1/6/2020, Bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia


Lectura del libro del Génesis (3, 9-15. 20)
El Señor Dios llamó a Adán y le dijo: «¿Dónde estás?». Él contestó: «Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí». El Señor Dios le replicó: «¿Quién te informó de que estabas desnudo?, ¿es que has comido del árbol del que te prohibí comer?». Adán respondió: «La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto y comí». El Señor Dios dijo a la mujer: «¿Qué has hecho?». La mujer respondió: «La serpiente me sedujo y comí». El Señor Dios dijo a la serpiente: «Por haber hecho eso, maldita tú entre todo el ganado y todas las fieras del campo; te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia; esta te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el talón». A la mujer le dijo: «Mucho te haré sufrir en tu preñez, parirás hijos con dolor, tendrás ansia de tu marido, y él te dominará». A Adán le dijo: «Por haber hecho caso a tu mujer y haber comido del árbol del que te prohibí, maldito el suelo por tu culpa: comerás de él con fatiga mientras vivas; brotará para ti cardos y espinas, y comerás hierba del campo. Comerás el pan con sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste sacado; pues eres polvo y al polvo volverás». Adán llamó a su mujer Eva, por ser la madre de todos los que viven.
Salmo responsorial (Sal 87. 1-2.3 y 5. 6-7)
R. Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios.
Él la ha cimentado sobre el monte santo; y el Señor prefiere las puertas de Sion
a todas las moradas de Jacob. ¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios! 
R.
«Contaré a Egipto y a Babilonia entre mis fieles;
filisteos, tirios y etíopes han nacido allí». 
R.
Se dirá de Sion: «Uno por uno, todos han nacido en ella;
el Altísimo en persona la ha fundado». 
R.
El Señor escribirá en el registro de los pueblos: «Este ha nacido allí». R.
Y cantarán mientras danzan: «Todas mis fuentes están en ti». R.
Lectura del santo evangelio según san Juan (19, 25-27)
En aquel tiempo, junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio.

1 junio 2020. Bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia – Puntos de oración


Para comenzar nuestra oración nos ponemos en la presencia del Señor, le pedimos luz al Espíritu Santo para que nos ilumine y nos ayude a seguir creciendo en esta relación de amistad que es la oración. Hoy especialmente, después de celebrar ayer la fiesta de pentecostés, le pedimos que nos ayude a acoger esos dones que nos regala.
Hoy empezamos un nuevo ves poniendo a María otra vez como modelo, celebrando la fiesta de María madre de la Iglesia. Esta es una fiesta muy entrañable ya que celebramos que María nos acoge, a toda la iglesia, como hijos suyos. De aquí podemos sacar la primera idea para la oración de hoy, la acogida. María nos acoge de manera maternal, a nosotros hoy igual que a Juan. Nos recibe como somos, sin prejuicios, sin intereses y sin dudar. Ella sabe que la necesitamos y por eso vuelve a entregarse un poquito más. Os propongo imaginaros los, meteos en la escena, los primeros días de María con san Juan, los primeros abrazos, miradas, gestos de cariño. ¿Cómo sería? Intentemos hoy acercarnos un poco a ese ejemplo de acogida, que es María.
Y en segundo lugar, que intentemos reflejar ese ejemplo de la Virgen en nuestra vida. ¿Cómo acogemos a nuestros hermanos? En casa, en el trabajo, en la universidad, en la calle, en todos los ámbitos. En este tiempo en el que tenemos mil preocupaciones, ya sea por trabajo o estudio o por la situación global que vivimos, ¿seguimos acogiendo? O estamos más pendientes de nosotros mismos. En el evangelio, se narra el momento en el que María recibe a Juan como hijo, en el calvario, en medio del dolor justo antes de ver a su hijo morir y a pesar de toda esa situación, acoge y recibe a Juan. Y con Juan, a cada uno de nosotros, a ti incluido.
Finalmente, al final de nuestro rato de oración compartir con Ella nuestras inquietudes de la oración. Hablad con Ella, que es nuestra madre, y contadle vuestros deseos y propósitos para este mes o simplemente vuestro afecto, con toda vuestra confianza.

