el tiempo (los siglos que se suceden). Porque “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad” (Primera carta de San Pablo a Timoteo capítulo 2, versículo 4).

SALMO RESPONSORIAL:

Dios resucitó a Jesús y resucitará a todos los que creen en Él, en una resurrección de gloria, porque de su misericordia está llena la tierra. Así rezamos con el corazón el Salmo 32: «La palabra del Señor es sincera, y todas sus acciones son leales; Él ama la justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra. Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre. Nosotros aguardamos al Señor: Él es nuestro auxilio y escudo. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de Ti». Dejamos la palabra al futuro beato Juan Pablo II: «El auténtico conocimiento de Dios, Dios de la misericordia y del amor benigno, es una constante e inagotable fuente de conversión, no solamente como momentáneo acto interior, sino también como disposición estable, como estado de ánimo. Quienes llegan a conocer de este modo a Dios, quienes lo ven así, no pueden vivir sino convirtiéndose sin cesar a Él. Viven, pues, en un estado de conversión, es este estado el que traza la componente más profunda de la peregrinación de todo el hombre por la tierra en estado de viador (caminante o peregrino)» (Encíclica “Dives in misericordia” nº 13).

EVANGELIO:

Vamos a dejar que en nuestro corazón resuenen estas palabras de Jesús Resucitado y que iluminen así nuestros días:

¿Por qué lloras? ¿Por qué a veces la vida nos parece tan dura? ¿Por qué va tan lenta -aparentemente- la conversión y vuelta de las personas a Dios? ¿Por qué la alegría dura tan poco? ¿Por qué nos cansamos de hacer el bien? ¿Por qué nos duele tanto el mal que sucede en el mundo y casi siempre provocado por los hombres?

¿A quién buscas? ¿Qué deseamos, en el fondo, cuando esperamos algo grande en nuestra vida? ¿Dónde ponemos nuestra felicidad? ¿Dónde está nuestro tesoro? ¿Dónde está nuestro corazón?

Suéltame. Quisiéramos estar siempre consolados con Jesús, sentir siempre su presencia cerca... pero nuestro Cristo Resucitado -aunque siempre está a nuestro lado- quiere , por ahora, que sigamos el camino de la fe. ”Dichosos los que crean sin haber visto” (Juan 20, 29). Lo tocamos sin apresarlo. Lo confesamos sin verlo. Adoramos a Cristo en la Eucaristía por y con la fe, pero llegará un día venturoso en que roto el velo de esta vida, nuestra fe se tornará en visión gozosa.

Ve a mis hermanos y diles. Apostolado. La llamada a salir de nosotros mismos y ponernos en camino. La fe se acrecienta compartiéndola, se fortalece dándola. Somos enviados a anunciar la buena noticia. Pero sólo será convincente nuestro anuncio si brota de la experiencia de nuestro encuentro con el Señor. Quien ama de veras a Cristo, rebosa el amor hacia las demás personas.

ORACIÓN FINAL (pedimos al Señor, por intercesión de la Virgen, ser dóciles al Espíritu y cantar las obras de Dios):

Dios todopoderoso, tú que inspiraste a la Virgen María, cuando llevaba en su seno a tu Hijo, el deseo de visitar a su prima Isabel, concédenos, te rogamos, que, dóciles al soplo del Espíritu, podamos, con María, cantar tus maravillas durante toda nuestra vida. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

