4 abril 2011, lunes de la cuarta semana de Cuaresma – Puntos de oración

MARÍA Y LA CRUCIFIXIÓN.

Con frecuencia he ido haciendo las meditaciones de cada día de cuaresma y como ninguna de ellas trata de la pasión de Jesús, resulta que sólo medito en ella el Viernes Santo, así que vamos a dedicar este día a dos escenas de la Virgen en la crucifixión.

Empecemos por la composición de lugar. A nuestro querido Jesús ya le han crucificado y está pendiente del madero, jadeando. Ya lleva una hora y una parte de los “curiosos” se han ido y ahora su madre, se puede acercar a la cruz. Seguramente que los soldados no la dejan acercarse totalmente, pero con la imaginación podemos pensar que sí, o que ya han pasado ya dos horas, ya no hay peligro de que sus discípulos vengan a descolgarle, ni de que alguien le ataque y los vigilantes bajan la guardia y consienten algunas cosas. Ella a los pies de su hijo. Seguramente los pies estaban a la altura de su boca. Intenta meterte en su ser. ¿Qué pensaría?

“Mi Dios: extraño suceso, un Dios de carne y sufriente. El creador del mundo se hace hombre, hijo mío, y ahora se deja matar. ¿Un fracaso? ¿La expresión del máximo amor? ¿El doloroso triunfo del amor a mí y al Padre (he venido a hacer Tu voluntad y por tanto es lo que está haciendo)? ¿Qué sentido tiene? Desde luego es una patada a todo lo que signifique mandar, poder, dominar. Conservaré estos datos en mi corazón para irlos meditando, hasta que los entienda un poco”.

“Mi hijo: Si no fueses mi Dios me moriría de pena, pero algo me dice que esto no es el final. Si Tú lo quieres, yo también lo tengo que querer, pero me muero de dolor. Me gustaría besarte los pies, limpiarte las gotas de sangre, morir con tigo, pero no me dejan los soldados. Ni siquiera me dejan tocarte. Me muero de tristeza, pero Tú quieres que siga. No lo entiendo, pero ¡Hágase tu voluntad!”

Ahora mira a los dos ladrones. No tienen a nadie debajo de ellos, quizás no tuvieron mamá y en todo caso están solos. Dimas, contento, el otro…

Imagina ahora que los guardias la permiten acercarse y besarle los pies. Ver como lo hace, con cuidado para no hacerle daño, con confianza suma y audacia suma en las caricias. El consuelo que recibe Jesús.

Ahora la sorpresa: de pronto, Jesús va a decir su última voluntad. Estira el oído para enterarse bien y luego cumplirla hasta el extremo: “Ahí tienes a tu hijo”. Por ahora no dice más y hay que pensar, “¿Qué querrá decir esto? ¿Jesús ya no es mi hijo y ahora lo es Juan? No, seguro que no. Aunque aparentemente ese va a ser mi hijo no quiere decir que Jesús ya no lo sea. Tampoco creo que me le dé para que me cuide a mi, sino más bien para que yo le cuide a él, o quizás las dos cosas. Desde luego a partir de ahora le querré más, le abrazaré y le confiaré mis inquietudes e intimidades. Seré su madre. ¿Querrá significar más cosas? ¿Tendré que sentirme y ser madre de los otros discípulos?”...

No se lo que pensaría la Virgen ni si en ese momento se dio cuenta de la amplitud de su maternidad, pero en la actualidad sí que lo tiene claro: es madre de todos y aun de los malos, de los que clavan a su hijo y así lo vive según nos lo atestigua la historia. Y también es mi madre.

Enseguida a Juan: “Ahí tienes a tu madre” No hacía falta, con la frase de antes era suficiente, pero esto lo remacha.

Luego sigue la espera: la incomprensión de lo que pasa, el dolor, ¿también el demonio? El amor, el amor… Así hasta el final “Todo está cumplido”.

Si te queda tiempo puedes pensar en la lanzada en el costado.

Acabas con un coloquio con ella, luego otro con Jesús y por fin otro con el Padre, el padre de los tres y de los demás, que permite y aún entra en sus planes, que todo eso ocurra, por bien mío y por supuesto por bien de Jesús y de María. ¿Lo entiendes? Yo no. Simplemente lo adoro.

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