26 abril 2011, Martes de la Octava de Pascua – Puntos de oración

* Iniciamos nuestra oración uniéndonos a la Liturgia de la Iglesia:

Tú, Señor Dios nuestro, en este día nos abres las puertas de la vida por medio de Jesús, tu Hijo, vencedor de la muerte. Concédenos a cuantos compartimos el gozo de la Resurrección vernos renovados por tu Espíritu; y a quienes todavía no han sido iluminados por su luz guíalos hacia la Verdad; así todos gozaremos del Reino definitivo de la luz y de la paz. Amén.

PRIMERA LECTURA:

Las palabras de Pedro «Todo Israel esté cierto de que al mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías.» sin rodeos ni componendas ante su auditorio, invitan a los oyentes a que sean conscientes de la responsabilidad que han contraído crucificando al Mesías.

Es preciso que meditemos esta realidad esencial de nuestra fe: !Dios ha hecho a Jesús Señor! La Resurrección, de la que han sido testigos los apóstoles, ha cambiado radicalmente la visión que tenían de Él anteriormente; el descubrimiento es fulgurante: Jesús es «Señor» (Kyrios) que participa del ser de Dios, ¡es Dios!

Al oír esto sintieron remordimiento de corazón, o también el «corazón traspasado». Se dan cuenta de lo que han hecho. No vuelven de su asombro. ¡Tener el corazón traspasado! Esta es una gracia que Dios les concede para el arrepentimiento. “Convertíos y bautizaos todos en nombre de Jesucristo para que se os perdonen los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo...”

Esta es ya la Iglesia que preside la conversión de los corazones. Pedro es el que habla en nombre de Dios. Sustituye, por así decirlo, a Jesús y repite sus palabras espontáneamente: «convertíos».

Hoy, también, miles, reciben esta gracia de Dios a través de la Iglesia. Se sigue construyendo el Reino de Cristo... estamos llamados a colaborar con el Señor en la Iglesia -de la que formamos parte- “porque la promesa vale para vosotros y para vuestros hijos y, además, para todos los que llame el Señor, Dios nuestro, aunque estén lejos” en el espacio (todos los lugares del mundo) o en el tiempo (los siglos que se suceden). Porque “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad” (Primera carta de San Pablo a Timoteo capítulo 2, versículo 4).

SALMO RESPONSORIAL:

Dios resucitó a Jesús y resucitará a todos los que creen en Él, en una resurrección de gloria, porque de su misericordia está llena la tierra. Así rezamos con el corazón el Salmo 32: «La palabra del Señor es sincera, y todas sus acciones son leales; Él ama la justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra. Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre. Nosotros aguardamos al Señor: Él es nuestro auxilio y escudo. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de Ti». Dejamos la palabra al futuro beato Juan Pablo II: «El auténtico conocimiento de Dios, Dios de la misericordia y del amor benigno, es una constante e inagotable fuente de conversión, no solamente como momentáneo acto interior, sino también como disposición estable, como estado de ánimo. Quienes llegan a conocer de este modo a Dios, quienes lo ven así, no pueden vivir sino convirtiéndose sin cesar a Él. Viven, pues, en un estado de conversión, es este estado el que traza la componente más profunda de la peregrinación de todo el hombre por la tierra en estado de viador (caminante o peregrino)» (Encíclica “Dives in misericordia” nº 13).

EVANGELIO:

Vamos a dejar que en nuestro corazón resuenen estas palabras de Jesús Resucitado y que iluminen así nuestros días:

¿Por qué lloras? ¿Por qué a veces la vida nos parece tan dura? ¿Por qué va tan lenta -aparentemente- la conversión y vuelta de las personas a Dios? ¿Por qué la alegría dura tan poco? ¿Por qué nos cansamos de hacer el bien? ¿Por qué nos duele tanto el mal que sucede en el mundo y casi siempre provocado por los hombres?

¿A quién buscas? ¿Qué deseamos, en el fondo, cuando esperamos algo grande en nuestra vida? ¿Dónde ponemos nuestra felicidad? ¿Dónde está nuestro tesoro? ¿Dónde está nuestro corazón?

Suéltame. Quisiéramos estar siempre consolados con Jesús, sentir siempre su presencia cerca... pero nuestro Cristo Resucitado -aunque siempre está a nuestro lado- quiere , por ahora, que sigamos el camino de la fe. ”Dichosos los que crean sin haber visto” (Juan 20, 29). Lo tocamos sin apresarlo. Lo confesamos sin verlo. Adoramos a Cristo en la Eucaristía por y con la fe, pero llegará un día venturoso en que roto el velo de esta vida, nuestra fe se tornará en visión gozosa.

Ve a mis hermanos y diles. Apostolado. La llamada a salir de nosotros mismos y ponernos en camino. La fe se acrecienta compartiéndola, se fortalece dándola. Somos enviados a anunciar la buena noticia. Pero sólo será convincente nuestro anuncio si brota de la experiencia de nuestro encuentro con el Señor. Quien ama de veras a Cristo, rebosa el amor hacia las demás personas.

ORACIÓN FINAL (pedimos al Señor, por intercesión de la Virgen, ser dóciles al Espíritu y cantar las obras de Dios):

Dios todopoderoso, tú que inspiraste a la Virgen María, cuando llevaba en su seno a tu Hijo, el deseo de visitar a su prima Isabel, concédenos, te rogamos, que, dóciles al soplo del Espíritu, podamos, con María, cantar tus maravillas durante toda nuestra vida. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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