Ave, María. “Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el
labrador”. Ave, María. ¡Qué bien describen a nuestra Madre estas palabras del
Evangelio de hoy! Y ese es el mensaje que la Virgen de Fátima nos trae: “Que no
ofendan más a Dios Nuestro Señor, que ya está muy ofendido” (aparición 13 de
octubre). La Virgen de Fátima no nos trae ningún mensaje nuevo. Simplemente es
el Evangelio de siempre, pero aderezado con su ternura maternal que mediante
sus palabras e imágenes intenta ganarnos para que seamos sarmientos ricos en
frutos en la viña del Señor.
Como el Señor en sus apariciones tras la Resurrección,
las palabras de Nuestra Señora de Fátima son: “No tengáis miedo. No os hago daño”
(13 de mayo). ¡Quién pudiera pensar que Nuestra Madre pudiera buscar nuestro
mal, que su presencia fuera áspera! Sin embargo, ella sabe que a veces tenemos
miedo del Cielo. Porque del Cielo vienen las cosas de Dios que desordenan
nuestra vida, que nos hacen vivir con criterios diferentes a los que estamos
acostumbrados, a los que nos surgen naturalmente. Por eso nos dice, sí vengo
del Cielo, voy a transformar vuestra vida, voy a llevaros por donde no queréis
o donde no os apetece, pero no os voy a hacer daño. La Virgen no nos oculta la
Cruz: “sacrificaos por los pecadores” (13 de junio). El Evangelio, tampoco: “a
todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto”, pero es que el Cielo es
eso, que en la Cruz se llega a la Resurrección, a una vida nueva, más plena.
Cada una de las apariciones de la Virgen es un intento casi desesperado de
nuestra Madre para que sigamos a su hijo. En estos días de Pascua, ¿oiremos su
voz? ¿Seguiremos los cantos de victoria que celebran su triunfo de Pascua?
¿Acogeremos su invitación de vivir una vida nueva?