Oración inicial (en unión con toda la Cruzada – Milicia de Santa María).
"Que todas mis intenciones, acciones y operaciones, sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de Su Divina Majestad”.
Composición de lugar.
Hoy caminamos con los discípulos de Emaús. Discípulos que recorren decepcionados, los caminos de la vida. Iban lamiéndose sus llagas, enredados en sus lamentaciones que toman forma de pescadilla que se muerde la cola. Cristo no había respondido a sus ilusiones y proyectos.
Mientras ellos se alejaban de ese lugar de muerte, en contraste, las mujeres madrugaron, y fueron al sepulcro. Permanecieron en ese lugar de muerte, esperando, movidas por el amor… ¿Y cuál es la vivencia de cada uno? Unos viven con sus planes desmoronados, derrotados, cabizbajos. Otras encuentran el sepulcro vacío, y van a anunciar a los Apóstoles que han visto al Resucitado… En ambos casos, Cristo sale al encuentro… ¡También en mi vida!
Huir de la noche del espíritu no es camino para encontrar nunca nada. Es necesario permanecer, esperando la irrupción de Dios en la vida, renunciando a otros planes alternativos.
De las muchas lecturas que se pueden hacer de este pasaje del Evangelio que tantas veces se da en nuestras vidas, vamos a implorar hoy para nosotros, para nuestro mundo de relaciones, para la Iglesia, una gracia muy particular, una actitud vital: esperar en sólo Dios…
Llegan momentos en la vida, en que nada se ve claro, en los que nuestros planes se vienen abajo. Cristo, realmente cercano y presente en nuestro camino, no es reconocido. Ciegos, mirando sin reconocer. Si Cristo permite que se den estos momentos es porque quiere purificar nuestra fe, porque Él mismo quiere explicarnos lo que ha pasado, porque quiere irrumpir en nuestra vida bajo la apariencia del Pan partido, que esconde su Corazón traspasado…
Pero para reconocer bajo la humilde apariencia del pan (de los acontecimientos cotidianos) la presencia y el amor incondicional de Cristo, es necesario esperarlo todo de Él, y recurrir sólo a Él…, en los momentos de sufrimiento, de fragilidad, de no ver claro…
Seguimos prolongando la alegría de la Resurrección del Señor en nuestras vidas. Pidamos que Él sea el único clavo ardiendo al que deseemos agarrarnos, con la confianza de que Él no dudará en hacerse el encontradizo en los caminos de nuestra vida… Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus criaturas… Señor, que no me mire a mí mismo, que sólo tenga ojos para Ti… Que Tú seas mi todo, y yo sea tu nada…
Amo tanto a Jesús que para ocuparme de mí no tengo tiempo.
Sólo Dios, sólo Dios… No busques otra cosa y ya verás cómo al verte en el séquito de Jesús en los campos de Galilea, tu alma se inunda de algo que yo no te sé explicar.
Ya verás cómo no te acuerdas ni de tus penas y alegrías, ni de ti mismo te ocupas, y verás cómo también se te pega la locura. No te importará andar al sol, ni el dormir al sereno… ¡Es tan dulce Jesús! ¡Se está tan bien en su compañía!
No importará que el camino sea duro, ni áspero, ni largo…, va Jesús delante; ni miraremos dónde ponemos los pies…, es Jesús el que guía. Callaremos cuando Él hable y guardaremos en silencio sus palabras…
Seguiremos, lo mismo de noche que de día, ebrios, locos de alegría, sin escuchar al mundo, sin comer, son dormir nada. Sólo Dios…, sólo Dios gritará con berridos nuestro corazón, ya que los labios no pueden abrirse para gritar por calles y plazas el nombre de Jesús, las maravillas de Dios, su grandeza, su misericordia…, su amor.
Y así, en silencio, iremos pasando por este mundo que dice que es cristiano y no sigue a Cristo. Pondremos lo que los demás no ponen. Le amaremos como nadie, y si alguien te pregunta por tu salud, por tus cruces o tus consuelos; si alguien te pregunta algo de ti mismo, puedas contestarle: No sé, amo tanto a Jesús, que para ocuparme de eso, no tengo tiempo. Entonces sí que la has hecho…, tu locura es completa.
(Hno. Rafael Arnaíz)