31/5/2020. Domingo de Pentecostés (Ciclo A)


Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (2, 1-11)
Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de un viento que soplaba fuertemente, u llenó toda la casa donde se encontraban sentados. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse. Residían entonces en Jerusalén judíos devotos venidos de todos los pueblos que hay bajo el cielo. Al oírse este ruido, acudió la multitud y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Estaban todos estupefactos y admirados, diciendo: «¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos, elamitas y habitantes de Mesopotamia, de Judea y Capadocia, del Ponto y Asia, de Frigia y Panfilia, de Egipto y de la zona de Libia que limita con Cirene; hay ciudadanos romanos forasteros, tanto judíos como prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las grandezas de Dios en nuestra propia lengua».
Salmo responsorial (Sal 103, 1ab y 24ac. 29bc-30. 31 y 34)
R. Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.
Bendice, alma mía, al Señor: ¡Dios mío, qué grande eres!
Cuántas son tus obras, Señor; la tierra está llena de tus criaturas. 
R.
Les retiras el aliento, y expiran y vuelven a ser polvo;
envías tu aliento, y los creas, y repueblas la faz de la tierra. 
R.
Gloria a Dios para siempre, goce el Señor con sus obras;
que le sea agradable mi poema, y yo me alegraré con el Señor. 
R.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (12, 3b-7. 12-13)
Hermanos: Nadie puede decir: «Jesús es Señor», sino por el Espíritu Santo. Y hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. Pero a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común. Pues, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.
SECUENCIA
Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.

Lectura del santo evangelio según san Juan (20, 19-23)
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

31 mayo 2020. Domingo de Pentecostés (Ciclo A) – Puntos de oración


Celebramos la gran festividad de Pentecostés y al mismo tiempo recordamos la visitación de la Virgen, que inaugura nuestra campaña. Por eso, debemos hoy aprender de María a reconocer la presencia de Espíritu Santo en mí.
Para María el Espíritu Santo es siempre la presencia de Dios amor para ella. Así debe serlo para cada uno de nosotros.
Necesitamos tener, como María, una visión de fe para reconocer la voluntad de Dios en los acontecimientos, para ir descubriendo, como ella a través de la mirada de Jesús, cómo Dios nos habla y nos trata, el rostro de Dios (como le ocurrió a ella en su trato con Jesús en Belén, Nazaret y vida pública). Por eso lo primero debe ser la vida interior, que nos da sencillez para afrontar la vida.
 “Presurosa acude a la montaña, santificando todo a su paso”. Es nuestro estilo de vida y nuestra pedagoga. María, la llena de gracia, se convierte en la mediadora de toda gracia: La gracia desborda a la persona y nunca se agota: De Jesús a María, de María a Isabel, de Isabel a Juan. Ella es diligencia para llevar el amor de Dios a los demás, Visitación=Primer Pentecostés: “María es la Iglesia en Persona” (Ratzinger). El estilo de María consiste en vivir la caridad y la entrega en lo cotidiano, con sencillez y comprensión hacia los demás.
Sube a la montaña, pero en realidad desciende: Sube para servir, desde la cumbre de la encarnación acude diligente y servicial para repartir esta alegría. María desciende como Dios en la historia de la salvación (“Tú eres humildad” alaba a Dios san Francisco de Asís): creación = dar su belleza a las criaturas; revelación, encarnación, muerte en cruz y eucaristía son los caminos que Dios recorre para restaurar y embellecer con la presencia del Espíritu Santo a cada persona. En mi existencia concreta, la mística campamental (ascenso) y la mística de las miserias (descenso) forman una unidad indisoluble.
María, revolución de la alegría, misionera del amor. Su alegría es el gozo de la confianza porque se siente amada por Dios en su pequeñez, porque cree que Él terminará en ella su misión. El Magníficat es la explosión de la alegría al ver el mundo con ojos nuevos. El Espíritu de Dios dentro de nosotros es la fuerza del entusiasmo, de la actitud positiva. María arrebatada por el entusiasmo (entusiasmada = “poseída por Dios”) nos enseña la docilidad a Dios, a ver lo positivo, el lado bueno de las cosas.
«Te pido, oh, Virgen Santa, que yo obtenga a Jesús de aquel Espíritu de quien tú misma lo has engendrado. Reciba mi alma a Jesús por obra de Aquel Espíritu, por el cual tu carne ha concebido al mismo Jesús... Que yo ame a Jesús con Aquel mismo Espíritu en el cual tú lo adoras como Señor y lo contemplas como Hijo». (San Ildefonso de Toledo, La virginidad perpetua de María, 12).

