Espero que te
ayuden estas palabras que te pongo a continuación para llevar a cabo con fruto
este rato de oración. Dedícale este tiempo al Señor en la soledad acompañada
por Él.
Empezamos
nuestra oración invocando al Espíritu Santo: “Ven Espíritu Divino e infunde en
nuestros corazones el fuego de tu amor”.
En las
lecturas que hoy nos ofrece la Iglesia podemos meditar considerando las
siguientes ideas. La primera lectura, perteneciente a los Hechos de los
apóstoles, nos narra el envío de Judas y Silas a la comunidad de Antioquía con
la misión de alentar a los cristianos conversos del lugar, y ayudar en todo a
Pablo y Bernabé. Para ello, la Iglesia en Jerusalén ora e invoca al Espíritu
Santo, recibiendo del Espíritu Santo una misión: enviar a Silas y a Judas. ¡Qué
ejemplo tan instructivo y clave nos da con esto la Iglesia primitiva! Ante un
problema que requiere la toma de una decisión, oran para escuchar a Dios y
saber cuál es su voluntad. Porque saben que, escuchando a Dios, no se equivocan
ni se dejan llevar por intuiciones humanas que pueden ser fruto del engaño o la
falta de perspectiva. ¿Y tú?, ¿actúas igual? Te animo a preguntarte: Señor, en
la encrucijada, ¿pongo mi vida en tus manos para escuchar lo que quieres de mí?
Señor, ¿Cómo está mi confianza en ti?, ¿hasta ese punto de darte las riendas de
mi vida? Si escuchamos al Señor, no nos equivocaremos. Y dejando nuestra vida
en sus manos, por su gran misericordia y fidelidad, Dios lleva a buen término
su obra en nosotros. Y podremos decir como el salmista “Te daré gracias ante
los pueblos, Señor […] por tu bondad […] por tu fidelidad”. Porque no me abandonaste
en mi tribulación y en mis dudas. Me acompañas siempre Señor y me ayudas. Por
eso te doy gracias ante todos los pueblos.
También te
invito a meditar, si te ayuda, sobre la siguiente idea del Evangelio de hoy:
Dios nos ha elegido. En el Evangelio se nos dice: “No sois vosotros los que me
habéis elegido, soy yo quien os he elegido”. ¿Te das cuenta de que te lo dice
el mismo Jesús? Tú no le has elegido, Él mismo te ha elegido. ¡Qué privilegio!
Él te ha llamado, te ha salido al encuentro como a los discípulos de Emaús,
aunque quizás no te hayas dado ni cuenta. Por lo tanto, el mérito es todo suyo.
Además, Dios siempre respeta nuestra libertad y nos llama amigos. Somos amigos
del Señor. Si decides amarle, ya sabes cómo continua la historia, como nos dice
en el Evangelio: “os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto
dure”.
Le pedimos a
nuestra Madre, la Virgen María, que interceda por nosotros para que tengamos
siempre confianza en el Señor. Con Dios nada puede fallar porque Él nunca nos abandona.