A muy poco de vivir Pentecostés, invocamos al Espíritu
Santo para que nos sumerja en Dios en este rato de oración.
El Evangelio que nos ofrece la liturgia es muy
significativo. Nos introduce en las entrañas de Misericordia del mismo Cristo.
El Papa Benedicto XVI, durante la audiencia general del 24 de mayo de 2006,
hizo un comentario precioso que puede ayudarnos a tener un mayor conocimiento
interno del Señor en esa escena entrañable con Pedro:
“El encuentro tendrá lugar en las orillas del lago de
Tiberíades. El evangelista Juan nos narra el diálogo que en aquella
circunstancia tuvo lugar entre Jesús y Pedro. Se puede constatar un juego de
verbos muy significativo. En griego, el verbo filéo expresa el amor de amistad,
tierno, pero no total, mientras que el verbo agapáo significa el amor sin
reservas, total e incondicional.
La primera vez, Jesús le pregunta a Pedro: «Simón…,
¿me amas más que éstos (agapâs-me)?», ¿con ese amor total e incondicional? (Cf.
Juan 21, 15). Antes de la experiencia de la traición, el apóstol ciertamente
habría dicho: «Te amo (agapô-se) incondicionalmente». Ahora que ha
experimentado la amarga tristeza de la infidelidad, el drama de su propia
debilidad dice con humildad: «Señor, te quiero (filô-se)», es decir, «te amo
con mi pobre amor humano». Cristo insiste: «Simón, ¿me amas con este amor total
que yo quiero?». Y Pedro repite la respuesta de su humilde amor humano: «Kyrie,
filô-se», «Señor, te quiero como sé querer». A la tercera vez, Jesús sólo le
dice a Simón: «Fileîs-me?», «¿me quieres?». Simón comprende que a Jesús le es
suficiente su amor pobre, el único del que es capaz, y sin embargo está triste
por el hecho de que el Señor se lo haya tenido que decir de ese modo. Por eso
le responde: «Señor, tú lo sabes todo, tu sabes que te quiero (filô-se)».
¡Parecería que Jesús se ha adaptado a Pedro, en vez de
que Pedro se adaptará a Jesús! Precisamente esta adaptación divina da esperanza
al discípulo, que ha experimentado el sufrimiento de la infidelidad. De aquí
nace la confianza, que le hace ser capaz de seguirle hasta el final: «Con esto
indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto,
añadió: «Sígueme» (Juan 21, 19).”
Dios se “adapta” a nuestra pobreza, en cierto sentido
“desciende”. Hace unos días celebrábamos la Ascensión del Señor, y en realidad
lo hace para luego “descender”, para quedarse entre nosotros. La Eucaristía es
la manifestación más concreta de esta realidad. Y esto, como a Pedro, debería
llenarnos de confianza y gozo. Que pidamos al Espíritu Santo vivir de verdad en
esta clave y para ser capaces de seguir a Jesús hasta el final.