Ven Espíritu Santo… ilumina nuestras inteligencias,
fortalece nuestras voluntades, enciende nuestros corazones en el fuego de tu
Amor.
La desescalada está en marcha. El miedo al virus del
odio les encerró en el cenáculo. Su saludo: La paz esté con vosotros prendió
la mecha de la esperanza en sus corazones abatidos. Cuarenta días de continuas
apariciones confirmaron su fe, y llegado el momento: os conviene que Yo
me vaya, para que venga el Paráclito. Sólo entonces, con la venida del
Espíritu Santo, nace la Iglesia.
Nos encontramos entre estas grandes fiestas: la
Ascensión de Jesús a los cielos, y la venida del Espíritu Santo. Y el miedo a
una pandemia es lo más parecido que hemos vivido como comunidad al fracaso de
Jesús en la Cruz que los dos de Emaús, María Magdalena, Pedro, Tomás… vivieron
como Iglesia primitiva.
La dinámica del discipulado es muy clara: Jesús al
comienzo, llamó a sus discípulos primero para compartir Vida con ellos, y antes
de que ellos terminaran de entender, los envió a toda la creación a compartir
la Buena Noticia. Ahora, se da la misma dinámica de nuevo en la Pascua: les
ofrece Sus llagas para que metan sus dedos en ellas y no sean incrédulos, les
pide de comer a orillas de un lago de la pesca que Él mismo les ha concedido
previamente, tras las negaciones les pregunta tres veces si le aman…, y todo,
para enviarles y gritar la Nueva Noticia. En el evangelio de hoy Jesús dirá al
Padre: He manifestado tu nombre a los hombres que me diste de en medio
del mundo. Tuyos eran, y tú me los diste, y ellos han guardado tu palabra.
Ahora han conocido que todo lo que me diste procede de ti, porque yo les he
comunicado las palabras que tú me diste, y ellos las han recibido, y han
conocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me has enviado.
Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por éstos que tú me diste, y
son tuyos.
Toda vocación es pascual, pasa por la muerte a uno
mismo, viendo insuficiente todo intento de autosalvación, Dios hace espacio en
sus discípulos para una renovada disponibilidad interior, para acoger Su
Gracia, y se muestra Resucitado, enviando a la misión.
Jesús se va al Padre. Es la última entrega de una
formación express que ha durado 3 años, y que servirá para el resto de la
historia de la humanidad. El mensaje es éste: Dios es mi Padre, de Él procedo,
en Él permanezco, a Él vuelvo. El Padre así lo ratificó: Éste es mi
Hijo amado, en quien me complazco. El último capítulo de la formación que
Jesús regala a sus discípulos es el vacío del corazón provocado por su
ausencia, y con él, el anhelo de eternidad. Él vuelve al Padre, como haremos
todos. No merece la pena hacer morada en esta vida. No es la Vida.
Y para esto nace la Iglesia: no para salvar a nadie,
no para hacer esto o aquello, sino para hacer llegar a toda alma la Buena
Noticia de la Salvación, que nos viene por Otro, que nos ha rescatado y nos ha
enviado. Él nos envía, el Padre nos protege, el Espíritu nos alienta. En el
mundo. Siendo ocasión de encuentro para las almas con Otro más poderoso, más
Bueno, más Misericordioso que la Iglesia misma.
Es un privilegio formar parte de una Iglesia así:
humilde, que se sabe instrumento inútil (¡pero necesario!) portadora del Cuerpo
de Cristo, Madre de una humanidad sedienta del Amor de Cristo y necesitada
urgentemente de una transfusión en vena de la Sangre de Cristo. ¡Ahí está la
vacuna buscada contra la muerte del hombre!
Bonito test de salida del confinamiento, que marcará
la nueva (o antigua, la del hombre antiguo) normalidad:
· ¿mi vida habla de mí, o de Otro mayor que yo?
· ¿mi vida cristiana, mi matrimonio, mis estudios, mi vida consagrada… es un
hacer cosas, o es un permanecer hijo/a en el Hijo?
· ¿me urge la salvación de mis amigos, de la humanidad entera?
Santa María, haz de tu Iglesia, ¡de mí!, un discípulo
fiel del Corazón de Jesús. Modela mi vida para acoger el Espíritu Santo.
Enséñame a permanecer en el Padre. Amén.