27 mayo 2020. Miércoles de la VII semana de Pascua – Puntos de oración


Ven, Espíritu Santo, derrama desde el cielo un rayo de tu luz sobre nosotros, que también hoy queremos, iluminados por tu luz y fortalecidos por tu gracia, dedicar un rato tranquilo a acompañar a Jesús.
¡Qué paralelismo tan grande se da entre las dos lecturas que nos presenta la liturgia! Jesús y uno de sus más fieles seguidores, san Pablo, en momentos de gran intimidad, dan sus últimos consejos, despidiéndose de sus discípulos.
San Pablo se dirige a Jerusalén, donde sabe que le espera la cárcel y, quizás, la muerte. Jesús, en la Última Cena, ruega al Padre por los discípulos, a punto de entregarse a la muerte por nosotros.
Contemplando ambas escenas podemos hacer hoy una intensa oración de petición, mientras esperamos, junto a María, la venida del Espíritu Santo.
Podemos, con san Pablo, pedir al Señor que cuide de las personas que el Espíritu Santo nos ha encargado guardar, de una u otra manera. ¡Son tantos a nuestro alrededor los que, sin ni siquiera saberlo, dependen de nuestra oración y nuestra entrega!
Pidamos al Espíritu un corazón que esté siempre alerta para amar, porque sabemos que muchos lo necesitan, ya que el lobo feroz de la desconfianza en el Amor mina sus corazones.
Pidamos confianza, para vivir con la misma convicción que san Pablo: estamos en manos de Dios y de su palabra, poderosa para construir en nosotros vida eterna.
Pidamos también laboriosidad, para ni cansarnos de hacer el bien a nuestro alrededor, especialmente a los que más lo necesitan.
Roguemos también, con el salmo 67, para ser capaces de reconocer el poder de Dios, su acción salvadora en medio de los hombres, muchas veces callada y silenciosa. Bendigamos al Señor, que no abandona al pecador, al pobre, al humilde.
Con Jesús levantemos los ojos al cielo y oremos pidiendo al Padre que seamos uno, que nos libre del mal, que nos consagre en la verdad.
Por último, pidamos al Espíritu que nos envíe al mundo para cumplir el encargo de Jesús, anunciar el evangelio a toda la creación, en medio de la gente, entre los de cerca y los de lejos, con el testimonio y con la palabra, a tiempo y a destiempo.
Terminemos la oración cerquita de la Virgen, dejemos que sea ella la que ore en nosotros, que de nuestro corazón salgan sus palabras en la anunciación: he aquí la esclava, hágase.

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