25 abril 2011, Lunes de la Octava de Pascua – Puntos de oración

  1. Introducción: cuando preparo estos puntos resuenan en mi interior frases de la lectura del libro del Papa “Jesús de Nazaret (Desde la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección.)” ¿Fue escuchado Jesús en el Monte de los Olivos? Aparentemente no pues sufrió la Pasión. Dice el Papa en el texto (págs. 195 y ss.) «…el Padre lo ha levantado de la noche de la muerte: Jesús ya no muere más. (…) La resurrección no es sólo un salvar personalmente a Jesús de la muerte. En efecto, esta muerte no le incumbía solamente a Él. La suya fue una muerte “por los otros”, fue la superación de la muerte en cuanto tal. Así puede entenderse ciertamente este ser escuchado partiendo también del texto paralelo en Juan 12,27s, en el que a la oración de Jesús –“Padre, glorifica tu nombre”, responde la voz del cielo, que dice: “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo”. La cruz misma se ha convertido en la glorificación de Dios, una manifestación de la gloria de Dios y del Hijo. Esta gloria va más allá del momento e impregna toda la amplitud de la historia. Esta gloria es vida. En la cruz misma aparece, de manera velada y sin embargo insistente, la gloria de Dios, la transformación de la muerte en vida. Desde la cruz viene a los hombres una vida nueva. En la cruz, Jesús se convierte en fuente de vida para sí y para todos. En la cruz, la muerte queda vencida.»
    Y esto es lo que celebramos hoy Lunes de Pascua y durante toda esta Octava (Semana) de Pascua: la fiesta del Domingo de Resurrección prolongada durante una semana para que los cristianos hagamos nuestra la alegría del Señor, salvado de la muerte de una vez para siempre y nosotros con él. Una semana para profundizar, llenos de alegría, en la alegría del Señor y de toda la Iglesia. Como dice el Salmo 22: “El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan” Jesús, como Buen Pastor va delante de su Iglesia. Ha atravesado ya la cañada oscura de la muerte y toda la Iglesia vamos tras Él camino de la Resurrección.
  2. Oración preparatoria hacemos la señal de la cruz y nos ponemos en presencia de Dios. Invocamos la ayuda del Espíritu Santo y rezamos mentalmente la oración preparatoria de Ejercicios: “Señor, que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de tu divina majestad.” (EE 46)
  3. Petición: Santa María, ayúdame a alegrarme con Jesús resucitado.
  4. Composición de lugar: Contemplar a la Virgen que recibe la visita de Jesús resucitado
  5. Puntos para orar: Repetir despacio, si nos ayuda el salmo 22, pensando en que sus palabras se cumplen en la resurrección de Cristo.
  6. Unos minutos antes del final de la oración: Avemaría a la Virgen e invocación: “Santa María, Madre de Dios y Madre mía, ayúdame a vivir hoy y estos días la alegría de la Resurrección.”
  7. Examen de la oración: ver cómo me ha ido en el rato de oración. Recordar si he recibido alguna idea o sentimiento que debo conservar y volver sobre él. Ver dónde he sentido más el consuelo del Señor o dónde me ha costado más. Hacer examen de las negligencias al hacer la oración, pedir perdón y proponer enmienda.

25/4/2011, Lunes de la Octava de Pascua

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (2,14.22-33)

El día de Pentecostés, Pedro, de pie con los Once, pidió atención y les dirigió la palabra: -«Judíos y vecinos todos de Jerusalén, escuchad mis palabras y enteraos bien de lo que pasa. Escuchadme, israelitas: Os hablo de Jesús Nazareno, el hombre que Dios acreditó ante vosotros realizando por su medio los milagros, signos y prodigios que conocéis. Conforme al designio previsto y sancionado por Dios, os lo entregaron, y vosotros, por mano de paganos, lo matasteis en una cruz. Pero Dios lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte; no era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio, pues David dice, refiriéndose a él: "Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón, exulta mi lengua, y mi carne descansa esperanzada. Porque no me entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. Me has enseñado el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia." Hermanos, permitidme hablaros con franqueza: El patriarca David murió y lo enterraron, y conservamos su sepulcro hasta el día de hoy. Pero era profeta y sabía que Dios le había prometido con juramento sentar en su trono a un descendiente suyo; cuando dijo que "no lo entregaría a la muerte y que su carne no conocería la corrupción", hablaba previendo la resurrección del Mesías. Pues bien, Dios resucitó a este Jesús, de lo cual todos nosotros somos testigos. Ahora, exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo que estaba prometido, y lo ha derramado. Esto es lo que estáis viendo y oyendo.»

Salmo responsorial (Sal 15, 1-2 y 5. 7-8. 9-10. 11)
R. Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti; yo digo al Señor: «Tú eres mi bien.»
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa; mi suerte está en tu mano. R.

Bendeciré al Señor, que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré. R.

Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas, y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte, ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. R.

Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha. R.

Lectura del santo evangelio según san Mateo (28, 8-15)

En aquel tiempo, las mujeres se marcharon a toda prisa del sepulcro; impresionadas y llenas de alegría, corrieron a anunciarlo a los discípulos. De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: - «Alegraos.» Ellas se acercaron, se postraron ante él y le abrazaron los pies. Jesús les dijo: -«No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán.» Mientras las mujeres iban de camino, algunos de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron a los sumos sacerdotes todo lo ocurrido. Ellos, reunidos con los ancianos, llegaron a un acuerdo y dieron a los soldados una fuerte suma, encargándoles: -«Decid que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros dormíais. Y si esto llega a oídos del gobernador, nosotros nos lo ganaremos y os sacaremos de apuros.» Ellos tomaron el dinero y obraron conforme a las instrucciones. Y esta historia se ha ido difundiendo entre los judíos hasta hoy.

