1. Luego
los hizo subir a su casa y preparó la mesa para festejar con los suyos la
alegría de haber creído en Dios. (Act 16,33)
Seguimos en la cincuentena pascual. Esto
es lo que cuenta, no estar en cuarentena (con el peo olor y color de la
Cuaresma que se soporta y aguanta) sino vivir en pascua –el paso de Dios- como
a cada momento nos brindan los Hechos de los Apóstoles.
¡Qué fuerza espiritual nos comunica el
Espíritu Santo en esta primera comunidad, paradigma de todas las de la
historia! Ven, Espíritu Santo, hazme vivir los gozos de la Pascua, sobre todo
la alegría desbordante, la que lleva a “subir a su casa” y “preparar la mesa
para festejar con los suyos la alegría de haber creído en Dios”.
El Señor está tan grande, tan grande que
no podemos por menos de festejar el gozo de creer y compartir nuestra fe.
2. Te
doy gracias, Señor, de todo corazón (Salmo 138)
Cuántas veces mi oración ha sido cantar
una y otra vez el estribillo de este salmo. Y marchar al trabajo y seguir
cantándolo, ¡Qué más puedo hacer que darte gracias de todo corazón, Señor! Hay
tantos y tantos motivos. Por tu amor y fidelidad, por dar fuerza a mi alma.
3. “Les
conviene que Yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes”
(Jn 16, 5)
Pues Tú mandas, Señor, Tú lo sabes todo,
Tú quieres lo mejor para nosotros, pues vete, pero no te vayas a nuestro modo,
sino a tu manera, con la promesa cierta de que el Espíritu Santo, el Paráclito,
vendrá y con todos sus dones. ¡Ven, ven Espìritu Santo, ven por María, en el
“Pentecostés solemne que abrase nuestras almas en fuego de conquista”!
LECTURA COMPLEMENTARIA:
Santa Teresa Benedicta de la Cruz Edith
Stein, (1891-1942), carmelita descalza, mártir, copatrona de Europa Poesía,
Pentecostés 1937
“...os conviene que yo me vaya; porque
si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito.”
¿Quién eres, dulce luz que me inundas
alumbrando las tinieblas de mi corazón?...
¿Eres Tú el Arquitecto que construye la
catedral eterna, que se levanta de la tierra hasta el cielo?
Animadas por Ti, se yerguen las columnas
a las alturas cimentadas, firmes, inamovibles (Ap 3,12).
Marcadas con el nombre del Dios eterno
buscan la luz, sostienen la cúpula que corona y perfecciona el edificio, tu
obra que abarca al mundo entero: ¡Espíritu Santo – mano creadora de Dios!...
¿Eres Tú el dulce cántico de amor, del
temor santo que resuena en el trono de la Trinidad (Ap 4,8), en unión esponsal
con todo lo que es? la melodía jubilosa, al unísono que conduce cada miembro
hacia la Cabeza (Ef. 4,15), donde cada ser recobra el sentido misterioso de sí
mismo y jubiloso se derrama en corriente libre, desligada: ¡Espíritu Santo –
júbilo eterno!