Hoy es un día muy especial por muchos motivos:
1. Primer día de mayo. ¿Quieres contemplar a San José, el obrero de Nazaret, el educador de Jesús, el modelo del trabajador orante?
¿Quieres mirar a María, tu Madre, al comenzar el mes más hermoso del año? ¡Totus tuus! Para él, y para otros muchos, lo peor es siempre lo más seguro. Su “credo” es tan breve como sincero y espontáneo: “Señor mío y Dios mío”. Oración tan viva que sólo puede pronunciarse de rodillas, con emoción.
2. ¿Prefieres vivir inundado de la misericordia divina en la fiesta de la Divina Misericordia? Culmina la octava con el Domingo II de Pascua. (Jn 20, 19). Se nos narra el episodio de la “incredulidad” de Tomás. Nuevamente, podremos cantar el ¡oh feliz culpa que mereció tal Redentor! Gracias a la tozudez y petición de pruebas por parte de Tomás, el Señor nos permite introducir “los dedos en los clavos y la mano en el costado”. Santo Tomás es, como muchos hombres modernos, un existencialista que no cree más que en lo que toca, porque no quiere vivir de ilusiones; un pesimista audaz que no duda en enfrentarse con el mal, pero que no se atreve a creer en la dicha. Es preciso no ser tan testarudos y admitir el testimonio fraterno; es conveniente no exigir pruebas, no sea que nos veamos obligados a pasar por los agujeros de los clavos y la lanza, para después encontrarnos con Cristo resucitado. La Fe es una conquista, una iluminación, una experiencia nueva, una declaración gozosa, un anuncio pascual: “Hemos visto al Señor”.
3. ¿O acompañas a la Iglesia proclamando Beato al querido Juan Pablo II? Y te quedas con el gesto de besar el suelo de todas las naciones visitadas, gracias a su apasionada itinerancia por todo el planeta, sembrando el bien a manos llenas. O el martirio en vida por el intento de asesinato aquel fatídico 13 de mayo de 1981. Lo primero que salta a la vista es lo humano y divino en el pontificado a lo largo de dos mil años. En el 264 sucesor de Pedro se ha hecho más consciente si cabe la responsabilidad de la misión de sumo pontífice (constructor de puentes), siervo de los siervos de Dios (gesto de besar el suelo cuando visita todos los países), alter Cristus (cuando la gente le aclama “Juan Pablo II”, él susurra “Alabado sea Jesucristo”. Podríamos decir también que –pensando en su capacidad para el teatro- el mejor papel interpretado ha sido el de Papa; y destaco en él el sentido de la coherencia y de la realidad. El Papa, obispo de Roma y sucesor de San Pedro, protagonista del Concilio vive la definición dada por el aula vaticana “es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles”. (Lumen Gentium, 23).
Culminamos en tiernos coloquios con José, María, Jesús, Juan Pablo II.