Lunes de la Octava de Pascua – Puntos de oración

  1. Introducción: cuando preparo estos puntos resuenan en mi interior frases de la lectura del libro del Papa “Jesús de Nazaret (Desde la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección.)” ¿Fue escuchado Jesús en el Monte de los Olivos? Aparentemente no pues sufrió la Pasión. Dice el Papa en el texto (págs. 195 y ss.) «…el Padre lo ha levantado de la noche de la muerte: Jesús ya no muere más. (…) La resurrección no es sólo un salvar personalmente a Jesús de la muerte. En efecto, esta muerte no le incumbía solamente a Él. La suya fue una muerte “por los otros”, fue la superación de la muerte en cuanto tal. Así puede entenderse ciertamente este ser escuchado partiendo también del texto paralelo en Juan 12,27s, en el que a la oración de Jesús –“Padre, glorifica tu nombre”−, responde la voz del cielo, que dice: “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo”. La cruz misma se ha convertido en la glorificación de Dios, una manifestación de la gloria de Dios y del Hijo. Esta gloria va más allá del momento e impregna toda la amplitud de la historia. Esta gloria es vida. En la cruz misma aparece, de manera velada y sin embargo insistente, la gloria de Dios, la transformación de la muerte en vida. Desde la cruz viene a los hombres una vida nueva. En la cruz, Jesús se convierte en fuente de vida para sí y para todos. En la cruz, la muerte queda vencida.»
    Y esto es lo que celebramos hoy Lunes de Pascua y durante toda esta Octava (Semana) de Pascua: la fiesta del Domingo de Resurrección prolongada durante una semana para que los cristianos hagamos nuestra la alegría del Señor, salvado de la muerte de una vez para siempre y nosotros con él. Una semana para profundizar, llenos de alegría, en la alegría del Señor y de toda la Iglesia. Como dice el Salmo 22: “El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan” Jesús, como Buen Pastor va delante de su Iglesia. Ha atravesado ya la cañada oscura de la muerte y toda la Iglesia vamos tras Él camino de la Resurrección.
  2. Oración preparatoria hacemos la señal de la cruz y nos ponemos en presencia de Dios. Invocamos la ayuda del Espíritu Santo y rezamos mentalmente la oración preparatoria de Ejercicios: “Señor, que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de tu divina majestad.” (EE 46)
  3. Petición: Santa María, ayúdame a alegrarme con Jesús resucitado.
  4. Composición de lugar: Contemplar a la Virgen que recibe la visita de Jesús resucitado
  5. Puntos para orar: Repetir despacio, si nos ayuda el salmo 22, pensando en que sus palabras se cumplen en la resurrección de Cristo.
  6. Unos minutos antes del final de la oración: Avemaría a la Virgen e invocación: “Santa María, Madre de Dios y Madre mía, ayúdame a vivir hoy y estos días la alegría de la Resurrección.”
  7. Examen de la oración: ver cómo me ha ido en el rato de oración. Recordar si he recibido alguna idea o sentimiento que debo conservar y volver sobre él. Ver dónde he sentido más el consuelo del Señor o dónde me ha costado más. Hacer examen de las negligencias al hacer la oración, pedir perdón y proponer enmienda.

24/4/2011, Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor: Misa del día

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 10, 34a. 37-43

En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: - «Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que él había designado: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección. Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos. El testimonio de los profetas es unánime: que los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados».

Salmo responsorial (Sal 117, 1-2. l6ab-17. 22-23)
R. Éste es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo.

Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel: eterna es su misericordia. R.

La diestra del Señor es poderosa, la diestra del Señor es excelsa.
No he de morir, viviré para contar las hazañas del Señor. R.

La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente. R.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses (3, 1-4)

Hermanos: Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria.

Lectura del santo evangelio según san Juan (20, 1-9)

El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: -«Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto». Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le hablan cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

24 abril 2011, Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor – Puntos de oración

¡Cristo ha resucitado! La oración brota hoy espontánea, a impulsos del Espíritu Santo, en el Corazón de la Virgen Madre. Pidamos, como nos enseña san Ignacio, gracia para alegrarnos y gozar intensamente de tanta gloria y gozo de Cristo nuestro Señor. Miremos además “el oficio de consolar, que Cristo nuestro Señor trae, y comparando cómo unos amigos suelen consolar a otros”. Podemos tomar cuatro puntos de oración, a partir de cuatro momentos que aparecen en el relato evangélico.

1) Cuando todavía estaba oscuro...: “María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando todavía estaba oscuro”. Todavía reina la noche, la oscuridad en su corazón, ante la evidencia de la muerte de su Maestro y Señor. Necesitamos tiempo y espacio en el alma para entender lo que ha pasado esta noche. Nos encontramos, como María Magdalena, todavía bajo el impacto de la muerte de Jesús. Por lo menos en ella queda el rescoldo del amor. Y ese amor la mueve a salir de si misma y de sus cosas, y a acudir donde –según pensaba- se encontraba Jesús. El amor le da alas, le hace correr. ¿Y a nosotros?

