Comenzamos nuestra oración poniéndonos en su presencia, teniendo en cuenta
la magnitud de lo que vamos a hacer. Algo tan sencillo y tan importante. Hablar
con Dios.
Cuando vemos la importancia de lo que vamos a realizar, quizás, nos vemos
incapaces. Eso es que vamos por el camino. Vamos a pedir luz al Espíritu Santo
para que nos enseñe, nos acompañe en este tiempo y podamos escuchar su voz.
Hoy el Evangelio nos llena de Esperanza. Los discípulos siguen sin tener
claro qué es lo que está pasando y mucho menos qué es lo que va a pasar. Jesús
parece que habla como una madre que ya ha repetido las cosas mil veces y nos
dice: ¿Quieres confiar en mí? ¿No has visto todo lo que he hecho contigo? Que
esto no es broma, que tengo un sitio para ti en el cielo, no te rindas,
sígueme, confía en mí, cree en mí. Y nos da la mayor pista de todas: “Yo soy el
camino, la verdad y la vida”.
Que este tiempo de oración sea para conocer más a Jesús, ahí está el
camino, la verdad y la vida. Con Jesús resucitado a nuestro lado vamos a
suplicarle que aumente nuestra fe, que sea el centro de nuestra vida, que nos
dejemos querer y perdonar.
Ante nuestra miseria y pequeñez vamos cerca de María, a pedirle que nos
ayude a ser humildes y así poder acercarnos más a Dios. María, Madre nuestra,
ruega por nosotros.