Vamos avanzando en este mes de mayo guiados por la
Iglesia santa al amparo de nuestra madre. Te invito hoy, al comenzar la oración
a que invoques a María como Refugio. Creo que es una buena composición de lugar
en estos días en que la mayoría aún nos quedamos en casa. Algo muy básico que
hemos aprendido en esta situación es que nuestras casas son un buen refugio
ante el peligro de epidemia. Pues igualmente en el orden de la gracia también
necesitamos un refugio. Y el mejor y más seguro que Dios nos da es el corazón
de su Madre. ¡Corazón Inmaculado de María sé nuestro refugio! Refugio para no
ser víctima del pecado, para guardar la pureza de cuerpo y corazón y para gozar
de la intimidad con Dios.
Y desde el corazón de la Virgen meditamos la palabra
de Dios. Hoy me parece que el hilo conductor es la humildad. Al
final de la primera lectura, Pablo nos presenta la figura de Juan el Bautista
como precursor del Señor. De él destaca precisamente su humildad: cuando
Juan estaba para concluir el curso de su vida, decía: “Yo no soy quien pensáis,
pero, mirad, viene uno detrás de mí a quien no merezco desatarle las sandalias
de los pies”.
Los pies son un símbolo de humildad, pues normalmente
para atenderlos hay que abajarse. La mayoría de las acciones que hacemos con
nuestros pies son inclinándonos. En el Evangelio se nos narra el lavatorio de
los pies que hizo Jesús a sus discípulos antes de cenar por última vez con
ellos. Aprendemos que la humildad no es tanto para predicarla cuanto para
practicarla. Por eso, cuando Jesús quiere enseñar a sus discípulos que “nadie
es más que nadie”, el criado no es más que su amo, él, se
abaja y lava los pies a los discípulos. Después durante la Cena, Jesús acepta
humildemente, sin quejarse, la traición de aquel que comparte el pan con él y
con sus amigos. Yo sé bien a quiénes he elegido, pero tiene que cumplirse la
Escritura: “El que compartía mi pan me ha traicionado”.
Después de la resurrección de Jesús, el símbolo por
excelencia de la humildad es el pan. Quizás por ello, san Juan en su Evangelio
no narra le institución de la Eucaristía y sí el lavatorio de los pies. Jesús
el Humilde, se ha quedado presente en el Pan de vida, en la Eucaristía. Nadie
podrá decir que Jesús no está a su alcance porque está en lo más sencillo y
humilde: en un poco de pan y vino. Medita este misterio de humildad y pide
fuerzas a la Virgen para hacerlo vida en tu vida. Así, recibiendo a Jesús en la
Eucaristía cumplimos las palabras finales de este evangelio: el que
recibe a quien yo envíe me recibe a mí; y el que me recibe a mí recibe al que
me ha enviado.
Terminemos como empezamos, invocando a María como
refugio: Madre, no me dejes fuera de tu protección. Sé que no puedes hacerlo,
pero deja que te lo diga. No permitas que me salga de tu corazón, ya sé que eso
es imposible, pero deja que te lo pida. Madre, hazme comprender que tú eres mi
refugio más seguro, donde realmente estoy a salvo de todo peligro… Deja correr
el afecto con la madre…