2) Aparecen las primeras luces: Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro: los dos corrían juntos”. Un periodista haciendo la crónica del día podría haber titulado su reportaje: “un día en las carreras”. Además del amor, ahora surge el atrevimiento (de momento solo en Pedro, que entró en el sepulcro) y la admiración. Ven, pero no saben interpretar lo que observan. Salir de uno mismo, apretar el paso, entrar y ver son cuatro actitudes que preparan nuestras almas para la fe, y el encuentro.

3) Amanece: Juan, el de corazón puro, da el salto: vio... ¡y creyó! Ya lo había anunciado el Señor: “bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”. Creer es abrir la mente a lo que el Señor nos dice (“hasta entonces no habían entendido la Escritura”), y descorrer así la cortina del desconcierto. Juan no necesita ver a Jesús para creer. Se cumple en él la bienaventuranza pascual de Jesús: “bienaventurados los que crean sin haber visto”.

4) Brilla el astro de la mañana: El pasaje del evangelio que leemos hoy nos deja justo a las puertas del encuentro. Jesús se aparecerá primero a María Magdalena, y más tarde a los discípulos. Por ello nos centramos ahora en el evangelio de la Vigilia Pascual: “De pronto, Jesús les salió al encuentro [a las mujeres] y les dijo: -«Alegraos». Ellas se acercaron, se postraron ante él y le abrazaron los pies. Jesús les dijo: -«No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán».

- Luego la alegría (“alegraos”), la confianza (“no tengáis miedo”), y el apostolado (“id a comunicar a mis hermanos”) son mandatos de Jesús resucitado. Nos manda, y nos alcanza con su resurrección la fuerza para ello.

- Nuestra respuesta ha de ser la de las mujeres: acercarnos a Jesús, adorarle, y abrazarle. Gozándonos de ver a Jesús resucitado que se nos aparece. Y también la de la segunda lectura: resucitar con Cristo y buscar los bienes de arriba, donde está Cristo, nuestra vida.

5) Algunas consideraciones finales.

- En realidad si recorremos los relatos de las apariciones, vemos que Jesús se aparece a los suyos a cualquier hora del día (al amanecer, por la mañana, al atardecer...), en cualquier lugar y actividad. Estemos atentos al paso del Señor, en todo momento, lugar o circunstancia.

- “Señor mío, Dios mío”, “Maestro mío”... son las exclamaciones que surgen de dentro en estos relatos ante la presencia de Jesús resucitado. Digámosle a Jesús: Tú eres mi Señor, mi Maestro, mi Dios. Quiero ponerme a tu servicio, aprender de ti, adorarte...

Oración final. Madre del amor hermoso, alcánzanos, al calor de tu Corazón, gracia para alegrarnos intensamente de tanta gloria y gozo de Jesús resucitado. Que nos acerquemos a Él, le adoremos y le abracemos, como las mujeres a las que salió al encuentro, para resucitar con Él y buscar los bienes de arriba, donde está Cristo, nuestra vida.

23/4/2011, Sábado Santo – Vigilia Pascual

  • En esta vigilia, “Madre de todas las vigilias”, se proponen nueve lecturas: siete del Antiguo Testamento y dos del Nuevo (epístola y evangelio).

    • 1ª Lectura (Gén. 1,1-2,2): Nos ofrece el misterio del origen de la creación.
    • 2ª Lectura (Gén. 22,1-18): Es la prueba de la fe de Abrahán, cuando Dios le pide que sacrifique a su hijo Isaac.
    • 3ª Lectura (Ex. 14,15-15,1): Narración del paso del Mar Rojo.
    • 4ª Lectura (Is. 54,5-14): Promesa de una Nueva Alianza de paz entre Dios y el pueblo de Israel, y anuncio de la reconstrucción de Jerusalén.
    • 5ª Lectura (Is. 55,1-11): Invitación a Israel para que acoja la salvación.
    • 6ª Lectura (Bar. 3,9-15. 32-4,4): Invitación a seguir el camino de la sabiduría y de la Ley.
    • 7ª Lectura (Ez. 36, 16-28): Mensaje de consolación, con el que Dios ofrece su gracia.
    • 8ª Lectura (Rom. 6,3-11): Enuncia el núcleo central de la teología paulina en lo que se refiere al Bautismo.
    • 9ª Lectura (Mt. 28,1-10): Nos habla de la tumba vacía, del mensaje del ángel (v.5-6), y de la aparición de Cristo resucitado a las mujeres (v.9-10).

