Iniciamos la oración, a impulsos del E. Santo, y con el dulce nombre de
María en el corazón. Siendo conscientes que, sin estas ayudas, nada podremos.
Leemos en la primera lectura el testimonio de Pablo que, a instancias del
oficial de la legión romana, quiere someterlo a un careo con los sumos
sacerdotes y el sanedrín. En este contexto se le presenta la ocasión de exponer
parte de su fe. Por eso, el mismo Jesús, le dirá más tarde; “¡Ánimo! Lo mismo
que has dado testimonio a favor mío en Jerusalén, tienes que darlo en Roma”.
Bien pudo experimentar S. Pablo lo que el salmista expresa; “Bendeciré al
Señor, que me aconseja / hasta de noche me instruye internamente
/ Tengo siempre presente al Señor / con él a mi derecha no
vacilaré”. No hay como estar en situación un poco límite para que
experimentemos ese consejo, instrucción, presencia y fortaleza que
nos viene del Señor Jesús.
Un bellísimo ejemplo de este diálogo interno es el que se
nos muestra en el evangelio de Juan 17,20. Basta leer y releer detenidamente,
saboreando y aplicando a nuestra vida, tal “intensidad emocional”, como muestra
Jesús confidenciándose con el Padre. Resulta llamativo que, en un texto de 194
palabras, las que más se repiten sean “ellos” (7 veces) y “en mí” (6 veces). Y,
es que somos algo MUY IMPORTANTE para el Señor. Tanto que estamos por activa y
por pasiva en los labios de Jesús, tratando con el mismo Padre. Y, nos quiere
participando en “ese dinamismo circulatorio” de su amor; él ama al Padre, el
Padre le ama a él y le pide al Padre que “el amor que me tenías esté con ellos,
como también yo estoy con ellos”.
Junto a María, madre y maestra de la intimidad con Dios, nos quedamos
preparando la oración, sobre los aspectos que nos hagan sentir mayor cercanía y
atracción hacia el Señor.