Celebramos la
gran festividad de Pentecostés y al mismo tiempo recordamos la visitación de la
Virgen, que inaugura nuestra campaña. Por eso, debemos hoy aprender de María a
reconocer la presencia de Espíritu Santo en mí.
Para María el
Espíritu Santo es siempre la presencia de Dios amor para ella. Así debe serlo
para cada uno de nosotros.
Necesitamos
tener, como María, una visión de fe para reconocer la voluntad de Dios en los
acontecimientos, para ir descubriendo, como ella a través de la mirada de
Jesús, cómo Dios nos habla y nos trata, el rostro de Dios (como le ocurrió a
ella en su trato con Jesús en Belén, Nazaret y vida pública). Por eso lo
primero debe ser la vida interior, que nos da sencillez para afrontar la vida.
“Presurosa
acude a la montaña, santificando todo a su paso”. Es nuestro estilo de vida y
nuestra pedagoga. María, la llena de gracia, se convierte en la mediadora de
toda gracia: La gracia desborda a la persona y nunca se agota: De Jesús a
María, de María a Isabel, de Isabel a Juan. Ella es diligencia para llevar el
amor de Dios a los demás, Visitación=Primer Pentecostés: “María es la Iglesia
en Persona” (Ratzinger). El estilo de María consiste en vivir la caridad y la
entrega en lo cotidiano, con sencillez y comprensión hacia los demás.
Sube a la
montaña, pero en realidad desciende: Sube para servir, desde la cumbre de la
encarnación acude diligente y servicial para repartir esta alegría. María
desciende como Dios en la historia de la salvación (“Tú eres humildad” alaba a
Dios san Francisco de Asís): creación = dar su belleza a las criaturas;
revelación, encarnación, muerte en cruz y eucaristía son los caminos que Dios
recorre para restaurar y embellecer con la presencia del Espíritu Santo a cada
persona. En mi existencia concreta, la mística campamental (ascenso) y la
mística de las miserias (descenso) forman una unidad indisoluble.
María,
revolución de la alegría, misionera del amor. Su alegría es el gozo de la
confianza porque se siente amada por Dios en su pequeñez, porque cree que Él
terminará en ella su misión. El Magníficat es la explosión de la alegría al ver
el mundo con ojos nuevos. El Espíritu de Dios dentro de nosotros es la fuerza
del entusiasmo, de la actitud positiva. María arrebatada por el entusiasmo
(entusiasmada = “poseída por Dios”) nos enseña la docilidad a Dios, a ver lo
positivo, el lado bueno de las cosas.
«Te pido, oh,
Virgen Santa, que yo obtenga a Jesús de aquel Espíritu de quien tú misma lo has
engendrado. Reciba mi alma a Jesús por obra de Aquel Espíritu, por el cual tu
carne ha concebido al mismo Jesús... Que yo ame a Jesús con Aquel mismo Espíritu
en el cual tú lo adoras como Señor y lo contemplas como Hijo». (San Ildefonso
de Toledo, La virginidad perpetua de María, 12).