  • Fijémonos en el evangelio que hoy será proclamado: Mt. 28,1-10

“En la madrugada del sábado, al alborear el primer día de se la semana, fueron María la Magdalena y la otra María a ver el sepulcro. Y de pronto tembló fuertemente la tierra, pues un ángel del Señor, bajando del cielo y acercándose, corrió la piedra y se sentó encima. Su aspecto era de relámpago y su vestido blanco como la nieve; los centinelas temblaron de miedo y quedaron como muertos. El ángel hablo a las mujeres: Vosotras no temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado.

No está aquí: Ha resucitado, como había dicho. Venid a ver el sitio donde yacía e id a prisa a decir a sus discípulos: “Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis”. Mirad, os lo he anunciado.

Ellas se marcharon a toda prisa del sepulcro: impresionadas y llenas de alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos. De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: ¡Alegraos…!

Ellas se acercaron, se postraron ante él y le abrazaron los pies. Jesús les dijo: No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán.”

Sábado Santo – Vigilia Pascual – Puntos de oración

A la luz de la Escritura, os invito a ponderar tres grandes aspectos de la Resurrección de Cristo:

1. Su realidad.

2. Su necesidad.

3. Sus beneficios.

1. La realidad de la resurrección de Cristo.

a. Jesús mismo afirmó en diversas ocasiones que iba a morir y que luego resucitaría.

i. Mt. 16,21: “Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día.”

ii. Mt. 20,19: “… y lo entregarán a los gentiles, para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen; y al tercer día resucitará.”

iii. Mc. 9,31: “… porque iba instruyendo a sus discípulos. Les decía: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres y lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará.”

b. Después de resucitar se presentó a sus discípulos por cuarenta días dándoles pruebas indubitables de su resurrección.

i. Hch. 1,3: “Se les presentó él mismo después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, apareciéndoseles durante cuarenta días hablándoles del reino de Dios.”

ii. Jn. 20,19-20: “Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entré Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz a vosotros”. Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor…”

c. Quinientas personas lo vieron vivo después de su resurrección.

i. 1 Cor. 15,5-9: “… y que se apareció a Cefas y más tarde a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales vive todavía, otros han muerto.”

d. Los apóstoles proclamaron su resurrección a despecho de las amenazas y de los castigos de las autoridades.

i. Hch. 3,13-15: “El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, al que vosotros entregasteis y de quien renegasteis ante Pilato, cuando había decidido soltarlo. Vosotros renegasteis del Santo y del Justo, y pedisteis el indulto de un asesino; matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello.”

ii. Hch. 4,1-2: “Mientras Pedro y Juan hablaban al pueblo, se les presentaron los sacerdotes, el jefe de la guardia del templo y los saduceos, indignados de que enseñaran al pueblo y anunciaran en Jesús la resurrección de los muertos.”

iii. Hch. 5,29-33: “Pedro y los apóstoles replicaron: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. Dios lo ha exaltado con su diestra haciéndolo jefe y salvador, para otorgar a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que lo obedecen. Ellos, al oír esto, se consumían de rabia y trataban de matarlos.”

iv. Hch. 5,40-41: “…y, habiendo llamado a los apóstoles, los azotaron, les prohibieron hablar en nombre de Jesús, y los soltaron. Ellos, pues, salieron del Sanedrín contentos de haber merecido aquel ultraje por el Nombre.”

2. La necesidad de su resurrección.

a. Si Jesucristo no hubiera resucitado, no hubiéramos tenido ni evangelio, ni salvación, ni esperanza alguna para el futuro.

i. 1 Cor. 15,14-19: “Pero si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también vuestra fe; más todavía: resultamos unos falsos testigos de Dios, porque hemos dado testimonio contra él, diciendo que ha resucitado a Cristo, a quien no ha resucitado.., si es que los muertos no resucitan. Pues si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado; y, si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido, seguís estando en vuestros pecados; de modo que incluso los que murieron en Cristo han perecido. Si hemos puesto nuestra esperanza en Cristo sólo en esta vida, somos los más desgraciados de toda la humanidad.”

b. Si Jesucristo no resucitó luego, no solo Pablo habló falsamente (v.15), sino también Pedro.

i. Hch. 2,32-36: “A este Jesús lo resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Exaltado, pues, por la diestra de Dios y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, lo ha derramado. Esto es lo que estáis viendo y oyendo. Pues David no subió al cielo, y, sin embargo, él mismo dice: Oráculo del Señor a mi Señor: “Siéntate a mi derecha, y haré de tus enemigos estrado de tus pies!” Por lo tanto, con toda seguridad conozca toda la casa de Israel que al mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis Dios lo ha constituido Señor y Mesías.”