30/5/2020. Sábado de la VII semana de Pascua


Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (28, 16-20. 30-31)
Cuando llegamos a Roma, le permitieron a Pablo vivir por su cuenta en una casa, con el soldado que lo vigilaba. Tres días después, convocó a los judíos principales y, cuando se reunieron, les dijo: «Yo, hermanos, sin haber hecho nada contra el pueblo ni contra las tradiciones de nuestros padres, fui entregado en Jerusalén como prisionero en manos de los romanos. Me interrogaron y querían ponerme en libertad, porque no encontraban nada que mereciera la muerte; pero, como los judíos se oponían, me vi obligado a apelar al César; aunque no es que tenga intención de acusar a mi pueblo. Por este motivo, pues, os he llamado para veros y hablar con vosotros; pues por causa de la esperanza de Israel llevo encima estas cadenas». Permaneció allí un bienio completo en una casa alquilada, recibiendo a todos los que acudían a verlo, predicándoles el reino de Dios y enseñando lo que se refiere al Señor Jesucristo con toda libertad, sin estorbos.
Salmo responsorial (Sal 10, 4.5 y 7)
R. Los buenos verán tu rostro, Señor.
El Señor está en su templo santo, el Señor tiene su trono en el cielo;
sus ojos están observando, sus pupilas examinan a los hombres. R.
El Señor examina a inocentes y culpables, y al que ama la violencia él lo odia.
Porque el Señor es justo y ama la justicia: los buenos verán su rostro. R.
Lectura del santo evangelio según san Juan (21, 20-25)
En aquel tiempo, Pedro, volviéndose, vio que los seguía el discípulo a quien Jesús amaba, el mismo que en la cena se había apoyado en su pecho y le había preguntado: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?». Al verlo, Pedro dice a Jesús: «Señor, y éste ¿qué?». Jesús le contesta: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué? Tú sígueme». Entonces se empezó a correr entre los hermanos el rumor de que ese discípulo no moriría. Pero no le dijo Jesús que no moriría, sino: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué?» Este es el discípulo que da testimonio de todo esto y lo ha escrito; y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero. Muchas otras cosas hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni el mundo entero podría contener los libros que habría que escribir.

30 mayo 2020. Sábado de la VII semana de Pascua – Puntos de oración


Este fragmento del epílogo del evangelio de Juan recoge la aparición del Señor resucitado en Tiberíades, con la narración de una pesca milagrosa, la elección de Pedro como pastor del rebaño de Jesús y finalmente, el legado del discípulo amado, testigo de la vida de Jesús en este mundo.
En este fragmento, Juan sale al paso de un rumor de inmortalidad mediante el diálogo entre Jesús y Pedro: “Si quiero que se quede hasta que yo vuelva ¿a ti qué? Tú sígueme”, dice Jesús. Lo primordial para el evangelista no es la posible inmortalidad, sino el seguimiento. Jesús siempre nos llama a seguirle. Esa es la decisión trascendente para todo discípulo: Sígueme. Es el cumplimiento de la propia vocación, la gracia a la que estamos llamados. Seguirle es identificarse con la vida de Jesús para asimilarnos en su ser hijos de Dios. Es aceptar a Cristo como luz, camino, verdad y vida, y poder entrar en el misterio del amor del Padre.
Jesús nos hace una oferta personal para que le conozcamos y sigamos sus enseñanzas, particularmente la del amor fraterno, que llena todo el evangelio de Juan. Un amor que ha de impulsarnos a ser gratuitos, solícitos y constantes en procurar el bien de nuestros hermanos, incluso con el sacrificio de nuestras propias vidas, como Jesús nos enseñó. No hay límites ni fronteras en el amor. Así termina Juan su evangelio certificando sus recuerdos y su admiración.

