En este sábado de cuaresma al comenzar nuestra oración nos encomendamos a la Virgen María, maestra de oración, para que nos ponga junto a su Hijo y así mirándole nos dispongamos a entablar un dialogo de amistad.
Benedicto XVI nos dice en su libro “Jesús de Nazaret I” que “ser hombre significa esencialmente relación con Dios que incluye hablar con Dios y escuchar a Dios”. Estas palabras nos alientan para valorar mejor nuestra oración y a perseverar en la escucha de la Palabra.
Jesús, hoy nos habla de su oración, de lo importante que es orar y de cómo debemos hacerlo.
La primera lectura es del profeta Oseas (Os 6, 1-6) y muestra la actitud orante de aquel que desde su aflicción acude a Dios. Las pruebas de la vida, las dificultades y fatigas de cada día y aún nuestros propios pecados, no deben ser obstáculos que impidan acercarnos a Dios. Todo lo contrario, todo eso que nos limita y que nos humilla podemos convertirlo en pedestales que nos aúpen hacia Dios. Esas dificultades nos ayudarán a tener la actitud que agrada a Dios y que debe ser la base de nuestra religiosidad: “Quiero misericordia y no sacrificios” (Sal 50), conocimiento de Dios más que holocaustos (Os 6,6)
El Evangelio de hoy nos presenta dos personas muy distintas que van al templo para orar. "Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo y el otro publicano".
(Lc 18, 9-14).
Con esta parábola del fariseo y el publicano, Jesús nos presenta dos actitudes opuestas en la manera de situarse ante Dios y ante los demás. Estas actitudes, están representadas en el fariseo y en el publicano. El fariseo era un hombre muy cumplidor de la Ley, el publicano, en cambio, era un cobrador del impuesto de Roma y considerado un pecador público.
El fariseo encarna la actitud de la autosuficiencia, le dice a Dios: "Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, ladrones, injustos, adúlteros.". No se ve a sí mismo sino que enumera los vicios de los otros y desprecia al publicano.
Quizás sea este uno de los defectos más generalizado. Queremos cambiar las cosas, lograr una sociedad más humana, transformar la historia y hacerla mejor pero no queremos cambiarnos a nosotros mismos; pensamos que podemos cambiar la sociedad, sin cambiarnos a nosotros mismos.
El publicano encarna la actitud de la verdad y de la humildad. "Ten compasión de este pecador..." Su confianza está sólo en Dios. Se presenta ante Dios, sin esconderse tras ninguna máscara, sin defenderse ni justificarse, se descubre ante Dios tal cual está y se confía a su misericordia. Jesús dice que el publicano "salió del templo justificado". Dios nos ama a cada uno, tal como somos y tal como estamos, con nuestras riquezas, límites y también con nuestras miserias y pecados. A Dios no le asusta nuestra verdad; no sólo no le asusta, sino que es a partir de nuestra propia verdad, como podemos entrar en una relación auténtica con Dios.
La parábola concluye con estas palabras: "Todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido". Humildad es andar en verdad (Santa Teresa). Sólo a partir de nuestra puesta en verdad ante Dios nos es posible construir una vida nueva.
Terminemos nuestra oración con los sentimientos del publicano que tanto agradaron a Jesús y digámosle algo así: Señor, ten compasión de mí porque soy como los demás y como ellos dependo de tu misericordia para renovar mi vida... por eso, pongo toda mi confianza en Ti.