ii. Y el Señor mismo también: Mt.16,21: “Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día.”

c. Era necesario que Jesucristo resucitase a fin de ser Salvador y Señor.

i. Hch. 5,30-31: “El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. Dios lo ha exaltado con su diestra, haciéndolo jefe y salvador, para otorgar a Israel la conversión y el perdón de los pecados.”

ii. Hch. 17,31: “Porque tiene señalado un día en que juzgará el universo con justicia, por medio del hombre a quien él ha designado; y ha dado a todos la garantía de esto, resucitándolo de entre los muertos.

 

3. Los beneficios que conlleva el que haya resucitado:

a. Su resurrección es la garantía de la eficacia y perfección de la ofrenda de su cuerpo y de su sangre, hecha una sola vez.

i. Heb. 10,10-12: “Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre. En efecto, todo sacerdote ejerce su ministerio diariamente ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, porque de ningún modo pueden borrar los pecados. Pero Cristo, después de haber ofrecido por los pecados un único sacrificio, está sentado para siempre jamás ala derecha de Dios.

 

b. La ofrenda de su cuerpo asegura nuestra regeneración.

i. 1 Pe. 1,3: “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor, Jesucristo, que, por su gran misericordia, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha regenerado para una esperanza viva.”

c. La ofrenda de su cuerpo asegura nuestra salvación.

i. Rom. 10,9: “Porque, si profesas con tus labios que Jesús es Señor, y crees con tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo.”

d. La ofrenda de su cuerpo asegura nuestra justificación.

i. Rom. 4,24-25: “También está escrito por nosotros, a quienes se nos contará: nosotros, los que creemos en el que resucitó de entre los muertos a Jesucristo nuestro Señor, el cual fue entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación.”

e. La ofrenda de su cuerpo asegura nuestra resurrección.

i. 1 Cor. 6,14: “Y Dios resucitó al Señor y nos resucitará también a nosotros con su poder.”

ii. 1 Cor. 15,20-24: “Pero Cristo ha resucitado de entre los muertos y es primicia de los que han muerto. Si por un hombre vino la muerte, por un hombre vino la resurrección. Pues lo mismo que en Adán mueren todos, así en Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno en su puesto primero Cristo, como primicia; después todos los que son de Cristo, en su venida; después el final, cuando Cristo entregue el reino a Dios Padre, cuando haya aniquilado todo principado, poder y fuerza.”

iii. 2 Cor. 4,14: “Sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús también nos resucitará a nosotros con Jesús y nos presentará con vosotros ante él.”

f. La ofrenda de su cuerpo asegura nuestra glorificación.

i. Col. 3,1-4: “Por tanto, si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos, juntamente con él.”

Mis queridos hermanos, que vivamos este día sábado junto a la Virgen de la Esperanza. Nadie mejor que ella, para prepararnos a un glorioso y definitivo Domingo de Resurrección… ¡Feliz Pascua Florida…!

22/04/2011, Viernes Santo

Lectura de la profecía de Isaías (52,13-53,12)

Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho. Como muchos se espantaron de él, porque desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano, así asombrará a muchos pueblos, ante él los reyes cerrarán la boca, al ver algo inenarrable y contemplar algo inaudito. ¿Quien creyó nuestro anuncio?, ¿a quién se reveló el brazo del Señor? Creció en su presencia como brote, como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros, despreciado y desestimado. Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes. Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca; como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron, ¿quién meditó en su destino? Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron. Le dieron sepultura con los malvados, y una tumba con los malhechores, aunque no había cometido crímenes ni hubo engaño en su boca. El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento, y entregar su vida como expiación; verá su descendencia, prolongará sus años, lo que el Señor quiere prosperará por su mano. Por los trabajos de su alma verá la luz, el justo se saciará de conocimiento. Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos. Le daré una multitud como parte, y tendrá como despojo una muchedumbre. Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, él tomo el pecado de muchos e intercedió por los pecadores.

Salmo Responsorial (Sal 30)
R. Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.

A ti, Señor, me acojo: no quede yo nunca defraudado; tú, que eres justo, ponme a salvo.
A tus manos encomiendo mi espíritu: tú, el Dios leal, me librarás. R.

Soy la burla de todos mis enemigos, la irrisión de mis vecinos,
el espanto de mis conocidos; me ven por la calle, y escapan de mí.
Me han olvidado como a un muerto, me han desechado como a un cachorro inútil. R.