29/5/2020. Viernes de la VII semana de Pascua


Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (25,13b-21)
En aquellos días, el rey Agripa y Berenice llegaron a Cesarea para cumplimentar a Festo. Como se quedaron allí bastantes días, Festo expuso al rey el caso de Pablo, diciéndole: «Tengo aquí un hombre a quien Félix ha dejado preso y contra el cual, cuando fui a Jerusalén, presentaron acusación los sumos sacerdotes y los ancianos judíos, pidiendo su condena. Les respondí que no es costumbre romana entregar a un hombre arbitrariamente; primero, el acusado tiene que carearse con sus acusadores, para que tenga ocasión de defenderse de la acusación. Vinieron conmigo, y yo, sin dar largas al asunto, al día siguiente me senté en el tribunal y mandé traer a este hombre.  Pero, cuando los acusadores comparecieron, no presentaron ninguna acusación de las maldades que yo suponía; se trataba sólo de ciertas discusiones acerca de su propia religión y de un tal Jesús, ya muerto, que Pablo sostiene que está vivo. Yo, perdido en semejante discusión, le pregunté si quería ir a Jerusalén a que lo juzgase allí de esto. Pero, como Pablo ha apelado, pidiendo que lo deje en la cárcel, para que decida el Augusto, he dado orden de que se le custodie hasta que pueda remitirlo al César».
Salmo responsorial (Sal 102, 4-7)
R. El Señor puso en el cielo su trono.
Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios. R.
Como se levanta el cielo sobre la tierra, se levanta su bondad sobre los que lo temen;
como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros nuestros delitos. R.
El Señor puso en el cielo su trono, su soberanía gobierna el universo.
Bendecid al Señor, ángeles suyos, poderosos ejecutores de sus órdenes. R.
Lectura del santo evangelio según san Juan (21,15-19)
Habiéndose aparecido Jesús a sus discípulos, después de comer con ellos, le dice a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?».  Él le contestó: «Sí, Señor, tú, sabes que te quiero». Jesús le dice: «Apacienta mis corderos». Por segunda vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?». Él le contesta: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Él le dice: «Pastorea mis ovejas». Por tercera vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?». Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez: «¿Me quieres?» y le contestó: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero». Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras». Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió: «Sígueme».

29 mayo 2020. Viernes de la VII semana de Pascua – Puntos de oración


A muy poco de vivir Pentecostés, invocamos al Espíritu Santo para que nos sumerja en Dios en este rato de oración.
El Evangelio que nos ofrece la liturgia es muy significativo. Nos introduce en las entrañas de Misericordia del mismo Cristo. El Papa Benedicto XVI, durante la audiencia general del 24 de mayo de 2006, hizo un comentario precioso que puede ayudarnos a tener un mayor conocimiento interno del Señor en esa escena entrañable con Pedro:
“El encuentro tendrá lugar en las orillas del lago de Tiberíades. El evangelista Juan nos narra el diálogo que en aquella circunstancia tuvo lugar entre Jesús y Pedro. Se puede constatar un juego de verbos muy significativo. En griego, el verbo filéo expresa el amor de amistad, tierno, pero no total, mientras que el verbo agapáo significa el amor sin reservas, total e incondicional.
La primera vez, Jesús le pregunta a Pedro: «Simón…, ¿me amas más que éstos (agapâs-me)?», ¿con ese amor total e incondicional? (Cf. Juan 21, 15). Antes de la experiencia de la traición, el apóstol ciertamente habría dicho: «Te amo (agapô-se) incondicionalmente». Ahora que ha experimentado la amarga tristeza de la infidelidad, el drama de su propia debilidad dice con humildad: «Señor, te quiero (filô-se)», es decir, «te amo con mi pobre amor humano». Cristo insiste: «Simón, ¿me amas con este amor total que yo quiero?». Y Pedro repite la respuesta de su humilde amor humano: «Kyrie, filô-se», «Señor, te quiero como sé querer». A la tercera vez, Jesús sólo le dice a Simón: «Fileîs-me?», «¿me quieres?». Simón comprende que a Jesús le es suficiente su amor pobre, el único del que es capaz, y sin embargo está triste por el hecho de que el Señor se lo haya tenido que decir de ese modo. Por eso le responde: «Señor, tú lo sabes todo, tu sabes que te quiero (filô-se)».
¡Parecería que Jesús se ha adaptado a Pedro, en vez de que Pedro se adaptará a Jesús! Precisamente esta adaptación divina da esperanza al discípulo, que ha experimentado el sufrimiento de la infidelidad. De aquí nace la confianza, que le hace ser capaz de seguirle hasta el final: «Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: «Sígueme» (Juan 21, 19).”
Dios se “adapta” a nuestra pobreza, en cierto sentido “desciende”. Hace unos días celebrábamos la Ascensión del Señor, y en realidad lo hace para luego “descender”, para quedarse entre nosotros. La Eucaristía es la manifestación más concreta de esta realidad. Y esto, como a Pedro, debería llenarnos de confianza y gozo. Que pidamos al Espíritu Santo vivir de verdad en esta clave y para ser capaces de seguir a Jesús hasta el final.

