31 mayo 2020. Domingo de Pentecostés (Ciclo A) – Puntos de oración


Celebramos la gran festividad de Pentecostés y al mismo tiempo recordamos la visitación de la Virgen, que inaugura nuestra campaña. Por eso, debemos hoy aprender de María a reconocer la presencia de Espíritu Santo en mí.
Para María el Espíritu Santo es siempre la presencia de Dios amor para ella. Así debe serlo para cada uno de nosotros.
Necesitamos tener, como María, una visión de fe para reconocer la voluntad de Dios en los acontecimientos, para ir descubriendo, como ella a través de la mirada de Jesús, cómo Dios nos habla y nos trata, el rostro de Dios (como le ocurrió a ella en su trato con Jesús en Belén, Nazaret y vida pública). Por eso lo primero debe ser la vida interior, que nos da sencillez para afrontar la vida.
 “Presurosa acude a la montaña, santificando todo a su paso”. Es nuestro estilo de vida y nuestra pedagoga. María, la llena de gracia, se convierte en la mediadora de toda gracia: La gracia desborda a la persona y nunca se agota: De Jesús a María, de María a Isabel, de Isabel a Juan. Ella es diligencia para llevar el amor de Dios a los demás, Visitación=Primer Pentecostés: “María es la Iglesia en Persona” (Ratzinger). El estilo de María consiste en vivir la caridad y la entrega en lo cotidiano, con sencillez y comprensión hacia los demás.
Sube a la montaña, pero en realidad desciende: Sube para servir, desde la cumbre de la encarnación acude diligente y servicial para repartir esta alegría. María desciende como Dios en la historia de la salvación (“Tú eres humildad” alaba a Dios san Francisco de Asís): creación = dar su belleza a las criaturas; revelación, encarnación, muerte en cruz y eucaristía son los caminos que Dios recorre para restaurar y embellecer con la presencia del Espíritu Santo a cada persona. En mi existencia concreta, la mística campamental (ascenso) y la mística de las miserias (descenso) forman una unidad indisoluble.
María, revolución de la alegría, misionera del amor. Su alegría es el gozo de la confianza porque se siente amada por Dios en su pequeñez, porque cree que Él terminará en ella su misión. El Magníficat es la explosión de la alegría al ver el mundo con ojos nuevos. El Espíritu de Dios dentro de nosotros es la fuerza del entusiasmo, de la actitud positiva. María arrebatada por el entusiasmo (entusiasmada = “poseída por Dios”) nos enseña la docilidad a Dios, a ver lo positivo, el lado bueno de las cosas.
«Te pido, oh, Virgen Santa, que yo obtenga a Jesús de aquel Espíritu de quien tú misma lo has engendrado. Reciba mi alma a Jesús por obra de Aquel Espíritu, por el cual tu carne ha concebido al mismo Jesús... Que yo ame a Jesús con Aquel mismo Espíritu en el cual tú lo adoras como Señor y lo contemplas como Hijo». (San Ildefonso de Toledo, La virginidad perpetua de María, 12).

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