Pero yo confío en ti, Señor, te digo: "Tú eres mi Dios."
En tu mano están mis azares; líbrame de los enemigos que me persiguen. R.

Haz brillar tu rostro sobre tu siervo, sálvame por tu misericordia.
Sed fuertes y valientes de corazón, los que esperáis en el Señor. R.

Lectura de la carta a los Hebreos (4,14-16;5,7-9)

Hermanos: Mantengamos la confesión de la fe, ya que tenemos un sumo sacerdote grande, que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios. No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado con todo exactamente como nosotros, menos en el pecado. Por eso, acerquémonos con seguridad al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente. Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna.

Pasión de Nuestro Señor según san Juan (18,1-19,42)

C. En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando la patrulla y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús sabiendo todo lo que venia sobre él, se adelanto y les dijo: +. "¿A quién buscáis?" C. Le contestaron: S. "A Jesús, el Nazareno." C. Les dijo Jesús: +. "Yo soy." C. Estaba también con ellos Judas, el traidor. Al decirles: "Yo soy", retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez: +. "¿A quién buscáis?" C. Ellos dijeron: S. "A Jesús, el Nazareno." C. Jesús contestó: +. "Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos." C. Y así se cumplió lo que había dicho: "No he perdido a ninguno de los que me diste." Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro: +. "Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?" C. La patrulla, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; era Caifás el que había dado a los judíos este consejo: "Conviene que muera un solo hombre por el pueblo." Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La criada que hacía de portera dijo entonces a Pedro: S. "¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?" C. Él dijo: S. "No lo soy." C. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose. El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de la doctrina. Jesús le contesto: +. "Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, de qué les he hablado. Ellos saben lo que he dicho yo." C. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo: S. "¿Así contestas al sumo sacerdote?" C. Jesús respondió: +. "Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?" C. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote. Simón Pedro estaba en pie, calentándose, y le dijeron: S. "¿No eres tú también de sus discípulos?" C. Él lo negó, diciendo: S. "No lo soy." C. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo: S. "¿No te he visto yo con él en el huerto?" C. Pedro volvió a negar, y enseguida canto un gallo. Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era el amanecer, y ellos no entraron en el pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos, y dijo: S. "¿Qué acusación presentáis contra este hombre?" C. Le contestaron: S. "Si éste no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos." C. Pilato les dijo: S. "Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley." C. Los judíos le dijeron: S. "No estamos autorizados para dar muerte a nadie." C. Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir. Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo: S. "¿Eres tú el rey de los judíos?" C. Jesús le contestó: +. "¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?" C. Pilato replicó: S. "¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mi; ¿que has hecho?" C. Jesús le contestó: +. "Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí." C. Pilato le dijo: S. "Conque, ¿tú eres rey?" C. Jesús le contestó: +. "Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz." C. Pilato le dijo: S. "Y, ¿qué es la verdad?" C. Dicho esto, salió otra vez adonde estaban los judíos y les dijo: S. "Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?" C. Volvieron a gritar: S. "A ése no, a Barrabás." C. El tal Barrabás era un bandido. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían: S. "¡Salve, rey de los judíos!" C. Y le daban bofetadas. Pilato salió otra vez afuera y les dijo: S. "Mirad, os lo saco afuera, para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa." C. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo: S. "Aquí lo tenéis." C. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron: S. "¡Crucifícalo, crucifícalo!" C. Pilato les dijo: S. "Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él." C. Los judíos le contestaron: S. "Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios." C. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más y, entrando otra vez en el pretorio, dijo a Jesús: S. "¿De donde eres tú?" C. Pero Jesús no le dio respuesta. Y Pilato le dijo: S. "¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?" C. Jesús le contestó: +. "No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor." C. Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban: S. "Si sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey está contra el César." C. Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio que llaman "el Enlosado" (en hebreo Gábbata). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilato a los judíos: S. "Aquí tenéis a vuestro rey." C. Ellos gritaron: S. "¡Fuera, fuera; crucifícalo!" C. Pilato les dijo: S. "¿A vuestro rey voy a crucificar?" C. Contestaron los sumos sacerdotes: S. "No tenemos más rey que al César." C. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran. Tomaron a Jesús, y él, cargando con la cruz, salió al sitio llamado "de la Calavera" (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: "Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos." Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: S. "No escribas: "El rey de los judíos", sino: "Éste ha dicho: Soy el rey de los judíos." C. Pilato les contestó: S. "Lo escrito, escrito está." C. Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba a abajo. Y se dijeron: S. "No la rasguemos, sino echemos a suerte, a ver a quién le toca." C. Así se cumplió la Escritura: "Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica". Esto hicieron los soldados. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: +. "Mujer, ahí tienes a tu hijo." C. Luego, dijo al discípulo: +. "Ahí tienes a tu madre." C. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa. Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo: +. "Tengo sed." C. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: +. "Está cumplido." C. E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu. (Todos se arrodillan, y se hace una pausa) C. Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: "No le quebrarán un hueso"; y en otro lugar la Escritura dice: "Mirarán al que atravesaron." Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo clandestino de Jesús por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.