28/5/2020. Jueves de la VII semana de Pascua


Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (22, 30; 23, 6-11)
En aquellos días, queriendo el tribuno conocer con certeza los motivos por los que los judíos acusaban a Pablo, mandó desatarlo, ordenó que se reunieran los sumos sacerdotes y el Sanedrín en pleno, bajando a Pablo, lo presentó ante ellos. Pablo sabía que una parte eran fariseos y otra saduceos y gritó en el Sanedrín: «Hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseo, se me está juzgando por la esperanza en la resurrección de los muertos». Apenas dijo esto, se produjo un altercado entre fariseos y saduceos, y la asamblea quedó dividida. (Los saduceos sostienen que no hay resurrección, ni ángeles, ni espíritus, mientras que los fariseos admiten ambas cosas) Se armó un gran griterío, y algunos escribas del partido fariseo se pusieron en pie, porfiando: «No encontramos nada malo en este hombre; ¿y si le ha hablado un espíritu o un ángel?» El altercado arreciaba, y el tribuno, temiendo que hicieran pedazos a Pablo, mandó bajar a la guarnición para sacarlo de allí y llevárselo al cuartel. La noche siguiente, el Señor se le presentó y le dijo: «¡Ánimo! Lo mismo que has dado testimonio en Jerusalén de lo que a mí se refiere, tienes que darlo en Roma».
Salmo responsorial (Sal 15, 1-2 y 5. 7-8. 9-10. 11)
R. Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.
Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti; yo digo al Señor: «Tú eres mi Dios».
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa; mi suerte está en tu mano. R.
Bendeciré al Señor, que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré. R.
Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas, y mi carne descansa esperanzada.
Porque no me abandonarás en la región de los muertos,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. R.
Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha. R.
Lectura del santo evangelio según san Juan (17, 20-26)
En aquel tiempo, levantando los ojos al cielo, oró, Jesús diciendo: «No solo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también lo sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí. Padre, este es mi deseo: que los que me has dado estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas, antes de la fundación del mundo. Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te he conocido, y estos han conocido que tú me enviaste. Les he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que el amor que me tenías esté en ellos, y yo en ellos».

28 mayo 2020. Jueves de la VII semana de Pascua – Puntos de oración


Iniciamos la oración, a impulsos del E. Santo, y con el dulce nombre de María en el corazón. Siendo conscientes que, sin estas ayudas, nada podremos.
Leemos en la primera lectura el testimonio de Pablo que, a instancias del oficial de la legión romana, quiere someterlo a un careo con los sumos sacerdotes y el sanedrín. En este contexto se le presenta la ocasión de exponer parte de su fe. Por eso, el mismo Jesús, le dirá más tarde; “¡Ánimo! Lo mismo que has dado testimonio a favor mío en Jerusalén, tienes que darlo en Roma”.
Bien pudo experimentar S. Pablo lo que el salmista expresa; “Bendeciré al Señor, que me aconseja / hasta de noche me instruye internamente / Tengo siempre presente al Señor / con él a mi derecha no vacilaré”. No hay como estar en situación un poco límite para que experimentemos ese consejo, instrucción, presencia y fortaleza que nos viene del Señor Jesús.
Un bellísimo ejemplo de este diálogo interno es el que se nos muestra en el evangelio de Juan 17,20. Basta leer y releer detenidamente, saboreando y aplicando a nuestra vida, tal “intensidad emocional”, como muestra Jesús confidenciándose con el Padre. Resulta llamativo que, en un texto de 194 palabras, las que más se repiten sean “ellos” (7 veces) y “en mí” (6 veces). Y, es que somos algo MUY IMPORTANTE para el Señor. Tanto que estamos por activa y por pasiva en los labios de Jesús, tratando con el mismo Padre. Y, nos quiere participando en “ese dinamismo circulatorio” de su amor; él ama al Padre, el Padre le ama a él y le pide al Padre que “el amor que me tenías esté con ellos, como también yo estoy con ellos”.
Junto a María, madre y maestra de la intimidad con Dios, nos quedamos preparando la oración, sobre los aspectos que nos hagan sentir mayor cercanía y atracción hacia el Señor.

