Al iniciar la oración, como nos enseña
Ignacio, interesa mucho tener claro lo que pedimos, nuestra petición, y en caso
de distraernos recordarla, nos ayuda a estar centrados en este momento íntimo
con el Señor.
La primera lectura nos impulsa a que
pidamos al Señor el don del apostolado, saber llevar a los próximos, un
cristianismo realista, atrayente, con una espiritualidad de ojos abiertos que
nos ayude a entender el mundo en el que estamos y nos movemos.
Los Hechos de los apóstoles nos cuentan
el inicio del caminar de la Iglesia, donde se predicaba en primer lugar a los
judíos y después, poco a poco, a los gentiles. Concretamente hoy la fundación de
la iglesia de Antioquia, donde por primera vez nos llamaron cristianos. Fueron
los que se habían dispersado, tras el martirio de Esteban, los que dieron lugar
a esta comunidad, así como algunos venidos de Chipre. Una vez más, Dios escribe
derecho con renglones torcidos.
Antioquia era la capital de la provincia
romana de Siria, después de Roma y Alejandría era la tercera ciudad del
imperio. Las noticias sobre la nueva iglesia llegan a Jerusalén y desde allí
mandan a Bernabé a verificar que el Espíritu está presente en la nueva
comunidad. Bernabé lo certifica e incluso viaja a Tarso para traerse a Pablo,
los dos animaran a la perseverancia a esta nueva comunidad.
El salmo nos habla de la elección de
Jerusalén como ciudad santa, por parte de Dios. Él la ha cimentado
sobre el monte santo; Jerusalén aparece como el faro que ilumina a
todas las naciones. Pidamos esa gracia: ser elegidos para ser luz y extender
esa luz.
El contexto del evangelio se enmarca en
la fiesta-recordatorio de la purificación del templo hecha por Judas Macabeo,
después de la gran profanación que de él había hecho Antíoco IV. Una fiesta muy
significativa para la ortodoxia israelí suponía recuperar la sacralidad de su
templo y de su ciudad santa.
En este contexto, el evangelio nos
invita a que creamos que Jesús y el Padre son uno, algo que los fariseos no
podían aceptar. Pero la gracia, sí el hombre colabora, todo lo puede. Ejemplo
de esto lo encontramos en Nicodemo que era un fariseo y no entendía que la
imagen del Mesías esperado coincidiese con la persona de Jesús, pero los
milagros que hacía el Señor le hicieron dudar. Nicodemo volvió a nacer
de nuevo y al final creyó en Jesús, supo salir de los prejuicios, de
su ideología.
Pidamos al Señor creer en su divinidad.
Nuestro apostolado no puede olvidar que Jesús es Dios, así Ignacio utiliza la
forma de Cristo nuestro Señor como la más frecuente para referirse a Jesús.