En este mes de mayo nuestra oración ha de hacerse en un oratorio muy
especial: el Corazón de la Virgen. Hemos de pedirle a Ella que nos acoja en su
Corazón Purísimo y nos alcance los dones de la Pascua: fe creciente, esperanza
cierta, alegría desbordante, paz imperturbable y amor ardiente (Oración del P.
Morales para Pascua).
Después de pedírselo con la confianza de un niño en su madre, escuchamos el
evangelio, en el que Jesús, el Buen Pastor, nos habla. Nos ha dicho previamente
que “Yo y el Padre somos uno” y de ahí se sigue todo lo que nos dice ahora:
- “El que me ve a mí, ve al que me ha enviado”: ¿no es para llenarse de
estupor que la humanidad de Jesús, nuestra misma carne, sea transparencia del
Padre de los cielos? Ver a Jesús es ver al Padre en rasgos humanos. Su dar la
vida como buen Pastor, su misericordia buscando a la oveja perdida y cargándola
en sus hombros, el darse como alimento en la Eucaristía… nos hablan de un Padre
que se olvida de sí para darse a sus hijos, buscarlos y reunirlos en la casa
paterna.
- “Yo no he hablado por cuenta mía; el Padre que me envió es quien me ha
ordenado lo que he de decir”. Las palabras de Jesús son vida eterna para el que
cree, porque las ha escuchado en el seno del Padre y nos las transmite para que
tengamos la luz de la vida.
El tiempo de Pascua es cada año una invitación a “vivir para Dios”: hemos
muerto al pecado y resucitado con Cristo a una vida nueva, renacidos del agua y
del Espíritu por el bautismo renovado en la Vigilia pascual. Nuestra vida está
escondida con Cristo en Dios, vivimos con Cristo en el Padre, como pide Jesús para
nosotros en la oración sacerdotal: “Yo en ellos y Tú en mí, para que sean
perfectamente uno” (cf. Jn 17, 23).
Si procuramos vivir así, unidos a Jesús para gloria del Padre, también se
harán vida en nosotros las palabras del evangelio de hoy:
- Seremos testigos, es decir, nuestra vida será transparencia de Aquel que
vive en nosotros. Quien nos vea, percibirá en nuestra pobreza la luz del
evangelio la luz de Cristo.
- Nuestras palabras nacerán de la vida interior, del coloquio con Jesús en
la oración, y así nos pareceremos a Jesús que no habla por cuenta propia. Se
cumplirán las bellas palabras que san Pablo VI dice en Evangelii
nuntiandi: “el mundo exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a
quien ellos mismos conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al
Invisible”.
Santa María de la Pascua: haznos testigos de lo invisible, testigos del
Padre, con la fuerza de Cristo resucitado y de su Espíritu que vive en
nosotros. Haznos uno en tu Corazón Inmaculado.