22 abril 2011, Viernes santo – Puntos de oración

LA LOCURA DE LA CRUZ – SAN JUAN DE ÁVILA

Para este Viernes Santo te propongo el número 14 del Tratado de Amor de Dios de San Juan de Ávila.

Me parece este texto muy oportuno para leer y saborear despacio en este día las reflexiones de este santo, al contemplar a Cristo clavado en la cruz.

“Pues ¿cómo te pagaré, Señor, este amor? Esto es solo digno de recompensa, que la sangre se recompense con sangre.

¡Dulcísimo Señor!, yo conozco esta obligación. No permitas que yo me salga fuera de ella y véame yo con esa sangre teñido y con esa cruz enclavado.

¡Oh cruz, déjame un lugar, y recibe mi cuerpo, y deja el de mi Señor! ¡Ensánchate, corona, para que pueda yo ahí poner mi cabeza! ¡Dejad, clavos, esas manos inocentes, y atravesad mi corazón, y llagadlo de compasión y amor!

Para esto, moriste, para enseñorearte de vivos y muertos (Rom 14, 9), no con amenazas y castigos, sino con obras de amor.

Qué maravillosa manera de pelear ha tomado el Señor (Jdt 5, 8). Porque ya no con diluvio, no con fuego del cielo, sino con halagos de paz y amor ha conquistado los corazones; no matando, sino muriendo; no derramando sangre, sino la suya por todos en la cruz.

¡Lo que no hiciste desde el cielo servido de ángeles, hiciste desde la cruz acompañado de ladrones! ¿Qué espada será tan fuerte, que arco tan recio y bien flechado, que pueda penetrar a un fino diamante? La fuerza de tu amor ha despedazado infinitos diamantes. Tú has quebrantado la dureza de nuestros corazones. Tú has inflamado a todo el mundo en tu amor: Con el fuego de mi amor será abrasada la tierra (Sof 3, 8)

“…Visitando la tierra embriagaste los corazones terrenos. Embriaga nuestros corazones con ese vino, abrásalos en ese fuego, hiérelos con esa saeta de amor.

¿Qué le falta a esa cruz para ser una espiritual ballesta, pues así hiere los corazones?

La ballesta se hace de madera, una cuerda estirada y una nuez al medio de ella, donde sube la cuerda para disparar la saeta con furia y hacer mayor la herida.

Esta santa cruz es el madero, y ese cuerpo extendido y brazos tan estirados, la cuerda. Y la abertura de ese costado es la nuez donde se pone la saeta de amor, porque de allí salga a herir el corazón.

¡Desarmado se ha la ballesta y herido me ha el corazón! Ahora sepa todo el mundo que tengo el corazón herido. Corazón mío, ¿cómo te protegerás? No hay remedio ninguno que te cure, sino morir.

Cuando yo, mi buen Jesús veo cómo de tu costado sale el hierro de la lanza, esa lanza es una saeta de amor que traspasa, y de tal manera hiere mi corazón, que no deja en él parte que no penetre.

Señor, ¿qué has querido hacer de mi corazón? Vine aquí para curarme, ¡y me has herido! Vine para que me enseñases a vivir, ¡y me haces loco!

¡Oh sapientísima locura: no me vea yo jamás sin ti!

No solamente la cruz, mas la misma figura que en ella tienes nos llama dulcemente a amar.

La cabeza tienes reclinada para oírnos y darnos besos de paz, con la cual convidas a los culpados.
Los brazos tienes tendidos para abrazarnos.
Las manos agujereadas para darnos tus bienes,
El costado abierto para recibirnos en tus entrañas
Los pies enclavados para esperarnos y para nunca poderte apartar de nosotros.

De manera que, mirándote, Señor, en la cruz, todo cuanto vieren mis ojos, todo convida a amor: el madero, la figura y el misterio, las heridas de tu cuerpo y, sobre todo, el amor interior me da voces que te ame y nunca te olvide mi corazón.

Pues ¿cómo me olvidaré de ti? Si me olvidare de ti, ¡oh buen Jesús! Sea echada en olvido mi mano derecha; péguese mi lengua al paladar si no me acordare de ti y si no te pusiese por principio de mis alegrías” (Sal 136, 5-6).

“Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”

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