22 abril 2011, Viernes santo – Puntos de oración

LA LOCURA DE LA CRUZ – SAN JUAN DE ÁVILA

Para este Viernes Santo te propongo el número 14 del Tratado de Amor de Dios de San Juan de Ávila.

Me parece este texto muy oportuno para leer y saborear despacio en este día las reflexiones de este santo, al contemplar a Cristo clavado en la cruz.

“Pues ¿cómo te pagaré, Señor, este amor? Esto es solo digno de recompensa, que la sangre se recompense con sangre.

¡Dulcísimo Señor!, yo conozco esta obligación. No permitas que yo me salga fuera de ella y véame yo con esa sangre teñido y con esa cruz enclavado.

¡Oh cruz, déjame un lugar, y recibe mi cuerpo, y deja el de mi Señor! ¡Ensánchate, corona, para que pueda yo ahí poner mi cabeza! ¡Dejad, clavos, esas manos inocentes, y atravesad mi corazón, y llagadlo de compasión y amor!

Para esto, moriste, para enseñorearte de vivos y muertos (Rom 14, 9), no con amenazas y castigos, sino con obras de amor.

Qué maravillosa manera de pelear ha tomado el Señor (Jdt 5, 8). Porque ya no con diluvio, no con fuego del cielo, sino con halagos de paz y amor ha conquistado los corazones; no matando, sino muriendo; no derramando sangre, sino la suya por todos en la cruz.

¡Lo que no hiciste desde el cielo servido de ángeles, hiciste desde la cruz acompañado de ladrones! ¿Qué espada será tan fuerte, que arco tan recio y bien flechado, que pueda penetrar a un fino diamante? La fuerza de tu amor ha despedazado infinitos diamantes. Tú has quebrantado la dureza de nuestros corazones. Tú has inflamado a todo el mundo en tu amor: Con el fuego de mi amor será abrasada la tierra (Sof 3, 8)

“…Visitando la tierra embriagaste los corazones terrenos. Embriaga nuestros corazones con ese vino, abrásalos en ese fuego, hiérelos con esa saeta de amor.

¿Qué le falta a esa cruz para ser una espiritual ballesta, pues así hiere los corazones?

La ballesta se hace de madera, una cuerda estirada y una nuez al medio de ella, donde sube la cuerda para disparar la saeta con furia y hacer mayor la herida.

Esta santa cruz es el madero, y ese cuerpo extendido y brazos tan estirados, la cuerda. Y la abertura de ese costado es la nuez donde se pone la saeta de amor, porque de allí salga a herir el corazón.

¡Desarmado se ha la ballesta y herido me ha el corazón! Ahora sepa todo el mundo que tengo el corazón herido. Corazón mío, ¿cómo te protegerás? No hay remedio ninguno que te cure, sino morir.

Cuando yo, mi buen Jesús veo cómo de tu costado sale el hierro de la lanza, esa lanza es una saeta de amor que traspasa, y de tal manera hiere mi corazón, que no deja en él parte que no penetre.

Señor, ¿qué has querido hacer de mi corazón? Vine aquí para curarme, ¡y me has herido! Vine para que me enseñases a vivir, ¡y me haces loco!

¡Oh sapientísima locura: no me vea yo jamás sin ti!

No solamente la cruz, mas la misma figura que en ella tienes nos llama dulcemente a amar.

La cabeza tienes reclinada para oírnos y darnos besos de paz, con la cual convidas a los culpados.
Los brazos tienes tendidos para abrazarnos.
Las manos agujereadas para darnos tus bienes,
El costado abierto para recibirnos en tus entrañas
Los pies enclavados para esperarnos y para nunca poderte apartar de nosotros.

De manera que, mirándote, Señor, en la cruz, todo cuanto vieren mis ojos, todo convida a amor: el madero, la figura y el misterio, las heridas de tu cuerpo y, sobre todo, el amor interior me da voces que te ame y nunca te olvide mi corazón.

Pues ¿cómo me olvidaré de ti? Si me olvidare de ti, ¡oh buen Jesús! Sea echada en olvido mi mano derecha; péguese mi lengua al paladar si no me acordare de ti y si no te pusiese por principio de mis alegrías” (Sal 136, 5-6).

“Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”

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