Ven, Espíritu Santo, derrama desde el cielo un rayo de
tu luz sobre nosotros, que también hoy queremos, iluminados por tu luz y
fortalecidos por tu gracia, dedicar un rato tranquilo a acompañar a Jesús.
¡Qué paralelismo tan grande se da entre las dos
lecturas que nos presenta la liturgia! Jesús y uno de sus más fieles
seguidores, san Pablo, en momentos de gran intimidad, dan sus últimos consejos,
despidiéndose de sus discípulos.
San Pablo se dirige a Jerusalén, donde sabe que le
espera la cárcel y, quizás, la muerte. Jesús, en la Última Cena, ruega al Padre
por los discípulos, a punto de entregarse a la muerte por nosotros.
Contemplando ambas escenas podemos hacer hoy una
intensa oración de petición, mientras esperamos, junto a María, la venida del
Espíritu Santo.
Podemos, con san Pablo, pedir al Señor que cuide de
las personas que el Espíritu Santo nos ha encargado guardar, de una u otra
manera. ¡Son tantos a nuestro alrededor los que, sin ni siquiera saberlo,
dependen de nuestra oración y nuestra entrega!
Pidamos al Espíritu un corazón que esté siempre alerta
para amar, porque sabemos que muchos lo necesitan, ya que el lobo feroz de la
desconfianza en el Amor mina sus corazones.
Pidamos confianza, para vivir con la misma convicción
que san Pablo: estamos en manos de Dios y de su palabra, poderosa para
construir en nosotros vida eterna.
Pidamos también laboriosidad, para ni cansarnos de
hacer el bien a nuestro alrededor, especialmente a los que más lo necesitan.
Roguemos también, con el salmo 67, para ser capaces de
reconocer el poder de Dios, su acción salvadora en medio de los hombres, muchas
veces callada y silenciosa. Bendigamos al Señor, que no abandona al pecador, al
pobre, al humilde.
Con Jesús levantemos los ojos al cielo y oremos
pidiendo al Padre que seamos uno, que nos libre del mal, que nos consagre en la
verdad.
Por último, pidamos al Espíritu que nos envíe al mundo
para cumplir el encargo de Jesús, anunciar el evangelio a toda la creación, en medio
de la gente, entre los de cerca y los de lejos, con el testimonio y con la
palabra, a tiempo y a destiempo.
Terminemos la oración cerquita de la Virgen, dejemos
que sea ella la que ore en nosotros, que de nuestro corazón salgan sus palabras
en la anunciación: he aquí la esclava, hágase.