Cuántas ganas tienes, Señor, de que
participe de tu Amor.
Había en Listra, sentado, un hombre
impedido de pies; cojo desde el seno de su madre, nunca había podido andar.
Estaba escuchando las palabras de Pablo, y este, fijando en él la vista y
viendo que tenía una fe capaz de obtener la salud, le dijo en voz alta:
«Levántate, ponte derecho sobre tus pies».
¡¡Y se puso en pie!!
En el Evangelio, Judas, no el Iscariote,
te pregunta: «Señor, ¿qué ha sucedido para que te reveles a nosotros y no al
mundo?» Y Tú respondes “El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará,
y vendremos a él y haremos morada en él”.
Señor, tú sabes que te quiero. Soy muy
torpe y fallo a cada momento, pero te quiero. Soy como el cojo, que inmóvil te
escucha, pero con fe suficiente para salir andando si tú me llamas. Soy el que
no entiende qué ha sucedido para que te fijes en mí, pero te amo con locura
desde el fondo de mi alma.
Tu presencia en mi corazón me ayuda a
descubrir y realizar en este mundo los planes que tienes para mí. Harás
morada en mí, me has prometido. Y también me dices que vendrá el Espíritu Santo
y me enseñará todo y me recordará todo lo que me dices y no entiendo ahora…
Yo no entiendo mucho, sólo sé que te
tengo dentro, muy dentro de mi corazón y de esta manera te siento conmigo en
todo momento y lugar. En estos momentos tan complejos, de tanta incertidumbre,
miedos y tristezas. Te tengo dentro, lo sé. En mi torpeza, es lo único que
tengo seguro.
Has resucitado, has vencido a la muerte.
Y quieres habitarme. Pediré y pediré a nuestra Madre, que me ayude a ser
sencillo. Que me ayude a guardar todo lo que no entiendo en mi corazón. Y que
el Espíritu Santo me lleve a descubrir y realizar, en el día a día, los planes
que tienes para mí en la entrega a mis hermanos.
Tú eres más grande que mi parálisis.
Eres más grande que mi pobre entender.
¿Qué quieres hoy de mí?
Llámame y me levantaré, aunque no
entienda nada.