21 mayo 2020. Jueves de la VI semana de Pascua – Puntos de oración


Orar en tiempo de Pascua es zambullirse en el corazón de Cristo resucitado, abierto y encendido en amor por nosotros. Para que así sea pidamos la fuerza del Espíritu Santo, que renueva nuestros corazones, a veces heridos, y nos enciende en el fuego de su amor.
Amor entregado hasta el fin. En una presencia visible para los que compartieron su tiempo en esta tierra, presencia escondida pero real, para todos, en adelante y en todos los tiempos. ¡Qué bellísimo designio de amor el suyo!
Este jueves ha sido durante mucho tiempo el día en que celebrábamos la fiesta de la Ascensión, que ahora se ha traslada al próximo domingo.
Con todo, el tono de la lectura evangélica está impregnado del mismo espíritu de despedida de Jesús, que, por otra parte, llena todo el discurso de la última cena.
Los apóstoles no entienden de momento las palabras de Jesús: «dentro de poco ya no me veréis», que luego ya se darían cuenta que se referían a su muerte inminente, «y dentro de otro poco me volveréis a ver», esta vez con un anuncio de su resurrección, que más tarde entenderían mejor.
Ante esta próxima despedida por la muerte, Jesús les dice que «vosotros lloraréis y el mundo se alegrará». Pero no será ésa la última palabra: Dios, una vez más, va a escribir recto con líneas que parecen torcidas y que conducen al fracaso. Por siempre la última palabra la tiene el amor. Y Jesús va a seguir estando presente, aunque de un modo más misterioso, en medio de los suyos.
Las ausencias de Jesús nos afectan también muchas veces a nosotros. Y provocan que nos sintamos como en plena oscuridad. Sólo la fe nos asegura que la ausencia de Jesús es presencia, misteriosa pero real. Son las ausencias y presencias en las que nos movemos.
Nos resulta cuesta arriba entender el camino hacia la muerte. Nos gustaría una Pascua sólo de resurrección. Pero la Pascua la empezamos ya a celebrar el Viernes Santo. Hay momentos en que «no vemos», y otros en que «volvemos a ver».
Celebrando la Pascua debemos crecer en la convicción de que Cristo y su Espíritu están presentes y activos, aunque no los veamos. La Eucaristía nos va recordando continuamente esta presencia. Y por tanto no podemos «desalentarnos», o sea, perder el aliento.
Con María, la llena del Espíritu Santo, aprendamos a ser dóciles a sus inspiraciones, fieles en el seguimiento de Cristo y verdaderos hijos del Padre.

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