El evangelio de hoy es tan rico que nunca acabaríamos de comentarlo. Bebamos unos sorbos de la fuente para apagar nuestra sed de Dios y dejemos que siga manando inagotable para volver a ella sin cesar.
“Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades”. Jesús nos espera siempre en los caminos, en el lago, en la vida.. El lago Tiberíades representa el corazón de la vida, donde la gente acude a trabajar, donde los pescadores echan sus redes para ganarse la vida. Allí donde tenemos la experiencia de las redes vacías, de faenar contra viento y marea sin conseguir nada. Se acerca para llenarnos el corazón de esperanza
“Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla”. Una noche sin pescar nada, de fracaso y esterilidad apostólica. Pero después de la noche siempre amanece. No hay ninguna noche que no esté herida de luz. Si sabemos esperar, tarde o temprano acaba por amanecer. El amanecer representa el triunfo de la resurrección y de la vida sobre el fracaso de la cruz y de la muerte. A veces, cuando la noche es muy oscura, más hermoso e impresionante es el amanecer. Jesús se presenta en la orilla. Él nunca está lejos y siempre nos sale al encuentro. ¿A quién le interesa nuestra vida sino sólo a Él? ¿Quién se iba a mostrar cercano en todos nuestros fracasos? Había estado allí toda la noche, pero no supimos reconocerle. Su silueta en el amanecer nos habla de su Amor incondicional por nosotros. Jesús es el Amigo invisible, pero siempre cercano.
«Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.» Las redes de la vida se llenan cuando se escucha y obedece a la palabra de Jesús. La fecundidad de nuestra vida está en saber vivir cumpliendo su voluntad. Es vivir lo que María dijo a los sirvientes en las bodas de Caná: “Haced lo que Él os diga”. Las redes vacías se llenan de esperanzas.
“¡Es el Señor!”. El discípulo a quien amaba Jesús es el primero en descubrir ante el signo al Anónimo personaje de la orilla. Es el místico, el que tiene el corazón limpio, porque ama a Jesús entrañablemente. Ayuda a Pedro a descubrir al Señor. Juan es capaz de descubrir esa Presencia de Jesús en la orilla del mar de la vida por su vida de contemplación, por haber estado junto a la cruz y por su amor a la Eucaristía. Además hace una afirmación de fe en la divinidad de Cristo. Es el Señor, es mi Señor. Solo hay que saber descubrirlo con los ojos contemplativos del que ama.
Que estas palabras del Santo Padre en su mensaje del Domingo de Pascua nos ayuden a descubrir a Cristo resucitado siempre presente en la orilla de nuestra vida para llenarnos de esperanza:
“Queridos hermanos y hermanas. Cristo resucitado camina delante de nosotros hacia los cielos nuevos y la tierra nueva (cf. Ap 21,1), en la que finalmente viviremos como una sola familia, hijos del mismo Padre. Él está con nosotros hasta el fin de los tiempos. Vayamos tras Él en este mundo lacerado, cantando el Aleluya. En nuestro corazón hay alegría y dolor; en nuestro rostro, sonrisas y lágrimas. Así es nuestra realidad terrena. Pero Cristo ha resucitado, está vivo y camina con nosotros. Por eso cantamos y caminamos, con la mirada puesta en el Cielo, fieles a nuestro compromiso en este mundo”.