HOY TOMAMOS COMO IDEAS PARA ORAR, UNOS
PÁRRAFOS DE LA HOMILÍA DE SAN JUAN PABLO II EN LA SANTA MISA PARA LOS
SUPERIORES Y ALUMNOS DEL VENERABLE COLEGIO INGLÉS DE ROMA.
Solemnidad de la Ascensión Gruta de
Nuestra Señora de Lourdes en los jardines vaticanos
Jueves 24 de mayo de 1979
Queridos hijos, hermanos y amigos en
Jesucristo:
En esta solemnidad de la Ascensión de
Nuestro Señor, el Papa se complace en ofrecer el Sacrificio eucarístico con
vosotros y por vosotros. Me siento feliz de hallarme con los estudiantes y todo
el personal del Venerable Colegio Inglés, en este año en que conmemoráis el IV
centenario. Y hoy me siento especialmente cercano a vosotros, a
vuestros padres y familias, y a todos los fieles de Inglaterra y Gales que
están unidos en la fe de Pedro y Pablo, en la fe de Jesucristo. (...) Habéis
venido a agradecer y alabar a Dios por lo que su gracia ha hecho en el pasado,
y a recibir fuerzas para seguir caminando —bajo la protección de Nuestra Señora
bendita—con el mismo fervor de vuestros antepasados, de los muchos que dieron
la vida por la fe católica. (...)
Con gozo, por tanto, y con propósitos
recién estrenados para el futuro, reflexionemos brevemente sobre el gran
misterio de la liturgia de hoy. (...)
En la providencia de Dios —en el eterno
designio del Padre— había llegado para Cristo la hora de partir. Iba
a dejar a sus Apóstoles con su Madre, María, pero sólo después de haberles dado
instrucciones. Ahora los Apóstoles tienen una misión que cumplir
siguiendo las instrucciones que les dejó Jesús, instrucciones que eran a su vez
expresión de la voluntad del Padre.
Las instrucciones indicaban ante todo
que los Apóstoles debían esperar al Espíritu Santo, que era don del Padre.
Desde el principio estaba claro como el cristal que la fuente de la fuerza de
los Apóstoles es el Espíritu Santo. Es el Espíritu Santo quien guía
a la Iglesia por el camino de la verdad; se ha de extender el Evangelio por el
poder de Dios; y no por medio de la sabiduría y fuerza humanas.
Además, a los Apóstoles se les instruyó
para enseñar y proclamar la Buena Nueva en el mundo entero. Y tenían que
bautizar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Al igual que
Jesús, debían hablar explícitamente del Reino de Dios y de la salvación. Los Apóstoles tenían que dar testimonio de
Cristo "hasta los confines de la tierra". La Iglesia naciente
entendió claramente estas instrucciones y comenzó la era misionera. Y todos
supieron que la era misionera no terminaría antes de que volviera de nuevo el
mismo Jesús que había ascendido al cielo.
Las palabras de Jesús se convirtieron
para la Iglesia en un tesoro que custodiar, proclamar, meditar y vivir. Al
mismo tiempo, el Espíritu Santo implantó en la Iglesia un carisma apostólico a
fin de mantener intacta esta revelación. A través de sus palabras
Jesús iba a vivir en su Iglesia: "Yo estaré siempre con vosotros". De
este modo la comunidad eclesial tuvo conciencia de la necesidad de ser fieles a
las instrucciones de Jesús, al depósito de la fe. Esa solicitud se transmitiría
de generación en generación hasta nuestros días. (...)
Y la segunda reflexión sobre el
significado de la Ascensión se halla en esta frase: "Jesús ocupó su
puesto". Después de haber pasado por la humillación de su
pasión y muerte, Jesús ocupa su puesto a la diestra de Dios, ocupa su puesto
junto a su eterno Padre. Pero también entró en el cielo como Cabeza nuestra.
Según las palabras de San León Magno, "la gloria de la Cabeza" se
convirtió en "la esperanza del cuerpo" (cf. Sermón sobre la Ascensión
del Señor). Para toda la eternidad Jesús ocupa su puesto de "primogénito
entre muchos hermanos" (Rom 8, 29): nuestra naturaleza está con Dios en
Cristo. Y en cuanto hombre el Señor Jesús vive para siempre
intercediendo por nosotros ente su Padre (cf. Heb 7, 25). Al mismo tiempo,
desde su trono de gloria Jesús envía a toda la Iglesia un mensaje de esperanza
y una llamada a la santidad. (...)
Claro está que la Iglesia puede
experimentar dificultades, el Evangelio puede encontrar obstáculos, pero puesto
que Jesús está a la derecha del Padre, la Iglesia jamás conocerá el fracaso. La
victoria de Cristo es la nuestra. (...)
La eficacia de la Ascensión de Cristo nos alcanza a todos en la realidad
concreta de la vida diaria. Por razón de este misterio la vocación de toda la
Iglesia está en "esperar con alegre esperanza la venida de Nuestro
Salvador Jesucristo". (...) Tened conciencia honda de la victoria y triunfo de Cristo sobre el pecado y la muerte. Estad convencidos de que la
fuerza de Cristo es mayor que nuestra debilidad, mayor que la debilidad del
mundo entero. Procurad entender y tomar parte en el gozo que
experimentó María al conocer que su Hijo había ocupado su lugar junto al Padre,
a quien amaba infinitamente. Y renovad hoy vuestra fe en la promesa de Nuestro
Señor Jesucristo que se fue a prepararnos un lugar, para venir de nuevo y
llevarnos con Él.