27/5/2020. Miércoles de la VII semana de Pascua


Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (20, 28-38)
En aquellos días, decía Pablo a los presbíteros de la Iglesia de Éfeso: «Tened cuidado de vosotros y de todo el rebaño sobre el que el Espíritu Santo os ha puesto como guardianes para pastorear la Iglesia de Dios, que él se adquirió con la sangre de su propio Hijo. Yo sé que, cuando os deje, se meterán entre vosotros lobos feroces, que no tendrán piedad del rebaño. Incluso de entre vosotros mismos surgirán algunos que hablarán cosas perversas para arrastrar a los discípulos en pos de sí. Por eso, estad alerta: acordaos de que durante tres años, de día y de noche, no he cesado de aconsejar con lágrimas en los ojos a cada uno en particular.  Ahora os encomiendo a Dios y am la palabra de su gracia, que tiene poder para construiros y haceros partícipes de la herencia con todos los santificados. De ninguno he codiciado dinero, oro ni ropa. Bien sabéis que estas manos han bastado para cubrir mis necesidades y de los que están conmigo. Siempre os he enseñado que es trabajando como se debe socorrer a los necesitados, recordando las palabras del Señor Jesús, que dijo: “Hay más dicha en dar que en recibir”». Cuando terminó de hablar, se puso de rodillas y oró con todos ellos. Entonces todos comenzaron a llorar y, echándose al cuello de Pablo, lo besaban; lo que más pena les daba era lo que había dicho era que no volverían a ver su rostro. Y lo acompañaron hasta la nave.
Salmo responsorial (Sal 67, 29-30. 33-35a. 35b y 36c)
R. Reyes de la tierra, cantad a Dios.
Oh, Dios, despliega tu poder, tu poder, oh, Dios, que actúa en favor nuestro.
A tu templo de Jerusalén traigan los reyes su tributo. R.
Reyes de la tierra, cantad a Dios, tocad para el Señor, tocad para Dios,
que avanza por los cielos, los cielos antiquísimos, que lanza su voz, su voz poderosa:
«Reconoced el poder de Dios». R.
Sobre Israel resplandece su majestad, y su poder, sobre las nubes.
¡Dios sea bendito! R.
Lectura del santo evangelio según san Juan (17, 11b-19)
En aquel tiempo, levantando los ojos al cielo, oró Jesús diciendo: «Padre santo, guárdalos en tu nombre, a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros. Cuando estaba con ellos, yo guardaba en tu nombre a los que me diste, y los custodiaba, y ninguno se perdió, sino el hijo de la perdición, para que se cumpliera la Escritura. Ahora voy a ti, y digo esto en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría cumplida. Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los envío también al mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad».

