Entramos en la oración dedicando a ésta la lectura de ideas para la misma. Y sabemos que sin la ayuda del Espíritu no tendríamos fuerza, ni luz, ni amor para que haya fruto en nuestro corazón.
Junto a la Madre se hace más llevadero éste esfuerzo inicial, para que haciendo silencio del murmullo interior y actividades externas podamos realmente “conectar” con quien sabemos que nos ama.
La primera lectura me recuerda la canción “no adoréis a nadie más que a El”. La valentía de los tres muchachos encarna el reto que Jesús, en el evangelio de hoy, lanzaba a los judíos: “si os mantenéis en mi palabra seréis de verdad discípulos míos”.
Estos jóvenes, de seguro, que habían experimentado por la oración el gran amor de nuestro Dios: ese amor vivido fielmente, les llevó a conocer la verdad y eran realmente libres: vivían alejados de la esclavitud de adorar a dioses falsos. Para nada iban a renegar pues de su Dios-amor: aún a costa de sus vidas.
- La pregunta-oración, para nosotros, cae por sí sola. ¿De qué calidad es el amor a Dios de mi corazón? ó ¿Cómo lo fomento en mi vida? La valentía para sacar la cara por Cristo ¿no empieza realmente en CREER EN ÉL?
El evangelio invita hoy a observar esta “cadena progresiva hacia la libertad”:
- Creer en Él
- Mantenerse en su palabra
- Discípulo suyo
- Conocer la verdad
- Esta me hacer libre
En segundo lugar, podemos considerar la invitación de Jesús a guardar todo lo que me ha enseñado; mantenerse en el latido de su corazón para no dejar de ser su discípulo. Ese latido que lo siento en su Iglesia a través de los sacramentos y el amor al hermano.
Una convicción que nos hace cantar: “Dios es el único Dios, Señor y Creador, Padre de Jesucristo. Con Dios no hay esclavitud, porque es todo amor, verdad y belleza en el alma”.
Invocando de nuevo la ayuda del Espíritu y con la mediación de S. José, tengamos un coloquio con la Trinidad.
Y, estos días, deseemos acompañar a Jesús que, acelerando el paso, se acerca a Jerusalén con ardiente deseo de entregar su vida por ti y por mí.