27 mayo 2020. Miércoles de la VII semana de Pascua – Puntos de oración


Ven, Espíritu Santo, derrama desde el cielo un rayo de tu luz sobre nosotros, que también hoy queremos, iluminados por tu luz y fortalecidos por tu gracia, dedicar un rato tranquilo a acompañar a Jesús.
¡Qué paralelismo tan grande se da entre las dos lecturas que nos presenta la liturgia! Jesús y uno de sus más fieles seguidores, san Pablo, en momentos de gran intimidad, dan sus últimos consejos, despidiéndose de sus discípulos.
San Pablo se dirige a Jerusalén, donde sabe que le espera la cárcel y, quizás, la muerte. Jesús, en la Última Cena, ruega al Padre por los discípulos, a punto de entregarse a la muerte por nosotros.
Contemplando ambas escenas podemos hacer hoy una intensa oración de petición, mientras esperamos, junto a María, la venida del Espíritu Santo.
Podemos, con san Pablo, pedir al Señor que cuide de las personas que el Espíritu Santo nos ha encargado guardar, de una u otra manera. ¡Son tantos a nuestro alrededor los que, sin ni siquiera saberlo, dependen de nuestra oración y nuestra entrega!
Pidamos al Espíritu un corazón que esté siempre alerta para amar, porque sabemos que muchos lo necesitan, ya que el lobo feroz de la desconfianza en el Amor mina sus corazones.
Pidamos confianza, para vivir con la misma convicción que san Pablo: estamos en manos de Dios y de su palabra, poderosa para construir en nosotros vida eterna.
Pidamos también laboriosidad, para ni cansarnos de hacer el bien a nuestro alrededor, especialmente a los que más lo necesitan.
Roguemos también, con el salmo 67, para ser capaces de reconocer el poder de Dios, su acción salvadora en medio de los hombres, muchas veces callada y silenciosa. Bendigamos al Señor, que no abandona al pecador, al pobre, al humilde.
Con Jesús levantemos los ojos al cielo y oremos pidiendo al Padre que seamos uno, que nos libre del mal, que nos consagre en la verdad.
Por último, pidamos al Espíritu que nos envíe al mundo para cumplir el encargo de Jesús, anunciar el evangelio a toda la creación, en medio de la gente, entre los de cerca y los de lejos, con el testimonio y con la palabra, a tiempo y a destiempo.
Terminemos la oración cerquita de la Virgen, dejemos que sea ella la que ore en nosotros, que de nuestro corazón salgan sus palabras en la anunciación: he aquí la esclava, hágase.

26/5/2020. Martes de la VII semana de Pascua


Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (20, 17-27)
En aquellos días, Pablo, desde Mileto, envió recado a Éfeso para que vivieran los presbíteros de la Iglesia. Cuando se presentaron, les dijo: «Vosotros habéis comprobado cómo he procedido con vosotros todo el tiempo que he estado aquí, desde el día en que puse pie en Asia, sirviendo al Señor con toda humildad, con lágrimas y en medio de las pruebas que me sobrevinieron por las maquinaciones de los judíos; como no he omitido por miedo nada de cuanto os pudiera aprovechar predicando y enseñando en público y en privado, dando solemne testimonio a judíos como a griegos, para que se conviertan a Dios y creyeran en nuestro Señor Jesús. Y ahora, mirad, me dirijo a Jerusalén, encadenado por el Espíritu, de ciudad en ciudad, me da testimonio de que me aguardan cadenas y tribulaciones. Pero a mí no me importa la vida, sino completar mi carrera y consumar el ministerio que recibí del Señor Jesús: ser testigo del Evangelio de la gracia de Dios. Y ahora, mirad: sé que ninguno de vosotros, entre quienes he pasado predicando el reino, volverá a ver mi rostro. Por eso testifico en el día de hoy que estoy limpio de la sangre de todos: pues no tuve miedo de anunciaros enteramente el plan de Dios».
Salmo responsorial (Sal 67, 10-11. 20-21)
R. Reyes de la tierra, cantad a Dios.
Derramaste en tu heredad, oh, Dios, una lluvia copiosa, aliviaste la tierra extenuada
y tu rebaño habitó en la tierra que tu bondad, oh, Dios, preparó para los pobres. R.
Bendito el Señor cada día, Dios lleva nuestras cargas, es nuestra salvación.
Nuestro Dios es un Dios que salva, el Señor Dios nos hace escapar de la muerte. R.
Lectura del santo evangelio según san Juan (17, 1-11a)
En aquel tiempo, levantando los ojos al cielo, dijo Jesús: «Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a todos los que le dado sobre todo carne, dé la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado sobre la tierra, he llevado a cabo la obra que me encomendaste. Y ahora, Padre, glorifícame junto a ti, con la gloria que yo tenía junto a ti antes que el mundo existiese. He manifestado tu nombre a los que me diste de en medio del mundo. Tuyos eran, y tú me los diste, y ellos han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todo lo que me diste procede de ti, porque yo les he comunicado las palabras que tú me diste, y ellos las han recibido, y han conocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me has enviado. Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por estos que tú me diste, porque son tuyos. Y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y en ellos he sido glorificado. Ya no voy a estar en el mundo, pero ellos están en el mundo, mientras yo voy a ti».

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